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[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Una mirada esperanzadora”

“Debemos construir sobre estos cimientos, impulsando reformas que mejoren la representación política. Lamentablemente, el Congreso viene sistemáticamente ignorando la agenda de cambios constitucionales pendientes”.

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[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Una mirada esperanzadora”. (Foto: Congreso de la República)
Fecha Actualización
Producto de la acentuada inestabilidad, extrema polarización y debilitada capacidad estatal, el Perú ha pasado a engrosar la fila de las “democracias híbridas”, apenas un corto peldaño por encima de los “regímenes autoritarios”, según clasificación del Economist Inteligence Unit.
Seis presidentes y tres congresos en seis años, así como un intento golpista, manifiestan la profundidad de la crisis institucional y el deterioro de nuestra frágil democracia. Lo mismo puede decirse de las últimas movilizaciones y su legado de muerte y destrucción, en un contexto de repudio público hacia el Ejecutivo y el Congreso.
Sin embargo, a pesar de este panorama desalentador, hay razones para albergar una mirada esperanzadora. Somos el único país del mundo donde cinco presidentes han sido detenidos y encausados por corrupción, gracias a un sistema de administración de justicia que, con todas sus limitaciones y falencias, ha podido mantener una cuota razonable de independencia, sin someterse al poder de turno.
No olvidemos que nuestro reciente sainete golpista fue rápidamente desarticulado y que las Fuerzas Armadas mantuvieron su defensa del sistema democrático, con un proceso de sucesión presidencial que se dio en estricto apego a lo que establecen la Constitución y las leyes.
Contamos, además, con una prensa libre que no sucumbió ante la arremetida castillista y que se ha encargado de prender los reflectores sobre aspectos medulares de la vida pública del país. El ejercicio activo de los derechos ciudadanos resulta impracticable sin la plena libertad de expresión, algo que felizmente se mantiene vigente en el país.
De otra parte, las elecciones libres, limpias y directas, condición fundamental del quehacer democrático, se han institucionalizado exitosamente en los últimos veinte años sin mayores contratiempos. Los perdedores de las elecciones pueden mantenerse fieles al sistema en la expectativa de eventualmente prevalecer en las urnas, sin vetos ni restricciones.
Para superar el déficit institucional que nos agobia debemos construir sobre estos cimientos, impulsando reformas que fortalezcan la intermediación y mejoren la representación política. Lamentablemente, el Congreso viene sistemáticamente ignorando la agenda de cambios constitucionales pendientes.
Esperemos que en la próxima legislatura prime la razón y la representación nacional enmiende el rumbo, por el bien del país y la salud de nuestra democracia.
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