“¡No puedo soportar esta maldita cosa!”, dijo a regañadientes el rey Carlos III durante una ceremonia de firmas en el castillo de Hillsborough, cerca de Belfast, en Irlanda del Norte. Una grosera respuesta que sumó más pruebas a su ya conocido mal temperamento. Pero este no fue un episodio aislado. Dos días antes, también mostró su mal manejo de emociones cuando dejó notar los dientes enfurecido para que retiren un estuche de lapiceros del escritorio durante su proclamación como nuevo monarca. ¿Ahora la monarquía inglesa caminará a punta de rabietas o solo fue un exabrupto causado por la pérdida de un ser amado y la presión de las nuevas responsabilidades?