En Lince, un barrio céntrico que suele ser tranquilo, un local se convierte en trinchera de delincuentes que impiden una orden judicial de desalojo. Un grupo de encapuchados y enmascarados prende una fogata y exhibe balones de gas como armas de combate. Están allí pagados por una de las partes en conflicto; una práctica extendida en los desalojos, solo que esta vez los matones a sueldo actúan con total impunidad: arrojan sillas a los vehículos que transitan por la concurrida avenida Petit Thouars, lanzan piedras a los peatones que cruzan circunstancialmente frente al inmueble mientras la Policía observa el vandalismo sin intervenir.