“El debate sobre el salario mínimo y la pobreza debe ir mucho más allá de discutir un monto; debe incluir acceso y calidad de los servicios que el Estado debe brindar”. Foto: Andina
“El debate sobre el salario mínimo y la pobreza debe ir mucho más allá de discutir un monto; debe incluir acceso y calidad de los servicios que el Estado debe brindar”. Foto: Andina

En estos días se ha vuelto a mencionar la posibilidad de aumentar la Remuneración Mínima Vital (RMV) y otra vez escucharemos los mismos argumentos a favor y en contra. Los primeros dirán que el monto actual de S/1,025 no alcanza para cubrir la canasta mínima familiar, de casi S/1,600. Los segundos dirán que elevar la RMV supone poner la valla más alta para crear empleo formal y que las familias suelen tener más de un ingreso.

En el debate técnico se dirá que aumentar el sueldo mínimo solo beneficiará a un porcentaje reducido de trabajadores, que son los que tienen la suerte de contar con empleo formal y el contraargumento será que la remuneración del informal también refleja el impacto de la RMV. Al final, la decisión será política.

Lo cierto es que sí hay quienes viven (o sobreviven) con el salario mínimo. Algunos tienen en el hogar más de una fuente de ingresos formal o informal; otros se las ingenian para alimentarse en los comedores populares o, más aún, en las ollas comunes. En estas, muchas veces hay familias subsidiadas por el resto de la comunidad que acude a la olla. Son conmovedoras las muestras de solidaridad que pueden hallarse entre quienes tienen poco y, aun así, ayudan a quienes tienen menos.

El gerente de una empresa comentaba que una de las cosas que lo habían vuelto más consciente de la magnitud del problema de los bajos ingresos era la cantidad de veces que las personas preguntaban no por el salario mensual, sino por el diario. Eso nos hace suponer que esas personas tendrán que ingeniárselas para llegar, desde el momento en que son contratados, hasta fin de mes o la quincena en que reciben su primera remuneración.

Otro tema a abordar cuando se habla de empleo y pobreza es el de transporte, tanto en tiempo como en costo, pues afectará directamente el monto que la persona tenga disponible para gastar en otras cosas, como alimentos. Llegar al trabajo puede tomar a una persona dos horas de ida y dos de vuelta, horas que podría dedicar a trabajar y ganar un dinero extra. Pregunté a una persona por qué no utilizaba el Metropolitano dadas sus ventajas en términos de tiempo de movilización y respondió que era por lo costoso. Incluyendo el medio de llegada hasta y desde la estación del Metropolitano, el costo era de S/10 diarios.

Para mejorar la calidad de vida de las personas debemos ver mucho más allá del salario mínimo: cuánto le toma conseguir atención médica (en caso de que efectivamente llegue a recibirla), cuánto llevar a sus hijos a la escuela. Para poder trabajar con niños pequeños, ¿tienen acceso a una guardería o los dejarán al cuidado de una vecina a la que pagarán?

El debate sobre el salario mínimo y la pobreza debe ir mucho más allá de discutir un monto; debe incluir acceso y calidad de los servicios que el Estado debe brindar.

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