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[Opinión] Gabriel Ortiz de Zevallos: “Ódiame con piedad”

Escribo esto antes de desconectarme de Internet por cinco días. Para no perder costumbre, tocaré otro tema, también polémico: disfruto las corridas de toros. Ningún otro espectáculo, salvo alguna ópera excepcionalmente bien puesta, me puede emocionar tanto. Me han dicho que no comprenden cómo me puede gustar que torturen animales, pero no es así como yo lo veo ni siento. No voy a peleas de gallos, porque me dan pena y nervios. Puede sonar a absoluta incoherencia: ¿qué tiene el gallo que no tenga el toro? Ni idea. Pero, a ver, ¿quién le explica a un cuy la suerte de un hámster? Las inconsistencias en el trato a los animales no son raras.

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“En provincias, donde se es mucho más consciente de que al animal se le mata para comerlo, las corridas de toros no generan rechazo. Yo creo que es mejor reconocer todos los lados del ser humano”. (Lino Chipana / Archivo)
Fecha Actualización
Escribo esto antes de desconectarme de Internet por cinco días. Para no perder costumbre, tocaré otro tema, también polémico: disfruto las corridas de toros. Ningún otro espectáculo, salvo alguna ópera excepcionalmente bien puesta, me puede emocionar tanto. Me han dicho que no comprenden cómo me puede gustar que torturen animales, pero no es así como yo lo veo ni siento. No voy a peleas de gallos, porque me dan pena y nervios. Puede sonar a absoluta incoherencia: ¿qué tiene el gallo que no tenga el toro? Ni idea. Pero, a ver, ¿quién le explica a un cuy la suerte de un hámster? Las inconsistencias en el trato a los animales no son raras.
En ninguna corrida de toros a la que he asistido he visto en la plaza a gente que disfrute del sufrimiento del toro. Es obvio que el animal sufre: hay pica, banderillas y estoque. Descabello, si es necesario. La gente en la plaza exige que sea el mínimo necesario. Pifea duro al torero que deja a su picador maltratar al toro o que no logra una buena estocada, alargando la agonía. No se disfruta el sufrimiento del toro, se tolera. Lo que gusta y emociona del toreo es la capacidad del ser humano de enfrentar sus miedos más hondos e instintivos frente a un animal que lo puede matar, y que, conteniendo ese miedo instintivo a la muerte, junte inteligencia y emoción para crear belleza, mostrando valentía, caballerosidad, respeto y otros elementos que solo se llegan a apreciar si uno ha ido a toros con regularidad desde pequeño, como fue mi caso.
Podría argumentarse que si se quiere minimizar el sufrimiento del toro, no estaría mal evitar la corrida. En mi opinión, ese argumento es solo coherente con ser vegetariano. Cualquiera que se haya aplicado una buena parrilla (me incluyo), sabe que comemos muchísimo más carne de la necesaria, y es mentira rochosa decir que es por necesidad: es purísimo placer. La tendencia a comer más de lo necesario es un hecho científicamente estudiado: nuestro cerebro está programado para hacerlo desde cuando éramos cazadores. ¿No sufrió esa vaca, ese chanchito delicioso, o ese pollo que nos aplicamos en demasía? No hubo preocupación ética alguna, a lo sumo estética, por la panza (de luchador de sumo, qué coincidencia). ¿Esos sufrimientos, igual de innecesarios, no cuentan? ¿No mirar cómo matan los animales que nos comemos en exceso elimina su sufrimiento, porque no lo vemos? Ese principio lógico tiene la solidez del slogan de la dulcería que promete: si no te ven, no engorda. Todos los carnívoros somos crueles con varios animales hasta cierto punto. El dilema papila o pupila no desvanece el sufrimiento del animal.
En una de las últimas corridas en Acho me gritaron asesino. Si el insulto provino de un carnívoro, me siento con el derecho de pedirle que visite el camal más cercano para que vea y asuma su crueldad antes de alardear de una bondad que no parece tener asidero lógico. De chico, el pavo que nos comíamos en Navidad se vendía vivo, se le engordaba y mataba en casa. En provincias, donde se es mucho más consciente de que al animal se le mata para comerlo, las corridas de toros no generan rechazo. Yo creo que es mejor reconocer todos los lados del ser humano. Tenemos una cierta dosis de crueldad e indiferencia frente al dolor ajeno que hay que reconocer para poder mantenerla a raya; tener ese punto ciego no me parece bueno.
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