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[OPINIÓN] Carlos Meléndez: “Óleo de un profesor sin sombrero”

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Un profesor se ha perdido. Entre el delirio del poder y el polvo de la derrota. Se ha perdido entre la inefable locura y una breve dictadura, debajo de millones de votos. Se ha perdido también la utopía, se ha perdido la fe en lo popular.
En julio de 2021, Pedro Castillo era un profesor con sombrero. Como un cuadro del viejo Mao, llevaba al pueblo campesino al centro del poder. Puso a toda la izquierda a llorar de emoción. Los más progresistas dejaron atrás sus reparos al conservadurismo magisterial. Los más antifujimoristas obviaron el amateurismo y radicalismo que fusionaba el presidente electo. Rápidamente fuimos corroborando cómo gobierna el anti-establishment: metiendo miedo a las élites, mientras repartía el botín del erario público a la representación política de la informalidad-ilegalidad, como si la buena vida se fuese acabar al final del día. Y así fue más temprano que tarde. Armar y rearmar coaliciones terminó siendo trabajo para equilibrista con muñeca política, no para un sindicalista de paro nacional. La confrontación con los rivales y la sobreideologización de sus propios aliados (cerronismo) fueron aislando cada vez más al maestro-presidente. Y, así, en cuatro paredes tomó la decisión más fatal para cualquier político: convertirse en dictadorzuelo. De eso, no se vuelve.
En noviembre de 2023, Pedro Castillo, sin sombrero y encarcelado, intenta infructuosamente construir una narrativa victimizándose. La izquierda hiperideologizada y el sindicalismo más recalcitrante lo acompañan a la distancia. Los primeros, en redes sociales virtuales, elucubran ficciones políticas, cuentos de hadas gramscianos, en los cuales la dictadura fue, es y será siempre de limeñitos. Primera lección: los marginales y simbólicamente débiles no están ajenos a la tentación autoritaria. Los segundos, desde el Perú profundo, acumulan convocatorias a “tomas de Lima” esperando que esta vez sí, hermanito, caiga Dina (Boluarte), pero se chocan con mayorías silenciosas y desmovilizadas (situación que aprovecha con impunidad la actual mandataria). Segunda lección: la desafección política en nuestro país es estructural. A pesar del desprestigio, no estamos ante una derrota definitiva de la izquierda popular más radical. Porque los dirigentes pasan, pero la rabia y la revancha se acumulan, sobre todo si se mantiene el malestar. (Los antifujimoristas pasan piola y nos distraen con otras de sus insufribles batallas morales como las PASO y Lava Jato).
Mientras tanto, una presidenta innombrable viaja como una gaviota. Y a Pedro Castillo ni el recuerdo lo puede salvar.
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