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[Opinión] Andrés Balta: Conciliar y reconciliar

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“Un buen gobernante es quien tenga tanta vocación de servicio como desprecio por el poder”. (Foto: GEC)
Fecha Actualización
Un buen gobernante es quien tenga tanta vocación de servicio como desprecio por el poder. Quien empate estos dos sentimientos, con igual intensidad, se vacunará contra y será inmune a la venganza y la envidia. Quedará curado de neurosis para siempre y estará espiritualmente listo. En esa situación, esta persona usará el poder para trasmitirlo y reconciliarlo y, así, a ella y de ella fluirá el poder a borbotones, ágil, sin mochilas, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar.
Ese gobernante no solo debe conciliar esos sentimientos; debe, además, articular la excelencia del sentido común y las bien entendidas labores empírica y pragmática, con los cauces de la previsibilidad, la seguridad, la libertad y la competencia (nadie invierte en un país ideologizado, turbado, imprevisible, esclavo o incompetente). Para ello, este personaje debe escuchar e interiorizar el sanísimo radiomensaje de Pío XII del año 1944: “La tradición y el progreso son como dos alas del mismo pájaro que se complementan en mutua armonía”.
Nicolás Márquez, al comentarlo, nos dice: “La tradición es un cauce de un río y el progreso es el agua que transita vigorosamente por ese cauce. Si no hubiese un cauce, habría una suerte de maremoto, una situación caótica y, si no hubiese un río y solamente tuviésemos el cauce, estaríamos en un inmovilismo”.
En suma, nadie en hechos y palabras mejor que Nelson Mandela, invitando a su mesa a su tembloroso carcelero, para hacer y decir lo que yo solo escribo. Escuchémoslo: “No está enfermo, tenía miedo de que yo, ahora presidente de Sudáfrica, lo mandara a la cárcel y le hiciera lo que me hizo a mí. Pero yo no soy así, este comportamiento no es parte de mi carácter ni de mi ética. Las mentes que buscan venganza destruyen estados, mientras que las mentes que buscan reconciliación construyen naciones. Al salir por la puerta de mi libertad, supe que, si no hubiera dejado atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, todavía sería un prisionero”. Aquí es cuando no me aguanto y, parado sobre una mesa, grito: ¡VIVAN LOS ESPÍRITUS LIBRES!
En tiempos de resurgimiento de nacionalismos e ideologías totalitarios, de verticalidad y fanatismo en el progresismo, de tiranías de minorías y de irracionalidad, cancelación por red, separatismo, ruptura y frivolidad, tenemos todo el derecho a aspirar a mujeres y hombres grandes que les pongan el pare con su salud mental y espiritual, gobernando con conciliación y reconciliación.
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