RICHARDS. Alfonso Santistevan y Haydeé Cáceres conforman el eje que sustenta la historia
RICHARDS. Alfonso Santistevan y Haydeé Cáceres conforman el eje que sustenta la historia

Por Valentín Ahón

“Hadleyburg era la ciudad más honrada y austera de toda la región. Había conservado una reputación intachable por espacio de tres generaciones y estaba más orgullosa de esto que de cualquier otro bien”. Así comienza el cuento escrito por Mark Twain titulado El hombre que corrompió Hadleyburg, una obra concebida durante el proceso pos Guerra Civil en los Estados Unidos y adaptada para el teatro por Mateo Chiarella, director del montaje que se presenta en el teatro NOS de la PUCP.

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El cuento fue un recurso elegido por Twain para desplegar ingenio, crear personajes y describir la sociedad de su tiempo. Como lo hizo Julio Ramón Ribeyro. El primero con sentido del humor y el segundo con escepticismo. Lo cierto, sin duda, es que ambos optaron por el realismo. Por eso El hombre que corrompió a una ciudad conecta con el público. Nos muestra lo difícil e hipócrita de una convivencia, los convencionalismos, las apariencias, el qué dirán y la complejidad de las relaciones humanas.

¿Podría un limeño vivir en el Hadleyburg a finales del siglo XIX? La avaricia e hipocresía son patrimonio universal. El cuento de Twain y la adaptación de Chiarella demuestran que la miseria humana no ha perdido vigencia. Está el político que solo ve su provecho personal. El periodista sin escrúpulos. También el empresario que no conoce principios y el religioso caído en desgracia. ¿Reconoce usted a estos personajes?

La propuesta de Chiarella captura la esencia humana para decirnos, una vez más, que los seres humanos son presa fácil de los códigos sin sentido, de las apariencias que condicionan nuestras relaciones y del dinero que determina, en más de una ocasión, la variabilidad de conciencias. Una feliz conexión con la premisa de Twain: vernos como sociedad sin filtros, por más dolorosa que sea la realidad.

Para lograrlo tiene actores que cumplen con su concepción. Alfonso Santistevan y Haydeé Cáceres conforman el eje que sustenta la historia durante dos actos. Gracias a su actuación como el matrimonio Richards movilizamos nuestro entendimiento e imaginación para ser también ciudadanos de Hadleyburg y formar parte de una asamblea municipal donde las conciencias probas son tan escasas como en el Congreso de nuestros tiempos.

Alberto Isola, impecable y convincente sobre la escena, es el atormentado reverendo Burgess. Otro personaje que captura, a pesar de no estar durante todo el montaje, es Barclay Goodson interpretado por Luis Peirano. Nada menos que la voz interior que nos recuerda nuestra condición de humanos. Junto a ellos está Luigi Valdizán como Jack Halliday, quien versátil y con dominio de escena, complementa la narración de la trama.

Escenografía de nuestros tiempos que simplifica recursos e iluminación precisa en una propuesta que no definiría como musical. Me arriesgaría a decir que es un montaje con canciones sobriamente interpretadas gracias a la excelente ejecución de tres jóvenes músicos: Adelaida Mañuico (violín), Franco de Lorenzi (banjo/ guitarra) y Keiter González (contrabajo).

El hombre que corrompió a una ciudad nos puede ayudar a averiguar qué tan honestos somos, a reflexionar sobre la condición de ser humano o descubrir quien define la incorruptibilidad. Puede usted tomarlo como comedia o drama. Lo cierto es que somos vulnerables, directa o indirectamente, ante la corrupción. No lo olvide.


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