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Guillermo Niño de Guzmán: Sicario: una revelación

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Me había imaginado que sería una película más sobre el narcotráfico, una cadena efectista de persecuciones, asesinatos y explosiones, pero, a falta de algo mejor, decidí correr el riesgo y fui a verla. Y, para mi sorpresa, a los pocos minutos me di cuenta de que no solo no caía en los clichés habituales, sino que era un thriller impecable y poderoso, brillantemente articulado y capaz de renovar mi asombro con cada vuelta de la trama. Me refiero a Sicario, dirigida por el canadiense Denis Villeneuve y escrita por Taylor Sheridan. Una película redonda y perturbadora, digna de figurar entre lo más notable del cine actual.

Ambientada en la frontera de Estados Unidos con México, la historia abarca ambos territorios e indaga en el fenómeno del narcotráfico con una lucidez y penetración raras en un subgénero que, por lo general, se limita a explotar el tema para montar aparatosas escenas de acción. La intriga se desarrolla en torno a una joven agente del FBI que experimenta un bautismo de fuego a medida que se adentra en un ámbito infernal donde todas las leyes quedan abolidas. En cierta manera, ella se asemeja al personaje que encarnara Jodie Foster en El silencio de los inocentes, quien penetra en una realidad tenebrosa e insospechada bajo la guía de un tipo tan inteligente como perverso, una suerte de emisario del mal (escalofriante rol desempeñado por Anthony Hopkins y que, en esta oportunidad, corresponde a un no menos siniestro Benicio del Toro, un actor que no necesita hablar para imponer su carácter en la pantalla).

La película funciona como una escalada a través de círculos concéntricos que se van estrechando igual que una serpiente en torno a su presa. Villeneuve construye la intriga con mano maestra, sumergiéndose en ese México mítico tan ligado a la cultura estadounidense como lugar de extravío y perdición. La compleja y turbia maquinación que envuelve a la CIA y la DEA con los cárteles de la droga es puesta al descubierto con una honestidad feroz, ya que Sicario aspira a revelar el trasfondo de una situación que ha degenerado en una guerra sucia donde los buenos se confunden con los malos. En ese sentido, deja entrever una mirada cínica, aunque realista, sobre un problema que corroe con la voracidad de un cáncer y para el que no parece haber solución a la vista. Más aún, suscita una discusión ética y moral en cuanto a la legitimidad de combatir el mal con sus propias armas, una cuestión que puede extrapolarse a otros escenarios como la lucha contra el terrorismo y demás enemigos del Estado.

Sicario es una de esas películas que siguen reverberando en la mente del espectador durante un tiempo indefinido, algo que no suele pasar en el cine de hoy.