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La gozosa dictadura de la economía

En un artículo publicado en El Comercio (“La parálisis virtuosa”, 22.3.2014), Alfredo Bullard sostiene que el mejor gobierno es el que no hace nada, el que navega con piloto automático.

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Santiago Pedraglio,Opina.21Por eso, en el Perú, el mejor de la reciente década sería el de Toledo, "uno con poca iniciativa para hacer las cosas e incapacidad para ejecutarlas". Gracias a su "irrelevancia", dice, "la iniciativa privada encontró espacios para impulsar el crecimiento. La economía caminó, la pobreza se redujo y el país mejoró".

La tesis suena a anarquismo retórico y a desprecio por la política; pero es, sobre todo, un grito de victoria de la economía sobre la política. Para Bullard, la economía manda porque ha 'licuado' a la política. Y, valgan verdades, la realidad le viene dando la razón: la economía reina y los grandes grupos económicos gobiernan. Por eso, que estén al mando Toledo, García o Humala termina siendo un asunto superfluo, un accidente marginal. El pensamiento de Bullard ("Si un gobierno sin iniciativa es bueno para el país, se imaginan lo bueno que sería un gobierno inexistente") parece broma pero no lo es; es el programa que manda hoy en el Perú.

Pero incluso sin hablar de una mejor distribución del ingreso –no sea que esto dé lugar a alguna 'maligna' iniciativa gubernamental–, hay mucho de qué preocuparse frente a esta lógica economicista. Por ejemplo, ¿cómo enfrentará su sistema "político" ideal a los promotores de negocios ilícitos, capitanes globalizados de grandes empresas y efusivos creyentes del mercado? Porque no podemos olvidar que –apelemos al economista Moisés Naim–, parte de "Las fuerzas que impulsan el auge económico y político de las redes mundiales de contrabandistas son las mismas que motorizan la globalización" (Ilícito, Madrid, 2006, p. 29). Redes a las que hay que agregar las de narcotraficantes y otras, claro está.

Es una pena pero los intereses privados no están sellados por la santidad; ni los legales ni los ilegales. Así pues, "aunque sea" por esta sencilla razón, son indispensables los gobiernos, el Estado y, sí, la política y la iniciativa.