Las Palmas serán

Se impuso el sentido común y eso está muy bien. Realizar la misa del Papa en Las Palmas es muchísimo más seguro que hacerlo en la Costa Verde y no solo porque se pueda producir un terremoto con tsunami (que habría que ser recontra piña para que se produzca justo en ese momento), sino porque las aglomeraciones multitudinarias siempre involucran riesgos que se multiplican en lugares sin salidas ni infraestructura suficientes. Para todo efecto práctico, la Costa Verde es, literalmente, un callejón sin salida para eventos de esas magnitudes.

Y sí, también se le criticó a Mistura, por la pista de alta velocidad y el mar a los lados, las piedras del acantilado, y sí, también por la tierra en los zapatos y en el chancho al palo.

Lo sorprendente es que haya que felicitarnos porque finalmente se tomó una decisión que jamás debió estar en discusión y, si acaso correspondía discutirlo, era atribución exclusiva del Estado hacerlo. Felicitarse por haber decidido por Las Palmas es como felicitarse por haber decidido no cruzar la pista con los ojos vendados.

El sentido común no es lo mandatorio, sino el interés de alguien independientemente de que sea nefasto para un montón de gente.
Las cabeceras de cuenca, dicen en la Sociedad Nacional de Minería, son una ficción. Sí, una ficción, algo así como pegarse en el pecho un domingo en el salón central de un edificio consagrado a un ser invisible o como las sociedades anónimas. Pero estas cuencas las puedes ver y tocar.

La idea no es vetar la minería porque eso es suicidio; se trata de proteger a las personas y al medio ambiente y su sustento. Por ejemplo, no tirarle plomo al río Rímac. Dígame, compatriota, ¿toma usted agua de caño sin hervir y sin filtrar?