/getHTML/media/1229342
Nicolás Yerovi: "Celebramos la sobrevivencia"
/getHTML/media/1229339
Fernán Altuve: "¿Presentar candidato de 87 años se puede considerar estabilidad?"
/getHTML/media/1229338
Orgullo de ser peruano: ¿Qué nos hace sentirlo?
/getHTML/media/1229336
Nancy Arellano sobre Elecciones en Venezuela: "Esta no es una elección tradicional"
/getHTML/media/1229265
Zelmira Aguilar: "Alejandro Villanueva creó el estilo de juego de Alianza y Selección"
/getHTML/media/1229195
Cherman: "Quien me quiebra el lado patriótico fue Juan Acevedo con Paco Yunque"
/getHTML/media/1229190
Marco Poma CEO de Tkambio: "Perú está atrasado en materia de 'open banking'"
/getHTML/media/1229009
Javier Arévalo, escritor: "Sin bibliotecas, el hábito de leer no nace en los niños"
/getHTML/media/1228674
Mujeres Aymaras sorprenden con su arte en Desfile de Modas
PUBLICIDAD

Un presipenal

Imagen
Un presipenal. Foto: GEC / Jesús Saucedo
Fecha Actualización
Tener recluidos, al mismo tiempo, a tres expresidentes de la República en un centro penal para procesados por corrupción y violación de los derechos humanos –en este caso la condena más grave es la que pesa sobre Fujimori– es un hecho histórico que ha merecido comentarios y titulares en medios de casi todo el planeta.
Un inquilinato forzoso que podría crecer pronto, pues esperan asimismo a otros dos exmandatarios cuyas deudas con la justicia no permiten descartar ningún desenlace carcelario.
Desde el punto de vista del sistema judicial peruano, como ha señalado el fiscal Rafael Vela, es un éxito lo ocurrido, por más que nos sacuda e interpele lo que tuvo que suceder para que estos personajes hayan ido a dar con sus huesos al confinamiento de la Diroes.
Según Vela, se trata de un éxito porque implica que nadie tiene corona en el Perú cuando de luchar contra la corrupción se trata. Una constatación que fortalece la institucionalidad, reflejando, además, el buen trabajo realizado por los equipos de fiscales, jueces y procuradores que estuvieron detrás.
Pero, por otro lado, desde el punto de vista político y social, es triste y lamentable que luego de la caída del régimen fujimorista, los sucesivos gobernantes y cogollos partidarios actuaran más bien acicateados por las posibilidades de enriquecerse a costa de las arcas del Estado. Y mientras más rápido, mejor.
Ni siquiera el endurecimiento de ciertas normas específicas –promulgadas en los últimos años para lidiar con ese mal– significó obstáculo alguno para concretar sus objetivos crematísticos. Todos ellos, desde luego, éticamente reprobables, si es que no abiertamente delictivos.
El problema de fondo es que hasta la fecha no hay a la vista ningún acto de contrición ni propósito de cambio en la escala de valores de los grupos políticos que participarán en los siguientes comicios. El actual Congreso, en su práctica diaria, demuestra estar incluso en las antípodas de tal actitud, de extremo a extremo ideológico: si tanto maquinan sobre una “reforma electoral imprescindible”, será solo un conjunto de cambios legales en beneficio de ellos mismos.
¿Acaso la evidencia y los antecedentes no indican que, penosamente, estamos condenados a repetir la historia? Una vez más, la única banda presidencial que parece existir para muchos líderes políticos es aquella que, ni bien llegados al poder, puedan organizar para delinquir a sus anchas.