Después de la oscuridad, se hace la luz. El vóley peruano, ciertamente, venía atravesando uno de sus momentos más oscuros luego de quedar fuera de los Juegos Panamericanos 2023 y de culminar en último lugar el Sudamericano que se llevó a cabo ese mismo año. En aquel torneo, una derrota ante Chile, rival históricamente dominado por nuestra Selección, fue la gota que derramó el vaso y que, aparentemente, prendió las alarmas en la Federación Peruana.
Y es que así es el deporte. Se puede contar con una laureada tradición y con mucho talento (como definitivamente es el caso peruano), pero eventualmente se llega a un punto en el que es necesario empezar a hacer las cosas de forma distinta. La confluencia de incontables factores internos y externos que llevan a un estancamiento deportivo a veces solo puede ser sorteada apostando por empezar de nuevo; por una refundación.
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Fue así como, apenas hace unos cuantos meses, se trajo a Antonio Rizola, entrenador que cultivó y cosechó los triunfos más importantes de la selección de Colombia. En tan solo siete años, el brasileño llevó a las ‘cafeteras’ de los últimos lugares de los torneos internacionales a un oro sudamericano, una medalla de plata en los Panamericanos de Lima 2019, y su primera clasificación a una Copa del Mundo. El estratega, de larga carrera —desde el inicio de su carrera, en 1989, formó generaciones de voleibolistas brasileñas, sumando a su trayectoria un paso por la poderosa liga italiana—, tampoco era ajeno a los títulos: puede jactarse de haber levantado tres campeonatos mundiales (y muchos más a nivel continental) con la selección de Brasil en categorías menores.
Sin embargo, para liderar un ambicioso proyecto a mediano y largo plazo, no hace falta solamente un currículum condecorado. Las formas de Rizola fueron lo que terminó convenciendo a la FPV de invitarlo a dirigir. Un tipo dedicadísimo a su trabajo y a los detalles, quien, con la paciencia propia de una figura paternal, ha sabido potenciar las fortalezas de sus dirigidas, muchachas —a quienes el DT considera su “segunda familia”— que aún siguen en el colegio. No obstante, la juventud no le ha parecido pesar a un grupo capaz de manejar la presión de cargar con la ilusión de un país que siente sus victorias deportivas con una euforia y entusiasmo descomunales, pues no suelen ser muy habituales, ni más numerosas que sus decepciones.
La mano del técnico y el temple de sus jugadoras quedó evidenciado a partir del segundo partido de la fase de grupos del Mundial Sub-17 que se llevó a cabo en Lima, y que llegó a su fin ayer por la noche. Las ‘matadorcitas’ supieron recuperarse de una dura derrota inicial con Brasil, clasificaron a octavos de final, y lograron vencer a Argentina, campeón del último Sudamericano de la categoría. El partido de ayer por el quinto puesto, que enfrentó nuevamente a las peruanas con las brasileñas, no debe ser visto —independientemente del resultado— como una revancha, sino como un premio. La última oportunidad para que las chicas y su inseparable hinchada pudieran celebrar esta inolvidable aventura deportiva, que colocó al equipo peruano entre los seis mejores del mundo.
¿HAY CON QUÉ REFUNDAR?
Ya se cuenta con una idea firme y objetivos claros a largo plazo. Después de todo, Rizola fue claro cuando llegó, afirmando que este Mundial de Lima 2024 serviría para aprender, sin importar que “nos masacren”. Felizmente, en la Federación parecen estar de acuerdo con dicha prudencia. Asimismo, la base de un equipo joven, talentoso y con potencial, también es un ‘check’. Por ese lado, el trabajo está en manos del ‘profe’ y de las chicas, y, a juzgar por lo visto durante el último par de semanas, va por buen camino. La entrega de las muchachas y su negación absoluta a bajar los brazos en momentos adversos no son virtudes que aparecen por sí solas, como por arte de magia.
No obstante, aún hay mucho por hacer, pues los grandes proyectos deportivos no pueden descansar exclusivamente en sus protagonistas en la cancha. Se necesita también de una liga competitiva, en la que todos los clubes inviertan y trabajen con sus deportistas desde edades de academia. El otro factor fundamental es la hinchada. La euforia originada en este Mundial debe transformarse en afición. Hay que acompañar el deporte y llenar más coliseos, pues, sin duda alguna, chicas como las de esta sub-17 se lo merecen.
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