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Una novela por entregas: Sexto capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’
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LA BRUJA
Era un lunes por la mañana. El frío y la resaca por haber tomado los últimos cinco días no dejaban que Nicolás se pare de la cama. Pero le urgía ir al baño, así que agarró una novela corta y entró. Se bajó los pantalones y se sentó en el gélido retrete, pensando que se le hundirían las bolas de frío. Estuvo leyendo durante casi media hora y dobló la esquina superior de la página donde se quedó. No leía libros en orden, solo los escogía al azar y leía alguno que otro capítulo; por esto todos tenían por lo menos una o dos páginas con doblez.
Cogió el papel higiénico y se hizo la primera pasada. Lo sintió un poco más caliente de lo normal. Cuando lo revisó, notó que este, al igual que la porcelana, estaba pintado por coágulos de sangre. No pudo soportarlo, se le debilitaron las piernas y le dieron náuseas. Pasaron unos minutos y pudo controlarse. Se terminó de limpiar, se subió los pantalones y fue hacia el hospital.
Nicolás odiaba los hospitales: los pisos blancos y relucientes escondiendo bacterias y enfermedades, los doctores sonrientes atendiendo como si no pasara nada, así el paciente esté al borde de la muerte. La hipocresía redundaba en ese ambiente, pero esta vez su situación no le daba otra opción, parecía algo serio.
Cuando llegó, lo atendió una enfermera muy amable, pero demasiado lenta. Aunque para Nicolás podría significar sus últimos minutos de vida, para ella este solo era un número más en la pantalla.
– Si muero por su culpa, regreso de la tumba para llevarla conmigo –pensó.
– ¿Su nombre? –preguntó por fin.
– Nicolás Dulles.
La ansiedad que le generaba la resaca empezaba a quitarle también la respiración.
–¿Por qué ha venido?
Volteó a ver a su alrededor y sintió que todos lo miraban. Pensó que tal vez lo hacían para compararse y ver si valía la pena que él esté primero en esa larga lista de espera o simplemente para entretenerse con lo que podría haberle ocurrido.
– Me he sentido mal y quiero que me revisen –dijo sin mayor detalle.
Ante su respuesta, las personas dejaron el interés por él y voltearon a escuchar el destino del siguiente. Pasados unos minutos, lo hicieron entrar. El área de emergencias estaba armada por pequeños cubículos separados por maderas muy delgadas. Desde su camilla podía escuchar la respiración de sus vecinos.
Sentía angustia, una fuerte presión en el pecho, la sensación de haber matado a alguien y la sensibilidad en sus sentidos aumentaba sin ayudarle. Culpaba a los cinco días de borrachera, al estrés de estarse terminando sus únicos ahorros y el no haberle contestado la carta a Linda. Su cuerpo y mente reaccionaban al bajonazo de la resaca, a los conocidos ‘muñecos’, ‘duendes’ o, como le decía Eduardo, ‘la bruja’.
– Las paredes deberían ser más gruesas –sugirió Nicolás a la doctora.
– No te preocupes, los de al lado tienen igual o peores problemas –contestó.– Cuéntame. ¿En qué te ayudo?
– Me he sentido mal.
– ¿Mal de qué?
– Bueno. He cagado sangre.
– ¿Mucha?
– Lo suficiente.
– Ahora te revisamos –contestó la doctora y, dirigiéndose a la enfermera, le pidió unos guantes blancos y vaselina.
– ¿Para qué es eso?
– Revisaré por dentro.
– No te preocupes, ya me siento mejor –dijo Nicolás asustado.
La doctora se puso el guante y remojó su dedo índice en la vaselina.
– Es solo un momento –dijo. – Es para descartar hemorragias.
Nicolás se puso dándole la espalda en posición fetal, se bajó los pantalones y cerró los ojos para pensar en otra cosa. Sintió el dedo entrando, luchando contra los músculos que se cerraban al descubrir a un intruso penetrando lo impenetrable. ‘La bruja’ había venido a follarlo esta vez.
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– Bueno, terminamos –dijo la doctora. – Parecen unas hemorroides.
Nicolás, intentando calmar las ansias, quiso sacarle una sonrisa a la doctora con un pequeño chiste. Pero naturalmente ninguna persona cuyo trabajo sea meterles el dedo al culo a sus pacientes tiene ganas de reírse. Esto le hizo sentirse un idiota.
– Recomiendo que no comas cosas pesadas y evitar el alcohol en los próximos días.
– No volveré a tomar.
– He escuchado a muchos decir eso.
Nicolás regresó a la pensión y se quedó leyendo, intentando olvidar su día. Esta vez terminó libros enteros, sin necesidad de doblar las páginas. Pero en ningún momento pudo encontrar la soledad que necesitaba para tranquilizarse. ‘La bruja’ estuvo presente, entre la taquicardia y los ataques de pánico, para acompañarlo hasta el día siguiente.
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