Dirigencia de Alianza calificó de imposible la llegada del Tigre a Matute. Por ahora.
Dirigencia de Alianza calificó de imposible la llegada del Tigre a Matute. Por ahora.

Crucificado, muerto, pero no sepultado, los últimos días de Guillermo Salas en Matute fueron de prolongada agonía. Un injusto calvario ha puesto de patitas en la calle al buen Chicho, que supo mantener a Alianza Lima en lo más alto de ese paraíso que en algún momento fue ese pedazo de La Victoria durante sus cortos meses como entrenador.

Sometido a latigazo limpio en su inmerecido camino a la cruz y condenado por no profesar más el estilo de juego de la religión aliancista, el pequeño salvador no está más en Matute desde el último lunes, pero deja su santificada estadística. El bicampeón busca la gloria del tercer título consecutivo, y también un técnico. Cual gracia divina y como si fuera una señal que envía el de arriba en momentos apretados, aquella misma tarde una esmirriada, pero glorificada figura se dejaba ver en el aeropuerto Jorge Chávez.

Ricardo Gareca, como descendido de los cielos, aparecía entre los mortales para recibir la adoración de esos circunstanciales peruanos de paso por ahí. Declarado santo para buena parte de este país que tocó el cielo tras el partido ante Nueva Zelanda que nos devolvió a un mundial de fútbol tras 36 años, apenas lo vieron, decenas de aliancistas fueron a su encuentro y le suplicaron, algunos, que se haga cargo de Alianza para alcanzar junto a él ese ansiado tricampeonato. “Profe, firme por Alianza” y hasta “Gareca blanquiazul” se escuchó en los exteriores del terminal aéreo.

Pronto, la noticia de su presencia en Lima se extendió a lo largo de la nación aliancista, pueblo devoto que llenó las redes con anuncios de buenaventuras por la llegada de su dizque salvador, a quien encomendaban en sus manos el espíritu del actual campeón del fútbol peruano.

Pero las alabanzas no sirvieron de nada para los entusiasmados feligreses blanquiazules. Gareca, sorprendido del pedido de los hinchas, había vuelto al Perú como cualquier mortal para resolver temas personales, junto a su hijo y a su representante legal. Nada de señales divinas. Nada de enviados celestiales. Ni enterado el Tigre de las últimas en Matute. Coincidencia pura.

EL SEÑOR DE LOS MILAGROS

Lo cierto es que tras sus milagros futboleros en estas tierras incaicas, el nombre de Gareca solía aparecer por estos lares y otros más lejanos como solución a los males que aquejan a algunos equipos.

Ofertas le llovieron tras anunciar que su ciclo con la ‘Blanquirroja’ había llegado a su fin. Ya desde el año pasado corría el rumor de que el extécnico de nuestra selección llegaría hasta el club de la billetera gorda.

Los de Ate, esa familia crema a la que hizo campeón del Apertura una noche de junio de 2022, cuando -cuentan los fieles exagerados de la U en el pecho- hizo el milagro de convertir por unos meses a Donny Neyra en Juan Román Riquelme, también rogaban porque se hiciera cargo del equipo del bicentenario, ese título obligado que exigen los cremas.

Su milagro mundialista no pudo repetirse el año pasado cuando Australia y su gigante Andrew Redmayne nos hicieron descender al mismísimo infierno tras ser fusilados desde los doce pasos. Tampoco hubo milagro, y más bien sobraron rezos, en su glorioso Vélez Sarsfield, donde él mismo pidió irse tras ganar solo uno de los 12 partidos que dirigió. Sus cuatro títulos en cinco años son ahora más que nunca un imborrable recuerdo por allá.

Gareca llegó a Lima, pues, más mortal que cualquiera. Su presencia allí no era precisamente la iluminada rosa roja, esa inequívoca señal de que un milagro está por venir en la lacrimógena serie mexicana.

Más tarde, y tras librarse del Chicho, pero no de su legado ni de sus números, la dirigencia del club íntimo calificaría de imposible algún acuerdo con el Tigre, y de casualidad -una simple casualidad- su presencia en Lima, aquella tarde del lunes en la que Salas supo irse por la puerta principal, pese a que le dejaron abiertos largos días el portón trasero.

Mientras, y pese a ello, el nombre de Gareca sigue rondando en las salas de redacción de Deportes como una posibilidad aún abierta de ponerse el buzo blanquiazul. De haber aceptado, habríamos estado ante la posibilidad de que un nuevo entrenador argentino alcance un título con Alianza, como lo hizo Carlos Bustos hace tiempos remotísimos. Tan remotos como la infausta temporada de Daniel Ahmed, otro argentino, aunque nada querido, que hizo pisar fondo al club de La Victoria el pandémico año 2020.

Alianza quiere apostar su ficha del tricampeonato nacional a la segura. Y, en el fútbol, nada ni nadie garantiza un título. Ni siquiera Gareca, ese santo al que algunos le siguen rezando y prendiendo velitas y piden, a pesar de Reynoso y sin haber empezado la eliminatoria, que regrese a repetir con la selección peruana -con el equipo de todos- ese milagro que no pudo repetir el año pasado. Gareca es por ahora, en el planeta fútbol, un mortal más. Tal vez pronto regrese a él esa santificada acción que nos llevó a la sanación mundialista. Te lo pedimos, señor.