El apellido Huarcaya proviene de dos líneas originarias: además de ser herencia de Yahuar Huaca, conocido como el séptimo gobernante del imperio inca, su procedencia también se extiende a un pueblo homónimo de Huancavelica, que el fotógrafo nacional Roberto Huarcaya (Lima, 1959) visitaba en su infancia para reencontrarse con su familia. Más de medio siglo después, su propuesta creativa Huellas cósmicas encabezará el pabellón peruano en la sexagésima edición de la Bienal de Venecia, que congrega cada dos años a los proyectos visuales más importantes del mundo y donde creadores de distintas nacionalidades sueñan con inmortalizar su obra ganando el León de Oro. Para efectos de esta cita internacional, se le pide que el nombre de la muestra esté traducido al inglés: Cosmic Traces. Este año el título del encuentro es “Extranjeros por todas partes”, una declaración del curador brasileño Adriano Pedrosa contra el racismo y la xenofobia.

La muestra de Huarcaya llegará a este encuentro entre el reconocimiento y los desacuerdos de críticos y agentes culturales por su presunta falta de convivencia con la naturaleza peruana, además de ser un “desperdicio” de oportunidades –dicen sus críticos– para visibilizar el arte de las comunidades indígenas en el Perú.

Estar fuera del país de origen no es la única forma para sentirse excluido del sentido de nación, sino también quedar en una zona gris entre divisiones que hasta podrían ser ideológicas. Críticas surgidas en nombre de la “desconexión con la Amazonía” calificaron el trabajo de Huarcaya, haciéndolo sentirse también como un extranjero en su propio país. “Creo que en nuestro país existen muchos países. Nunca han llegado a cimentarse como una nación. Somos un país fragmentado, dividido, complejo y desigual. Mirando a esta parte del país, me siento distante. Es esta sensación ambivalente de pertenencia. Creo que no tiene que ver con territorios, sino con actitudes y valores”, menciona.

Para Huarcaya, su participación en Venecia es un gran logro tras ser reconocido en un “concurso totalmente abierto y sin ningún tipo de pertenencia específica para los autores”. Su propuesta centrada en cómo “la naturaleza es lo más olvidado en términos de vínculos con lo humano” –asegura– termina calzando “perfectamente con el concepto de la Bienal”.

La obra de Huarcaya fue finalmente elegida en agosto por el jurado del Patronato Cultural del Perú (conformado por 13 personas, 12 limeños y 1 paraguayo) sobre otros 26 proyectos artísticos. El fallo final generó gran debate en el sector cultural por su posición en la representación peruana, con la mención de una presunta indiferencia ante la iniciativa que quedó en segundo lugar, “Koshi Kené”, de la artista shipibo-konibo Olinda Silvano y el limeño Harry Chávez.

Lejos de tomar una posición indolente, Huarcaya comprende las discrepancias y se atreve a mencionar disparidades concretas dentro de la competencia que lo eligió. Apuntes para mejorar. “Creo que es cierto que hay desigualdades inmensas en el país que se trasladan a lo artístico. Hay desigualdades históricas por resolver, y entiendo que se demande. El problema no está en los artistas, sino en otros espacios y dinámicas. Hay que tratar de repensar la forma del proceso, donde las instituciones son básicamente limeñas. Es el centralismo clásico. Además, hay una clara presencia mayoritaria de hombres en el jurado. Es la foto actual de nuestra sociedad y cultura”, manifiesta a Perú21.

Cosmic Traces es una representación del país mediante una serie de fotogramas de gran tamaño desarrollados durante la última década, con la inclusión de “Océanos”, como registro fotográfico del mar peruano; “Andegramas”, de los Andes peruanos; y “Amazogramas”, de la selva amazónica.

No son fotografías comunes. Según su creador, nacen tras su decisión de abandonar las cámaras tradicionales, incapaces de exhibir la densidad e inmensidad de la selva, y explorar la técnica del fotograma para “capturar la esencia de los interiores de la Amazonía”. Huarcaya describe su solución radical: utilizar largos rollos de papel fotosensible como medio para “tocar” la vegetación de la naturaleza en su forma más íntima, colocándolos entre la flora y fauna durante la noche, aprovechando la luz de la Luna y los destellos ocasionales de tormentas tropicales. “Tuvimos una facilidad inmensa para mover el material dentro de la selva y generar por contacto la captura de su representación”, cuenta.

LA PERUANIDAD

La bienal segmenta a los artistas entre Núcleo Contemporáneo, centrado en creadores invitados; y Núcleo Histórico, en homenaje a legados significativos. Y el Perú presenta una delegación importante. Por ejemplo, las obras de Julia Codesido (1983-1979) y José Sabogal (1888-1956), principales representantes del movimiento plástico indigenista a mediados del siglo XX, y de Elena Izcue, ilustradora e impulsora del arte precolombino en el país, se exhibirán ante los ojos del mundo como reconocimiento a su aporte para el desarrollo de la cultura peruana.

El pabellón nacional también contará este año con la presencia especial de los artistas invitados Violeta Quispe (Lima, 1989), Rember Yahuarcani (Pevas, 1985) y su padre Santiago Yahuarcani (Pucaurquillo, 1960), quienes comparten sus raíces indígenas en cada uno de sus trabajos. Acaso un impulso firme al concepto de la muestra y al llamado de Pedrosa, una vitrina para intérpretes indígenas, outsiders, autodidactas y “aquellos tratados como extranjeros en su propia tierra”.

Algo similar ocurrirá en España, donde la peruana Sandra Gamarra Heshiki (Lima, 1972) se convertirá en la primera artista extranjera en encabezar el pabellón del país ibérico. Desde una mirada consciente de la historia entre españoles y latinos, su proyecto “Pinacoteca migrante” consta de un recorrido por seis salas para exponer las consecuencias de la colonización mediante la violencia, patriarcado y racismo.

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