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Víctor Hurtado: “Al lector hay que darle densidad y claridad. Hay que ser claros; sencillos, nunca”
Acaba de publicar el libro Otras disquisiciones, dos volúmenes con artículos y ensayos desde 1996. El ensayista Víctor Hurtado Oviedo Radica en Costa Rica desde 1989. Perú21 lo entrevistó.
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En la imagen que ilustra esta entrevista vemos a un hombre mimetizado con sus libros. Su cuerpo sentado está como resignado al mandato del lente fotográfico, su mirada quizás piensa en el recuerdo de lo último que leyó o su boca discretamente cerrada tal vez oculta lo que mastican sus dientes sobre algún pensamiento reciente. Y sus largos brazos, los de un hombre de 1.80 metros, esperan reincorporarse para seguir con la vida de un peruano en Costa Rica.
Es el segundo piso de su casa. Como la pared de libros que vemos detrás de él, hay otra igual al frente y, en los lados, tiene estantes hasta la cintura. En otra habitación acumula más volúmenes, y, en el primer piso, más. Varios en la ingenua espera de ser leídos. Y, entre libros, Víctor Hurtado Oviedo responde estas preguntas. Prefiere las entrevistas escritas. ¿Por qué? No se lo pregunté. Pero se hace la excepción al tratarse de un prosista de aquellos. Martha Hildebrandt dijo: “Tiene una agudeza para jugar con el idioma...”. O Luis Jaime Cisneros: “He aquí una prosa realmente extraña por lo firmemente acentuada, lo bien erguida…”. Testimonios recogidos para los dos volúmenes que comprenden Otras disquisiciones. Edición definitiva, reducida y aumentada, editado por Artífice Comunicadores. Obra que agrupa exquisitos artículos y ensayos escritos, desde 1996, en diarios y revistas.
“Soy un viejo jubilado dedicado a leer lo que otros escribieron para mi edificación y mi distracción, y uno debe corresponder tales atenciones, cual hombre de bien”, escribe.
¿Qué pensar sobre este 2023 que se acaba? Fue un año de guerras en el mundo.
Así es: una cosecha de mal año: un vino amargo y rojo obscuro como la sangre espesa.
¿Qué esperar de 2024?
Que se lleve el 2023. De paso sea dicho, quienes digan “veinte veintitrés”, en vez de “dos mil veintitrés”, deberían ser infamados con recibir todas las entradas a un recital de Luis Miguel: es lo menos que merecen, salvo que añadamos a Alejandro Fernández, de modo que el Potrillo Asno se sume al Chanchito Trinador —ocho patas y ni una oreja—.
Esta pregunta es ambiciosa e ingenua, pero hay que hacerla: ¿cuál es el gran problema de la humanidad hoy?
Esa pregunta es más ambiciosa que yo. Hace unos años, junto con Juan Acevedo, fui a visitar a Martha Hildebrandt, quien me acusó de adolecer de falta de ambición. “Tiene usted razón, doctora”, le respondí. En realidad, prefiero las faltas de ambición antes que las faltas de ortografía.
Ahora bien —nunca hay que perder la oportunidad de decir algo tan elegante como “ahora bien”—, creo que el gran problema del mundo sigue siendo cómo defender el pensamiento ilustrado y racional, contra todos los fanatismos, sean políticos, religiosos o laico-idiotas, como la peste “woke” y los identitarismos raciales, étnicos, sexuales y los que fueren. De por mí soy tonto, y esas bellaquerías pretenden ayudarme a serlo más.
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¿Qué nos rescata como humanidad?
Lo mismo que nos condena: nuestro instinto gregario pues crea el riesgo del fanatismo, pero también nos ha permitido sobrevivir como especie y ser generosos. En el siglo XVII, el duque de Rochefoucauld predicaba que todos nuestros males surgen de nuestra incapacidad para vivir solos. En el siglo XX, Jean-Paul Sartre escribió que “el infierno son los otros”. Ciertos filósofos juegan en pared, como algunos futbolistas, aunque el duque y Jean-Paul erraron el tiro al arco.
En realidad, el infierno y el cielo son los otros porque nacemos con la necesidad irreversible de vivir en grupos, y con los demás podemos hallar la desgracia, pero también la felicidad. En su libro Dignos de ser humanos, el historiador neerlandés Rutger Bregman explica cómo el vivir en grupos fue un factor esencial para sobrevivir como especie, e incluso para imponernos sobre los neandertales.
La civilización moral consiste en ampliar la idea de “mi grupo” a grupos mayores, de manera que terminemos convirtiéndonos en cosmopolitas; es decir, en “ciudadanos del mundo”, como enseñaron los estoicos. Esta misión es difícil, tal vez imposible, y así lo creen el primatólogo Frans de Waal en su libro Bien natural y el politólogo Francis Fukuyama en el suyo, El liberalismo y sus desencantados. No estamos programados por la biología para amar igualmente a toda la humanidad, sino a nuestros prójimos, los próximos, pero la civilización consiste en persistir en la solidaridad; de lo contrario, regresaríamos a las guerras entre las cavernas.
¿Por qué se fue a Costa Rica en 1989, año crítico para el Perú?
Un amigo, Jorge Flores Lamas, uno de los fundadores de El Diario de Marka, me ofreció un trabajo en una agencia de noticias en Costa Rica, y acepté. Cuando esa agencia se cerró en San José, el director del diario La Nación me ofreció un puesto de editor, y también acepté. Estuve allí durante veintidós años. Luego me reencontré con el ocio, al que no veía desde que, siendo un niño, me matricularon en el colegio La Salle.
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Usted dice que no es escritor, pero, con la prosa que tiene, ¿no es cínico decirlo?
No, porque entonces debería escoger entre dos vicios: el cinismo o la mentira. Digo la verdad cuando afirmo que no soy escritor, aunque tal vez debería precisar que nunca me he sentido escritor; lo explico en el prólogo de mi libro. Pasan meses antes de que encienda mi computadora, y no escribo a mano pues se me ensucia con la tinta porque soy zurdo. En resumen: soy un no escritor que ha vivido de escribir, pero en periódicos, como millones de chicos de la prensa. Ya que carezco de prosa al caminar, intenté fallidamente tener buena prosa en la escritura. Note que “prosa al caminar” viene a ser un peruanismo, y fuera del Perú puede ocurrir la confusión de “prosa al caminar” con “escritura” y llegarse a la penosa conclusión de que alguien escribe con los pies.
Vía WhatsApp me pide responder sobre una eventual poética.
Sería desmesurado tenerla, pero sí trato de seguir algunos consejos: nunca escribas todo lo que se te ocurra y nunca publiques todo lo que escribas. También intento adecuarme a la escuela conceptista, de Francisco de Quevedo: crear ideas llamativas, ingeniosas o paradójicas, y escribirlas con el menor número de palabras y apelando a figuras retóricas. Yo soy un vecino del barrio de Quevedo, no un súbdito del reino de Cervantes. Por último: no escribir frases “de relleno”, flojas. Al lector hay que darle densidad y claridad. Siempre hay que ser claros; sencillos, nunca. No digo que yo siga estos consejos, pero la intención es lo que vale, como decimos siempre los perdedores.
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Usted sí es lector. ¿Cómo es serlo?
Todos los no lectores son iguales, aunque cada lector lo es a su manera —esto ya parece el comienzo de Ana Karénina—. Yo soy un lector-hurón; o sea, un lector metiche, que huronea en varios libros a la vez. Reconozco que muchas veces no termino un libro porque ese libro ha terminado antes conmigo, pero no importa pues siempre hay más libros para no terminarlos. En realidad, los libros secuestrantes son pocos, pero son, y esto nos compensa de los demás. Me toma mucho tiempo el leer, muestra de respeto para con quien ha invertido su tiempo en escribir. Un buen libro no es una comida rápida. También anoto y subrayo, y creo que un libro no subrayable es un libro no legible.
Escribe con acierto: “Importa más el uso del tiempo que el tiempo; o sea, se viven obras, no días”. Si usted no fuera el autor, ¿podría ser un texto de autoayuda? ¿Cuán lejos y cuán cerca estamos de la autoayuda y no lo sabemos o queremos?
Ojalá yo nunca sea un texto de autoayuda porque sufriría la tentación de leerme. En cuanto a lo que usted cita, sí, podría ser un texto de autoayuda para quien necesite tal consejo. El problema con los libros de autoayuda consiste en que son como las medicinas de venta libre: las adquiere alguien que necesita otra medicina u otro libro. Las meditaciones de Marco Aurelio y las ideas de Epicteto pueden leerse como autoayuda, y no creo que esto les disguste ahora, muchos siglos después.
Lo suyo también es el bolero. ¿Llegó a ser cantante de boleros? ¿Qué tiene el bolero que hasta hoy encanta?
Nunca he cantado porque intento ser un buen vecino. Aparte de las letras, que pueden ser hermosas, el ritmo del bolero y el de las baladas son moderados, socialdemócratas, a diferencia del tango, siempre marcial. Digo esto con la esperanza de que mi tanguero amigo Mito Tumi no haya llegado hasta aquí, mas él perdonará: en Borges, hermanos.
¿Tiene usted algo que añadir?
Sí: que esa debió ser la primera pregunta.
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AUTOFICHA:
-Víctor Augusto Hurtado Oviedo (Lima, 1951) fue periodista. Es miembro correspondiente de la Academia Peruana de la Lengua y miembro honorario de la Academia Costarricense de la Lengua. Dejó el Perú en 1989, cuando partió a Costa Rica, donde vive hasta el día de hoy.
-En el libro Otras disquisiciones, Víctor Hurtado escribe en su autodenominada ‘Autobiografía no autorizada’: “Aunque soy unisexual, también soy bigenérico: mis géneros son el bolero y el ensayo…”. Y en otro pasaje: “Yo siempre he detestado escribir, y la verdad es que no sé qué hago aquí”.
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