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Jorge Kantor, psicoanalista.
Fecha Actualización
A Jorge Kantor, psicoanalista
No sé si le gustaría el título, quizá pondría los ojos un poco en blanco –por sentirlo un poco cursi y exagerado–, aunque ahora sospecho que lo aceptaría y hasta con cierto gusto. No sé. La misión, en todo caso, lamentablemente, no era conocerlo, era conocerme a mí. Compartíamos un espacio donde él era el guía, el gurú, el erudito –aunque esos términos los usara para otros–. Él analizaba en silencio lo que yo le contaba, observaba atento cada una de mis palabras y las ordenaba para después traducírmelas, respetuoso, solo si yo se lo pedía o si me enredaba demasiado. Dentro de esos cuarenta y cinco minutos, por unos 8 años, casi siempre me regaló una conclusión lúcida, un consejo sabio y humilde que aligeraba mi carga. Kantor me fue sanando. Fungía de hermano, de padre a veces. Era un hombre grande, justo y de avanzada. Siempre cómplice, como un amigo travieso porque creo que tenía alma de niño, aunque eso tampoco lo sé. Sonreía, así estuviera serio. Sí diré que le daban ternura mis historias y que no me juzgaba, aunque se le arquearan las cejas si algo lo sorprendía. No tengo idea cómo lo hizo, pero ese miedo de avanzar, creer y crecer con el que llegué un buen día a su consultorio, se fue transformando y de pronto volví a confiar. No sé si fue cuando rompió esa rigidez de psicoanalista hablándome con cariño o cuando comenzó a soltar cosas sobre su familia, con un orgullo que no podía esconder. Lo que sí sé, es que sus terapias fueron mágicas al punto en que un día me despedí. Empatamos por zoom hace pocos meses y nos contamos solo cosas buenas. Pienso que celebramos lo que se había logrado en ese espacio y cerramos nuestras historia terrenal, para siempre. Ahora, mientras espero una sesión en sueños, desde el más allá, reflexiono sobre la crisis de confianza que sufrimos como peruanos y lo vital que es confiar en uno mismo y en los demás. Gracias por siempre, Jorge.
Lea mañana a: Andrés Chaves
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