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El Perú concentra áreas tropicales densamente forestadas. La flora captura dióxido de carbono atmosférico, lo descompone, incorpora carbono al tejido celular y libera oxígeno a la atmósfera. El sol provee la energía para las reacciones químicas pertinentes. Así opera la fotosíntesis.

La Amazonía es pues una gran refinería que regenera la calidad del aire, deteriorada por el consumo masivo de combustibles fósiles.

China es el principal contaminador. Países como EE.UU., los de la Unión Europea y el Japón expulsan a la atmósfera diez veces más CO2 por habitante que nosotros.

En síntesis, debido al modesto consumo de combustibles fósiles y a la capacidad regeneradora de nuestra Amazonía, el Perú contrarresta la contaminación global, no la incrementa.

No obstante, las potencias pretenden más del Perú. Pretenden restringir sus prerrogativas en la Amazonía y que ONG como el WWF, Greenpeace, o FSC sustituyan al Estado en su administración.

Para lograrlo, actúan en coordinación con agencias internacionales y con la complicidad de burócratas serviles que, a cambio de prebendas, están dispuestos a atar nuestro futuro amazónico, privando a las futuras generaciones del derecho a decidir cómo administrar ese espacio territorial y ecológico. Si en el siglo XX hubiesen logrado su cometido, el gas del Camisea estaría hoy bajo tierra.

Nadie puede estar en contra de políticas ambientalistas racionales ni de los esfuerzos preservadores, pero dejarse manipular por quienes contaminan a sus anchas es un despropósito.

Que no se sacrifique nuestro potencial amazónico a cambio de una banalidad como un puesto en la burocracia internacional o una condecoración.

Recordemos que hombres de armas peruanos como Schenone, García, Escudero y muchos más entregaron sus vidas defendiendo no solo la territorialidad sino las prerrogativas soberanas que esa territorialidad conlleva.

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