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Belmont y la delgada línea roja

“Belmont ha dicho que los venezolanos vienen a quitarnos el trabajo, atraídos por un operativo que pretende que un millón de ellos vote en las elecciones de octubre”.

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Ricardo Belmont: "Las mujeres venezolanas están bastante potables y papeadas". (USI)
Fecha Actualización
Hay un espacio estrecho que divide el patriotismo del nacionalismo. Y a pesar de que las diferencias entre uno y el otro son sutiles, en esa sutileza reside un mar profundo de matices que hacen de lo primero una linda expresión de comunidad y pertenencia; y de lo segundo, un peligroso foso de miedos y polarizaciones que, en una coyuntura determinada, pueden generar un caldo de cultivo para la violencia. La historia recoge decenas de casos de esta situación.
Esta semana, el candidato a la Alcaldía de Lima por Perú Libertario (partido del comunista Vladimir Cerrón), Ricardo Belmont, ha decidido hacer lo más miserable que un político puede hacer: utilizar los miedos más primarios de las personas y encauzarlos contra un enemigo común. En este caso, el enemigo es un pueblo ultrajado por una dictadura, famélico y con sed de libertad. Son cientos de miles de venezolanos que abandonaron su tierra en busca de un mejor futuro.
Belmont ha dicho que los venezolanos vienen a quitarnos el trabajo, atraídos por un operativo que pretende que un millón de ellos vote en las elecciones de octubre. El padrón electoral ya está cerrado. Solo 26 extranjeros votarán en estos comicios y –entre ellos– hay un solo venezolano. Por cierto, en las elecciones generales y regionales, los extranjeros no pueden votar; solo lo pueden hacer para elegir autoridades municipales. Y todo esto lo sabe el señor Belmont, pero ha preferido recoger un poco de popularidad a cambio de sembrar odio.
Ha señalado que a todos los venezolanos habría que hacerles un examen médico antes de entrar al Perú –Mengele estaría fascinado– y que las mujeres venezolanas están “potables y papeadas”. El problema no es que un hombre cuya inteligencia es bastante limitada haya dicho todas estas cosas; el problema está en que, en una ciudad de furia, caos, miseria y desorden, esas palabras son pólvora para aquellos que buscan un bálsamo para sus propias frustraciones.
Belmont ha llevado el debate político a su esquina más peligrosa, aquella en donde el maniqueísmo nos empuja hacia la falsa dicotomía: si te preocupan los venezolanos, eres un antipatriota porque en Puno la gente se muere de frío, han cacareado varios esta semana. Vean ustedes: una de las maravillas del cerebro humano es la capacidad de lidiar con más de una situación al mismo tiempo. Puedo estar preocupado y ayudando a los puneños y a los venezolanos.
Si alguna desgracia sucediese con los migrantes venezolanos (que son humanos antes que hijos de cualquier país), el señor Belmont tendrá las manos manchadas con sangre.