Vieron esto.
Esto es lo que dicen que vieron.
Un cúmulo de tierra entre la maleza, una cruz y una mano: un órgano pálido brotando con el gesto del . Nada más.

—Fue horrible. La enterraron así, sus ojos blancos, respirando: fue horrible.

El 21 de febrero de 1948, en su casa de , al norte del Perú, Angélica Flores Castillo —22 años, tres hijos— fue molida a golpes, como otras veces, por su esposo. Los más certeros le dieron en la cabeza y el vientre, y ella cayó al pavimento bañada en sangre, inconsciente. 

Como creía que estaba muerta, él la envolvió en sábanas, la llevó hasta un descampado, la sepultó entre la maleza y, una vez cubierta toda, su mano —dicen— empezó a brotar con el gesto del Sagrado Corazón.
Allí acaba la primera versión de la historia.

La otra versión asegura que todo lo anterior es mentira y que Angélica Flores murió, en realidad, de locura, meses después de alumbrar al último de sus hijos, atormentada por los golpes de su marido alcohólico, y que alguien puso una cruz allí donde se tendió a esperar su hora final el 21 de febrero de 1948. 

Sea como fuere, ambas versiones convergen en un punto: después de su muerte, ella empezó a hacer milagros. Al día de hoy se le atribuyen más de cuatro mil gracias, tiene una gruta con capilla incluida, un puñado de fieles en aumento y tiene, sobre todo, detractores.

Porque hay quienes creen —y dicen— que esto es un invento de Carmen Palacios de Martínez, la promotora de la fe en Angélica, para montar un negocio —su hermandad vende bingos, polos, rosarios, cuadros, cirios; recibe una "caridad" por el milagro concedido— y que esa fe es, en realidad, el fruto de una curiosidad vertiginosa. 

La hermana Carmen afirma que habla con Angélica —"me mostró en sueños cómo la mataron; fue horrible, sus ojos blancos, calladito la boca: horrible"— y que ella le expone, por ejemplo, si uno va a tener éxito en la empresa deseada o no, si va a conseguir trabajo o no, si va a tener un hijo o no, si va a sanarse o no. 

Por eso, desde que lo dio a conocer, sus fieles se reúnen cada lunes para pedirle, rezarle, llorarle. Para pedirle, rezarle, llorarle a ella, una víctima de la , eso sí, en el tercer país que más violenta a las mujeres a nivel del mundo.

(Foto: Miguel Contreras)
(Foto: Miguel Contreras)

                               ***

La capilla está enrejada, decorada con vitrales. Las rejas son color celeste "para que se asemeje al cielo". Se levanta en un terreno donde, por disposición municipal, deberían crecer áreas verdes, pero allí está enterrado el cuerpo de Angélica Flores. Y ella, dicen, hace milagros. Dios se manifiesta a través de su nombre, ella hizo posible que la construyeran, o eso quiere hacer creer la hermana Carmen, que ahora saluda:

—Bendito sea Dios, hermanito. Paz y amor. Angelita ha querido que venga, ya me lo había dicho. Ella está aquí —señala el piso—. Imagínese, varias veces hemos querido sacar su cuerpo para llevarla a un cementerio, pero cada vez se va más al fondo.

Salvo por su voz —un hilo trémulo y lento—, la hermana Carmen se parece mucho a la : el cabello corto y tinturado de castaño, los labios color rosa, una blusa, jeans y botines altos. Ahora, que acaba de llegar, se arrodilla frente a la gruta, toca la foto de Angélica —o Angelita, como le gusta llamarla—, eleva las manos, luego mira al cielo —o al techo de cinc—, aplaude y, tres aplausos después, se sacude como quien saca las pelusas que deja el perro en la ropa. Pero ella asegura que está esparciendo bendiciones. 

Solo entonces se hunde en una silla de plástico y dice bendito sea el Señor. Habla en diminutivos. Habla y llora. Habla y le falta la respiración. Imposta voces (dice que tiene el don de lenguas). Habla y suspira. Habla y vuelve a llorar. Se seca los ojos. Cuando alguien se despide, lanza besos volados.

—Angelita me dijo que lo recibiera con el corazón abierto.
Dice, también, que antes vinieron otros periodistas, canales de televisión, estudiantes de universidades, algunos fotógrafos, pero a través del pensamiento, Angélica le advirtió que no los recibiera "porque tenían malas intenciones".

La historia, sin embargo, ha aparecido en medios. Y en los medios, siempre la hermana Carmen. Cuando la visité, le dije que quería hacer "caridad de amor". Solo así pude conocer esta historia. 

—Ella ya sabe lo que usted va a escribir —sus ojos se abren como si en verdad supiera—, así que le voy a contar la verdad, hermanito. En el nombre del Señor. Diga amén.
—Amén.

Frente al altar, arde una decena de cirios. Cirios rojos, verdes, rosados, blancos, morados, amarillos. Hay, además, coronas de rosas —"a Angelita le gustan las rosas rojas"—, coronas de rosas de artificio, y rosarios. A unos metros, los demás integrantes de la "Hermandad Angélica Flores Castillo" conversan o ríen o lloran con los labios apretados por el llanto o venden rosarios, cuadros, estampillas, cirios y bingos. 

(Foto: Miguel Contreras)
(Foto: Miguel Contreras)

La hermana Carmen solo los mira desde su asiento. Más adelante se sabrá que a ella llega todo el dinero recaudado y entonces lo registra en el cuaderno de la "Caridad de amor". Las primeras páginas consignan ganancias de diez soles, veinte, luego de cincuenta, cien, así hasta llegar a setecientos soles. Todo, asegura, lo utiliza para hacer obra social en los hospitales, orfanatos, cárceles.

Más adelante se sabrá, además, que si la hermana Carmen les dice —o recomienda— que compren pan para el compartir, ellos compran y llevan. Si dice que lleven café, llevan café en baldes, y comparten "porque en Mateo veinticinco treitaicinco dice tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me recibiste". 

Cuando llegó, una mujer la recibió con un beso y cargó su cartera de cuero. Es la misma mujer que luego dirá: "La hermanita reza bien lindo, usted viera. Hasta pone las manos y Angélica sana a través de ella". Esto dicen: toca a los fieles y se diluyen como piezas de naipes. Con las palmas de sus manos, despide males, demonios, brujerías.

(Foto: Miguel Contreras)
(Foto: Miguel Contreras)

Una mujer que ha venido por primera vez —y ha hecho lo que llaman la "Viña de amor"; esto es: poner un cirio verde, morado y amarillo en la gruta y enviar otros tres a cualquier altar de cualquier iglesia (son 60 soles)—, ahora se despide porque debe atender a sus nietos. Ese es el primer precio de los milagros. 

Cae la noche.
—Bendiciones, hermanita. Mucha fe— le dice la hermana Carmen, y le lanza besos volados. Después la mujer compra dos bingos porque es otro paso de la "Viña del amor". Y después, también, la hermana Carmen se reincorpora y pregunta:

— ¿En qué estábamos, hermanito?
Se acomoda el cabello, se rasca la nariz y recuerda:
—Ah, en que te iba a contar desde el principio.
Una lechuza ulula sobre el techo de la capilla.

(Fotos: Miguel Contreras)
(Fotos: Miguel Contreras)

                               ***

A finales del segundo milenio todavía no existía la capilla de rejas celestes, ni Carmen Palacios conocía la historia de Angélica Flores Castillo. En realidad, nadie era capaz de imaginar que ella fuera milagrosa.

El domingo 1 de octubre del 2000, en una casa modesta del jirón Los Andes, en el asentamiento Campo Polo de Castilla, en la periferia de la ciudad, la familia Martínez Palacios estaba terminando la cena cuando se percató de que Roberto, 19 años, estudiante del segundo ciclo del Programa de Ciencias Contables, el segundo de los cinco hijos, aún no cruzaba la puerta para dar, como siempre, las buenas noches.

—Me preocupé horrible. Entonces le pregunté al Señor: 'Señor, dónde está mi hijo, por qué no llega'. Y sentí que me decía: 'ya volverá, ya volverá'.

Roberto había salido desde la mañana a un retiro porque era catequista de la parroquia Nuestra Señora del Tránsito. Según sus amigos, esto había terminado a las siete de la noche. Según algunos de sus vecinos, antes de las ocho lo habían visto camino a su casa. Pero ya eran las once y Roberto no llegaba.

—A la medianoche ya me preocupé. Mi hijito había dejado todo listo porque al otro día debía presentar un trabajo en la universidad, vea.

Roberto aparecería once días después, herido, frágil, con vómitos, con dolores de cabeza. En el departamento policial tuvieron que practicarle un electrocardiograma y un encefalograma; aplicarle, además, una vacuna contra el tétano. Tartamudeaba. Apestaba a orines. No reconocía a nadie. Nada decía. Aún hoy se desconoce qué le pasó exactamente: se presume que fue secuestrado por una mafia de traficantes de órganos. Pero eso se sabría después. En ese momento, Carmen Palacios lloraba y buscaba. Apenas eso.

(Foto: Miguel Contreras)
(Foto: Miguel Contreras)

—Iba a las iglesias, a los parques, a las discos, con mi biblia. Yo, llena de la fe en Cristo, decía: "Señor, sé que mi hijo está vivo".
El 8 de octubre del 2000, en su primera aparición pública, la hermana Carmen dijo eso: que el Señor le había dicho que su hijo estaba vivo.

Fue en diario El Tiempo de Piura. "Universitario desapareció a cinco minutos de su casa", decía el titular. Carmen aparece en la portada con los ojos inflamados por el llanto y los tres diazepam que entonces tomaba, las manos en posición de rezo, sujetando un rosario.

—Yo pedía que me ayuden a buscarlo. Porque buscaba y buscaba como loquita. En Mateo siete, siete doce dice pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

Lo buscó tres días más aquel octubre. Pero de Roberto, ni rastro. En esas andaba la tarde del 11 cuando pasó por la avenida Richard Cushing, que cruza el colegio San Miguel (uno de los más antiguos del país donde, entre otros, estudió Miguel Grau) y sintió, dice, que alguien la llamaba.

—No sé qué fue, hermanito, pero les dije a todos que me dejaran sola, déjenme sola les dije —Carmen llora, suspira: siente—, y caminé, caminé, hasta una cruz.

(Fotos: Miguel Contreras)
(Fotos: Miguel Contreras)

Caminó hasta lo que entonces era una cruz y vio —recuerda que vio—una nube alabastrina de la que salía una luz que la arrojó al piso de rodillas. Levantó los ojos y allí, dibujado en la nube, estaba Cristo ensangrentado, luego alcanzó a escuchar una voz que decía: "Tu hijo aparecerá mañana".

Y a la mañana siguiente, Roberto apareció. Contó a El Tiempo, en la edición del 13 de octubre del 2000, que una chica la llamó para decirle que lo había encontrado en un barranco y lo había llevado a su casa del barrio San Pedro para alimentarlo.

—Me quedé con esa, hermanito. Una nube y a Cristo no se ve así nomás. Así que regresé a la crucecita y era ella, Angelita, la que me había ayudado. Me quedé con esa corazonada.

Terminó el segundo milenio y nadie se inmutó demasiado. Pasaron dos, cuatro años. Hasta que, a mediados de 2004, a Carmen Palacios le detectaron un cáncer radical. Pronto se le cayó el pelo, las pestañas, le aplicaban morfina, le practicaban quimioterapias, vomitaba sangre.

—Entonces me acordé del lugar de la aparición, como si alguien me dictara, ¿me entiende?

Fue un martes. Su hermana la llevó en silla de ruedas, y estaba a punto de terminar el rosario cuando vio, otra vez, la nube alabastrina de la que brotaba una luz que la lanzó al piso de rodillas, luego a Cristo ensangrentado y una voz le decía:"Tú no te vas a morir". O al menos eso susurra, y muestra sus exámenes médicos. En una semana estaba curada.

—Te he salvado para que seas mi sierva. Constrúyeme una gruta y una capilla— le ordenó Angélica.
—Yo las construiré, Angelita.
—Haz rifas y reúne dinero para mi obra.
—Yo haré, Angelita— dice ella que le respondía.
—Haz crecer mi rebaño.
—Yo lo haré, Angelita.

(Fotos: Miguel Contreras)
(Fotos: Miguel Contreras)

Hizo todo lo que le pidió. Hoy, en aquel lugar, hay eso: una capilla, un puñado de fieles y un inventario de milagros concedidos. Lo que no hay son evidencias. Se sabe, sí, que viven dos de los tres hijos de Angélica Flores: Fidel y Lázaro —Flor de María murió hace unos años—, pero raras veces quieren hablar sobre su madre. Angélica es un recuerdo borroso e hiriente, un nombre que se asocia con brujería y no, no quieren.

Hay, en todo caso, especulaciones.
Que el supuesto asesino de Angélica se apellidaba Juárez, pasó unos años encarcelado y se cambió el apellido a Suárez cuando quedó libre. O que el supuesto asesino de Angélica, como quiera que se llame, tuvo otra mujer y un hijo.

—Ese hijo vive y a veces llega a la capilla y me grita loca, loca, loca. Pero yo no digo nada porque sé que estoy haciendo caridad de amor. Y donde hay caridad y amor, ahí está el Señor. Nuestra hermandad sabe eso. Al Señor qué cosas no le hicieron, cuánto daño.

La municipalidad de Piura intentó desalojarlos tres veces. Otras dos, los amonestó por invadir el espacio público.

—Igual hay que ser perseverante. Dios se encarga de lo demás. Lo que no puedo es haber inventado la historia de Angelita. Loca no soy. Lo que soy yo es una seguidora de Cristo, una convencida. Ay, póngame loca si quiere, pero loca por Cristo, ¿ve?

                                 ***

Cada lunes, a las ocho de la noche, se realiza el "rezo solemne" en memoria de Angélica Flores. Se reúnen todos sus devotos. Ciegos que, de pronto, vieron; mujeres que no podían tener hijos y que, cuando tuvieron, los llamaron Angélica de los Milagros, Angelina, Ángelo. Gente que no tenía nada y de pronto tuvo. Mujeres que padecieron el dolor del cáncer y ahora, con certificados médicos en mano, refieren que Angélica los sanó. Esquizofrénicos que también se curaron. Alcohólicos rehabilitados. Madres de adictos a la marihuana que ahora predican. Madres y esposas de presidiarios. Madres de denunciados. Chicos que convulsionaban. Chicos que sobrevivieron a una asfixia, a un asalto, a un accidente.

(Fotos: Miguel Contreras)
(Fotos: Miguel Contreras)

—Yo tenía peritonitis y Angelita me curó. Cuando le vine a pedir sentí que me jalaban los intestinos, como si me sacaran algo. Era ella que me estaba sacando lo malo— asegura Natalia Pingo, trabajadora municipal, cuarentipico.

—Yo no podía quedar embarazada porque tengo un solo ovario. Hoy mi niño ya tiene un añito y venimos a darle gracias— dice una mujer que no dice su nombre.

—Mi hijo tiene dieciséis años y ya se sanó de cáncer. Le juro, hermano, que es una cosa increíble: en el hospital, al menos en el Hospital Regional de Piura, Angelita es bien conocida, y una amiga me dijo que venga a rezarle, que le tenga fe — jura, entre lágrimas, Carmen Ortiz, madre soltera. —Entonces vine, como toda madre que quiere que su niño se sane, y se sanó por obra y gracia de ella. De ella y del Señor.

(Fotos: Miguel Contreras)
(Fotos: Miguel Contreras)

—Yo tampoco podía tener hijos. Tenía quistes, pero mírame ahora, alegre, con mi hijita Angélica, sí, en honor a ella— dice una mujer que tampoco dice su nombre.
—Mi hija Pierina nació con los intestinos pegados. Vine a rezarle a Angelita y en unos meses la operaron y ahora ella vive y canta canciones para Dios— dice una mujer que no dice su nombre pero que muestra la foto de Pierina, la niña sanada.

—A mí se me perdió mi perrita, Brandy, y Angelita la hizo regresar a casa— sonríe una chica que tampoco dice su nombre.
—Yo estaba mal, como loco. Me llevaron a varios brujos, a la iglesia, hasta que conocí a Angelita y me sanó. Ahora ya estoy cuerdo— suspira Adrián Chinchay, 63 años.

—Yo estaba ciego de Dios y ciego de verdad. Hasta que vine acá y empecé a llorar y llorar y cuando me iban a hacer tratamiento ya me había sanado— recuerda Luis, Luis sin apellido, porque no quiere identificarse para el reportaje. Aunque se les garantizó un «off de récord», los fieles insistieron en mantener su nombre en reserva. 

(Fotos: Miguel Contreras)
(Fotos: Miguel Contreras)

Los milagros, en todo caso, tienen algo en común: siempre devienen tras una ráfaga helada en el cuerpo. Y están registrados en el "libro de las Gracias". Según la hermana Carmen, más de un centenar son extranjeros: fieles que cruzan la frontera de Ecuador y Colombia solo para caerse con una flor.
Porque están convencidos.

Están convencidos de que Angélica la de rostro ovalado, aretes de bomba y cabellera ensortijada, nacida un 1 de noviembre de 1926, el día de todos los santos, Angélica la amante de las flores, buena cocinera, cantante de salmos, religiosa impoluta, integrante del grupo de liturgia, llegada a la ciudad desde Huancabamba, la sierra de la región , a los catorce, en busca de trabajo; primero niñera y luego vendedora ambulante, luego chatarrera; Angélica casada a los dieciséis con el hombre que quería por ser mayor que ella, madre primeriza a los dieciocho, miope, un poco sorda, asmática, huérfana de madre, huérfana de padre, muerta el 21 de febrero de 1948 cuando florecían sus 22, hace milagros.

(Foto: Miguel Contreras)
(Foto: Miguel Contreras)


***

América Latina es un albergue prolífico de muertos milagrosos. Atropellados en la carretera, asesinados en los campos o en el desierto, lanzados a la montaña o a la pampa, niños que no conocieron el mundo. A todos ellos, primero, se les rinde un culto privado, luego se divulgan sus cualidades y finalmente se los eleva al pedestal de santos populares. La iglesia católica —que consigna alrededor de siete mil santos en la última edición del Martirologio Romano— los considera una idolatría. Su Catecismo señala que la virgen y los santos son intercesores; el único capaz de conceder milagros es Dios. 

—Pero Dios se manifiesta a través de Angélica, hermano. En el nombre del Señor— dice la hermana Carmen, cuando la visito. 

Es un día de sol y, naturalmente, ella lleva un vestido también de flores y alpargatas. Están, además, los otros dirigentes de la Hermandad. Me olvido pedirles sus nombres, pero no hace falta: también han recibido gracias, hablan de lo mismo. Los sabré días después: Zunilda Martínez, Delicia Herreros, Mercedes Peralta y Freddy Chunga.

—Tome asiento, en el nombre del Señor, tome asiento.
Cuando era niña, Carmen Palacios —la mayor de seis hermanos— pasaba los recreos en la capilla de su colegio. Allí aprendió esa frase que repite todo el tiempo: "En el nombre del Señor". Lo decían las monjas cada vez que la saludaban, y ella la memorizó porque, cosas de la vida, quería ser monja también. 

Mientras sus amigas jugaban vóley, Carmen niña rezaba en el altar, de rodillas, o limpiaba las efigies de los santos. Le decían Camu, Camuchita. A los quince años había decidido ingresar al convento, pero su padre se negó a firmar el acta de conformidad porque —le dijo— quería verla crecer a su lado, de modo que se decidió por la Educación Inicial.

Unos años después, al borde de los veinte, conoció a su ahora esposo, Guillermo, con quien tuvo cinco hijos. Llevando vida de casada, sin embargo, tenía algunas costumbres novicias: evangelizaba en los orfanatos, en las cárceles, en los hospitales, llevaba víveres o ropa aunque el dinero llegara a casa a cuentagotas —su casa era de esteras y piso de tierra, y estaba en la periferia—, besaba los pies de los enfermos que visitaba y ella decía que eran los pies de Cristo.

(Foto: Miguel Contreras)
(Foto: Miguel Contreras)

Así la pasó buen tiempo mientras asistía a una agrupación de laicos llamado Rosa Mística y luego Juan XXIII. Cuando le diagnosticaron cáncer, tuvo que dejar la docencia y olvidarse, también, de todo lo demás. Por fin —en realidad, por primera vez— empezó a preocuparse por ella. En aquellos días, Angélica Flores le indicó, paso a paso, lo que debía hacer y allí, dice, empezó su fortuna. Su fortuna espiritual, claro está. 

Sus hijos ingresaron a una universidad del Estado. El mayor devino en ingeniero. El segundo, Roberto, el hijo perdido, ahora es contador, padre de dos niños, y encargado de Fierros Asesores Construcciones y Servicios Generales S.R.L., la empresa de la familia. El tercero y cuarto son economistas. La última estudia Medicina y es gerente de su empresa de Catering. La familia Palacios Martínez pasó de la periferia a una de las zonas exclusivas de la ciudad. Pronto, me dijo, formarán una ONG y un kínder al que llamarán "Gracias de Jesús". Pero eso será después, dentro de meses, tal vez en unos años.

El día en que la visité era jueves, hacía sol y sonó el celular de uno de los presentes: la alerta de llamada era una canción de . Una canción de Bob Marley no debería sonar, precisamente, en la casa de una mujer consagrada.

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