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Mirar para otro lado

A veces no hacer nada es una forma de inhumanidad.

Imagen
El operativo se realizó con éxito. (USI)
Fecha Actualización
Apenas 14 años. Las autoridades la acababan de rescatar de un bar-prostíbulo. No entendía por qué la habían sacado de donde trabajaba. No mostraba alivio. Menos agradecimiento. Estaba molesta con los que la “salvaron”.
Nadie entendía por qué la niña estaba así luego de haber salido de un infierno rodeado de cerveza, toqueteos y olor a sexo.
Contó su historia. Sus tíos la habían violado desde los 3 años. Su madre, lejos de protegerla, le impedía que contara lo que pasaba a su padre para evitar que este se peleara con sus hermanos. A los 11 años no soportó más y huyó de su casa. Vivió con una pareja, mayor de edad. A nadie le extrañó que una niña de 11 años viviera con un hombre mayor. Quedó embarazada, abortó y la abandonaron.
Con engaños, un tratante le ofreció trabajo como empleada doméstica. Pudo tener un celular, una de las pocas cosas “buenas” que le habían pasado en la vida. Terminó trabajando en un bar. Atraía clientes y los motivaba a beber cerveza carísima cuyo precio incluía el baile y el manoseo. La prostitución llegó como a otras niñas les llega la primera comunión.
Recién entonces sus rescatadores entendieron porque estaba molesta. Después de todo lo que le había pasado, su vida en el prostíbulo, espantosa para ellos, era normal para ella.
Pasó de la inconsciencia del recién nacido a la prostitución sin oportunidad de detenerse en la inocencia. Le robaron todo lo que se le podía robar. La niña nunca pudo ser niña. Pero tampoco pudo llegar a ser mujer. Quedó atrapada en un limbo sin pasado que recordar y sin futuro que esperar.
Esta historia la relató, de manera enérgica y conmovedora, Yulieta Castañeda, alumna de Derecho, en la ceremonia de entrega del informe legal (amicus curiae) por parte de la Universidad del Pacífico al Ministerio Público para contribuir con argumentos jurídicos en la lucha contra la trata de personas. En la misma ceremonia se inauguró la exposición #Explotación Humana, que se puede ver en la propia universidad.
Yulieta era parte del equipo involucrado, liderado por Cecilia O’Neill (que, para mi fortuna, es además mi esposa). Me conmovió el nivel de afectación emocional que experimentaban todos los integrantes del equipo. Una mezcla de compasión e indignación te lleva al nudo en la garganta y de allí al llanto fácil. No volverán a ser las mismas personas.
Se habló mucho de la normalización, de cómo aceptamos esta tragedia como parte del paisaje humano que nos rodea. Se dijo que estos hechos se vuelven invisibles. La exposición #Explotación Humana busca sacar los hechos de la invisibilidad. Pero en realidad no son invisibles. Están allí con tanta claridad que no verlos es imposible. El problema es otro. Hemos decidido mirar para otro lado. Pero hay que forzarnos a mirar si es que no queremos ser cómplices.
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