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Calentando motores

“Si quien resulta electo ni siquiera quiere a su ciudad, pues nos tocará a los ciudadanos evitar que el destrozo a la que la someta sea irreversible”.

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Fecha Actualización
El día viernes venció el plazo para la inscripción de los partidos y alianzas que buscan ocupar el sillón municipal, tanto metropolitano como distrital. Así, ha sonado el pitazo inicial para este proceso electoral que será a la vez intenso y corto pues el Mundial será la noticia más importante en el país hasta que se defina al campeón. Mientras tanto, nuestras ciudades se juegan otros partidos y quienes resulten electos se llevarán no una Copa Mundial, sino la gran responsabilidad de sacar adelante su ciudad.
Son 20 los aspirantes a ocupar el sillón metropolitano y lamentablemente en Lima parece que solo se llevarán un premio de consuelo, pues la capital ha continuado cayendo en el hoyo de la desesperanza urbana. Cada vez tienen menos presupuesto (comprometido en concesiones, en deudas impagas y en pagos por incumplimiento de contratos –¡qué incapacidad!–), menos capital político y credibilidad, ni qué decir de la confianza ciudadana. ¿Con qué herramientas la próxima gestión va a gobernar esta megaciudad? ¿Qué alternativas tendrá el elegido? La verdad, no muchas. Eso sí, deberá iniciar su mandato con muchísima expectativa por parte de la población. Quizá ese sea uno de sus pocos activos para lograr un mínimo de consenso y poder promover políticas que –ojalá– guíen a la ciudad en un camino de mejora.
Los candidatos, a quienes hemos visto ofrecer sus promesas en las últimas semanas, vienen de distintos frentes. Algunos son políticos con experiencia, otros han sido alcaldes distritales y hay algunos más que podrían tener buenas intenciones, pero no saben mucho sobre cómo alcanzar una ciudad sostenible. También están aquellos que no sabemos qué hacen ahí: quizá sean ansias de poder o quizá los han convencido de que son “los indicados” por algún grupo de firmes creyentes. Cruzo los dedos porque hasta ahí lleguen nuestras opciones y que ningún mafioso o corrupto quiera colarse (aunque seguro, dada nuestra historia política, no tendremos esa suerte).
Como ya no podemos confiar en nadie, todos los candidatos deberán demostrarnos que no tienen tratos con mafias de construcción ni con los traficantes de terrenos, que creen en que el sistema de transporte debe ser reformado, que saben que la inseguridad ciudadana no se combate a punta de represión y que, de verdad, quieren servir al país y no meterse muchos billetes al bolsillo. La verdad es que esto parece mucho pedir, pero es lo mínimo indispensable que debemos exigir. Ahora, si quien resulta electo ni siquiera quiere a su ciudad, pues nos tocará a los ciudadanos evitar que el destrozo a la que la someta sea irreversible. Aunque sería un merecido castigo por elegir tan mal.