Lee al mismo tiempo tres o cuatro libros. “Parece que nunca me basta con uno, siento una urgencia devoradora de empezar nuevos libros antes de acabar el anterior”, me dice.
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Se encuentra en Zaragoza, donde nació y vive, a medio camino entre Madrid y Barcelona. Detrás de ella está parte de su biblioteca. Una pared de libros, uno tras otro, perfectamente reunidos. A un lado, un mueble ideal para sentarse a leer. “Me hace muy feliz vivir rodeada de libros”.
Son las palabras de Irene Vallejo, la connotada autora del célebre libro El infinito en un junco (Penguin Random House), publicado hace cinco años. Un ensayo que aborda la invención del libro, sus orígenes, pero con viajes al presente y la incursión de la cultura popular.
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La filóloga y escritora será parte del Hay Festival Arequipa, del 7 al 10 de noviembre. Pero hoy estará en Lima, dando una charla sobre creación literaria y lectura. A las 7 p.m., NOS PUCP, Camino Real 1037, San Isidro.
También suele tener en la mesa una torre de libros de poesía. “Sea lo que sea lo que esté leyendo, la poesía siempre tiene que estar ahí”, me dice, sonríe y sostiene entre sus dedos dos libros de nuestro César Vallejo: Trilce y Los Heraldos Negros, ediciones de Losada de Argentina, que datan del siglo pasado.
Vaya, conservas ediciones antiguas.
Es que estos libros tienen una historia importante en mi familia, porque mi padre le regaló a mi madre Trilce y ella dice que así se enamoró de él.
¿En qué circunstancias le regaló?
Se conocieron en la facultad de Derecho en la universidad. Mi padre se hizo amigo del hermano de mi madre y le regaló Trilce para agradecerle, pues muchas veces estaban en su casa y ella les preparaba meriendas.
Suena tan cotidiano y ‘Trilce’ es un libro complejo.
En aquella España de la dictadura, la mayoría de la literatura que podríamos llamar experimental estaba prohibida. Toda la generación a la que perteneció César Vallejo estaba censurada. Entonces, leer este libro que se abría paso en España, pues venía con el aura de algo prohibido, clandestino, que hablaba de ese mundo exterior, porque salir de España en aquel momento era muy difícil, significó la apertura a otro mundo y a otra literatura muy distinta de la que estaba permitida. Fue un deslumbramiento que ella tuvo con César Vallejo. Al punto de que en la familia muchas veces recitamos versos de Trilce como parte de la vida cotidiana. Si estoy en el mundo, se lo debo a César Vallejo.
¿Cómo llegó tu padre a Vallejo?
Por el apellido, por el azar de descubrir que había un poeta muy conocido de quien le hablaron varias personas. Eso despertó su curiosidad. Pero la verdad es que se lo regaló a mi madre sin haberlo leído.
Acabas de publicar ‘El inventor de viajes’, donde vuelves a los clásicos, como en ‘El infinito en un junco’. ¿Por qué esa vocación por lo clásico?
Supongo que tiene que ver con la fascinación infantil por los relatos fundacionales de las distintas culturas, no necesariamente de la mía. Me encantaba que me regalasen libros de relatos tradicionales, orientales, chinos, japoneses, de las culturas originarias americanas, mitologías nórdicas, mediterráneo, africanas. Pero tengo que decir que todo empezó con una serie de dibujos animados de la televisión, que era una especie de Ulises galáctico, era de naves espaciales, pero los protagonistas se llamaban Ulises y Telémaco. Y mi padre me dijo: “¿Pero tú conoces la historia del verdadero Ulises?”. Esta noche te la contaré y así empezó una serie de narraciones, no con el libro sino con sus palabras.
¿Qué edad tenías?
Menos de 4 años (sonríe). Pero para que no se diga…, todo empezó con la televisión (risas).
La televisión también puede producir contenidos interesantes.
Por eso en El infinito en un junco me gusta jugar con la cultura popular al mismo nivel que lo que se entiende como alta cultura. De hecho, uno de mis últimos proyectos ha sido una adaptación al cómic de El infinito en un junco. Cuánta gente a través de las historietas o del cómic ha entrado en el mundo de la lectura.
Han pasado cinco años de la publicación de ‘El infinito en un junco’, pero parece que fueron veinte.
(Risas). Te agradezco que lo digas. Todo lo que ha sucedido es totalmente anómalo y hasta cierto punto inexplicable, porque cuando lo estaba escribiendo parecía que era un compendio de causas perdidas. Un libro sobre los libros justo cuando nos decían que se acababa la lectura barrida por las pantallas y toda la oferta de ocio. Un libro que reivindica los clásicos en un momento en que casi están desapareciendo de los programas de estudio. Una defensa de las humanidades y de las bibliotecas en un momento en que están especialmente asediadas y cuestionadas. Parecía que el libro tenía todos los requisitos necesarios para no ser un libro comercial.
Es que también se trata de una épica del libro.
Para entender el presente necesitamos conocer la historia que nos ha llevado hasta aquí. Entonces, El infinito en un junco también es un libro sobre el presente. Para entender la importancia que tienen ciertos fenómenos hay que conocer todo su recorrido. Antes que defender en abstracto los libros, preferí contar toda la historia de las aventuras, de las búsquedas, de los peligros, de las invenciones, del fervor de tanta gente, de los coleccionistas, de los apasionados incluso capaces de asesinar por los libros de los grandes reyes que fundaron bibliotecas. Además, siempre me han intrigado mucho las primeras veces. Hay muchas claves en esos orígenes: qué sabemos sobre los primeros lectores, las primeras lectoras, cómo fueron las primeras bibliotecas, las escuelas más tempranas, los primeros que escribieron y cómo lo hicieron, cómo empezó la venta de libros y su circulación, la traducción.
Escribes sobre Alejandría: “La ciudad de los placeres y de los libros; la capital del sexo y la palabra”. ¿Qué decir del carácter hedonista del libro hoy?
Hasta cierto punto, los libros han perdido el aura del privilegio, porque al principio de los tiempos eran posesión de los más ricos, los grandes clanes sacerdotales; casi nadie podía permitirse tener libros. En la medida que ahora se han hecho más comunes, han perdido el aura de ser especiales y excepcionales, pero eso se contrarresta con el hecho maravilloso de que muchas más personas tengamos acceso a la experiencia literaria. Por otro lado, es cierto que estudiarlos y convertirlos en lecturas educativas y obligatorias puede dar esa sensación de que ya casi leer un clásico no fuera un acto libre, sino una especie de imposición. Pero está el fenómeno de los clubes de lectura. Creo que es la primera vez que sucede algo así. Un movimiento espontáneo de gente que se reúne para comentar los libros, y esto no es impulso de un ministerio, de una universidad, de autoridades culturales, no ha sido planificado como estrategia de promoción de la lectura. Ha sido un movimiento espontáneo y contagioso que atraviesa fronteras. Ese es un reencuentro con el hedonismo de los libros. También hay hedonismo por aprender, saber, descubrir, transportarte a otras épocas que no puedes visitar. Todas estas personas dejan sus tareas y obligaciones en un mundo regido por las pantallas y donde las redes sociales intentan atraparnos con sus tentáculos todo el tiempo posible; hay gente que tiene la personalidad de dejar las pantallas, las redes sociales y reunirse para hablar de libros.
Y también están los talleres de escritura creativa.
Que se están multiplicando. Yo creo que ahora hay más gente que escribe que en ninguna otra época de la historia. Lógicamente, en otros tiempos había un obstáculo esencial que era la alfabetización; la gente no escribía porque para una gran parte de la sociedad leer y escribir no formaba parte de su experiencia. Hay mucha gente que parecía no destinada para ser lectora y luego los libros le cambian la vida.
¿Y hay más gente que lee?
Escribir es una forma de leer. Está unido. Me parece muy difícil que una persona que no ha leído nada, tenga el proyecto de escribir. Pessoa, el poeta portugués, solía decir que empezaba leyendo y en un momento dado se daba cuenta de que casi estaba reescribiendo el libro; leer es una actividad creativa; a veces completas un libro, lo imagina, creas en tu mente, creamos imágenes asociadas a los libros.
‘El infinito en un junco’ lo escribes antes de la pandemia y fue un boom post pandemia. ¿Hoy qué agregarías?
Desde que se abrieron las fronteras pude empezar a viajar para acompañar las 40 traducciones del libro en distintas lenguas. Y hago una autocrítica de haberme quedado reducida a un espacio geográfico pequeño: Egipto, Mesopotamia, Europa. Asia no tiene el espacio que merecería. Y faltan continentes: África, América. Si ahora lo escribiera intentaría recoger esas aportaciones. La escritura y los libros tienen una característica curiosa: han sido inventados independientemente en lugares muy distantes sin contacto entre ellos. Hay todo un universo que merecería otro libro.
¿Ya piensas en una secuela o parte dos?
Para más adelante. No es el libro en el que estoy trabajando ahora. Un proyecto así necesita mucho aprendizaje y estudio. Me gustaría hacerlo más adelante. Pero la idea de secuela o continuación me parece un poco peligrosa, porque me gusta que los libros nazcan como proyectos autónomos, que tengan conexiones, pero que uno no esté al servicio del otro.
En el libro escribes que la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nos volvieron escépticos. ¿Cómo saldremos de este tiempo de guerras?
Hacer predicciones es muy arriesgado siempre, porque vivimos en un mundo muy confuso, complejo e inesperado. Pero hay que darle protagonismo al cuidado del planeta, es urgente. Tenemos que ser conscientes de la fragilidad humana. En una época tan tecnológica y, en algún sentido, tan despiadada necesitamos contrarrestarla con un fortalecimiento del humanismo.
Pensando en Dickens, como lo haces en el libro, ¿estamos en el mejor de los tiempos y en el peor de los tiempos?
Siempre vamos a estar en el mejor de los tiempos y en el peor de los tiempos (risas). Siempre vamos a tener razones para el optimismo y para el pesimismo. El progreso no es una entidad que se vaya manifestando en avances permanentes, sino que retrocedemos en algo, conseguimos logros, avanzamos en unos frentes y retrocedemos en otros. La democracia que parecía gozar de gran prestigio, pues se ve cuestionada y amenazada por nuevas formas de fanatismo. Las cosas valiosas las tenemos que estar construyendo de nuevo cada día y defendiendo siempre, porque sino se desmoronan. Por eso quizás me apasiona tanto la historia, porque es el relato de todas esas búsquedas, errores, tropiezos, avances, equivocaciones, malas interpretaciones.
¿La historia es el relato del futuro?
Sí o al menos, como decía la filósofa Hannah Arendt, es el futuro el que nos lleva hacia el pasado. La posibilidad de construir un proyecto futuro depende de todo el bagaje de experiencias acumuladas en el pasado, es nuestra única brújula. Para mí la filosofía, la historia y las lenguas son absolutamente imprescindibles si queremos construir una imagen de futuro que se parezca a lo que soñamos.
¿Qué amenaza al libro?
La censura, que estamos viendo incluso en países democráticos. En Estados Unidos la asociación de bibliotecas ha lanzado una llamada de auxilio, porque hay muchas personas que exigen que se retire del préstamo y de la lectura a libros que les parecen dañinos o con los que no están de acuerdo. Es un peligro el hecho de que algunos gobiernos no consideren valioso invertir en bibliotecas públicas, en mantener las que ya hay. Es peligroso que no se entienda la necesidad de apoyar la promoción de la lectura. Es peligrosa la piratería. Pero siempre he creído que el mayor peligro es el desinterés, la desidia, no darle importancia a las políticas culturales. Primero hay que aprender bien a leer para después aprender leyendo.
¿Qué pasará con el libro?
Soy una gran optimista. Los libros han demostrado a lo largo de los milenios ser grandes supervivientes. Hay pocos objetos de tanta antigüedad que siguen vivos y activos en nuestra vida cotidiana. Umberto Eco menciona al vaso, la cuchara, las tijeras, la rueda y unos pocos más. La antropología demuestra, por otro lado, que aquello que ha sobrevivido durante mucho tiempo tiene más posibilidades de seguir adelante que las novedades tecnológicas. Aquello que ha durado es porque se ha forjado atravesando el tiempo. El libro es uno de esos objetos. Pero el libro en un sentido abstracto, porque el libro es pura metamorfosis, no ha dejado de cambiar para adaptarse a las necesidades de los seres humanos.
Autoficha:
-“Soy Irene Vallejo Moreu, tengo 45 años. Nací en Zaragoza, España. En la Universidad de Zaragoza estudié Filología clásica y después me doctoré en Filología clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia (Italia). La Filología estudia la lengua, el lenguaje y la comunicación”.
-“En la facultad empezaron 20 personas. Fui la única de mi promoción de Filología que se graduó. La vorágine de viajes para festivales y ferias del libro no me está dejando tiempo para concentrarme en el nuevo libro. Me gustaría ensayar un híbrido entre ficción y no ficción”.
-“Estos festivales como el Hay Festival en Arequipa se parecen un poco al Museo de Ptolomeo, donde se reunían escritores, científicos, pensadores, filósofos, maestros de distintas disciplinas, y convivían juntos para inspirarse mutuamente. El Hay es uno de los más vibrantes y brillantes”.
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