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Sobreviviendo a Pablo Escobar

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CONTRA ESCOBAR. J Balvin, uno de los músicos colombianos más importantes del momento y quien vivió en Medellín durante la etapa de Escobar, ha pedido a sus colegas no glorificar la cultura de la violencia y el narcotráfico en las letras de sus canciones.
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Hay una cosa clara: Pablo Escobar fue el asesino y criminal más sanguinario de Colombia. Durante los años ochenta y comienzos de los noventa, fue la personificación del mal en el país sudamericano como en todo el mundo. Hizo de la desolación y violencia su bandera, con más de 4 mil muertes a su cuenta. No tuvo reparos en atacar a políticos, jueces, periodistas, policías o rivales. Hacer explotar un avión o dinamitar edificios públicos nunca fue tan habitual como en los años del terror de Escobar. Como también el haber implantado en los ciudadanos de Bogotá y Medellín la sensación maldita de que, a causa de los frecuentes ‘cochebombas’, había posibilidades de nunca más volver a casa. El narcotraficante que llenó de cocaína las calles de Estados Unidos, y tiñó de sangre y plomo las de su país.
Ayer se cumplieron 30 años de su muerte y, si bien su régimen de terror finalizó con su cuerpo tirado en el tejado de la casa donde se escondía en Medellín, Colombia aún no puede liberarse de los efectos de su figura.
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Como suele ocurrir con ciertos nombres siniestros de la historia, Escobar ha hecho el tránsito de persona a personaje. Se podría decir que ello ocurrió tan pronto se conoció de su muerte. En 1995 el actor Miguel Sandoval dio vida al recientemente fallecido capo de la droga en la comedia negra Cómo conquistar Hollywood. Un retrato corto, sin explorar a profundidad en la vida del narcotraficante.
Pero la aceleración de esa conversión tiene una bisagra. El periodista colombiano Alonso Salazar J. fue uno de los primeros autores que se sumergió en los orígenes familiares y sociales de Escobar, recogió testimonios y archivos para armar una biografía que finalmente fue publicada a comienzos del milenio bajo el nombre La parábola de Pablo. Era la primera vez que se revisaba la evolución de la personalidad del criminal. Éxito de ventas, la obra se convirtió en la novela que daría pie a Pablo Escobar, el patrón del mal, la serie que Caracol estrenaría en televisión pública en 2012, iniciando una década en la que la figura del narcotraficante ha sorteado espacios peligrosos entre el mito, la romantización y el olvido.
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Éxito en el rating (promedios de audiencia de 26 puntos), la serie abrió la polémica en torno hasta dónde la dramatización de este personaje puede llegar a exaltarlo y seguir perpetuando una imagen violenta de Medellín y Colombia. Por otro lado, ¿hasta qué punto una ficción puede resultar parcializada y no abarcar todos los ángulos de un personaje?
Fue solo el inicio. A la novela de Salazar le han seguido más de una treintena de títulos en torno a Escobar, su entorno o influencia. Incluida, la trilogía escrita por el propio hijo de Escobar, Juan Pablo. Lo mismo en producción audiovisual. Si bien la primera y segunda temporada de la serie de Netflix Narcos llevó la historia de Escobar a nuevas generaciones, el mismo camino han seguido otras producciones de Hollywood. Javier Bardem (2017) y Benicio del Toro (2014) han sido algunas de las figuras que han encarnado al criminal.
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Esta extraña fascinación o seducción por el personaje (ejemplos hay, como Al Capone o Bonnie y Clyde) se ha extendido a la moda, la música, la cultura popular e, incluso, los videojuegos.
A Óscar Naranjo, el general ya retirado que estuvo involucrado en la operación de su captura en 1993, le llama poderosamente la atención el número de gente que visita la tumba de Escobar en Medellín o de los jóvenes que llevan polos del criminal en el pecho. “Son fenómenos que la humanidad deja crecer y terminan confundiendo”, mencionó hace poco en CNN. “Estoy seguro de que un joven no mide el daño que hizo Escobar y lo que representó como destructor de vida”, termina.
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