William Faulkner fue el premio Nobel de Literatura de 1949, pero se lo entregaron recién en 1950. Novelista, cuentista, recreador de nuevas técnicas narrativas, el viejo sureño era una especie de memoria andante de sus propias fijaciones, que cubría con un barniz estético impenetrable y desgarrador. Ese mismo hombre duro, callado y sensible, todo a la vez, fue el que llegó a una pálida Lima, el 7 de agosto de 1954.