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Raúl Romero: “Hago reír para que sus caras se vuelvan bonitas”
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Raúl no siente que hubo un momento de inicio o una puerta de ingreso a su carrera como artista. Desde siempre hubo música y jarana en su familia, en su barrio, en su vida. Cuando tenía once años y vivía en Epaña salía todos los viernes en su colegio a algo que llamaban teatro, pero que en realidad era un espacio donde los estudiantes salían a cantar, bailar, recitar o hacer alguna otra gracia.
Raúl era el chico de los anuncios: “Floristería La Reja, vende flores con abeja”, recuerda. Inventaba cosas chistosas para hacer reír a sus amigos y maestros. Al final del año lo invitaron a participar con su número artístico en los juegos florales, ante un auditorio más grande, pero a Raúl le dio vergüenza y se echó para atrás.
Regresó a Lima y sus hermanas Elena y Bárbara ya empezaban a cantar en restaurantes, clubes y otros locales, pero él aún no se planteaba la idea de concretar algún proyecto para mostrar sus cualidades escénicas. Conoció a una chica alemana y la siguió hasta Hamburgo, llevó todos sus papeles para inscribirse en una universidad y establecerse allá. Sin embargo, cuando aterrizó a suelo europeo, la novia le dijo que ya no lo quería. Romero se fue a España y se matriculó en la facultad de Derecho, en la Universidad de Barcelona. Vivió durante un año allá, pero, según sus cálculos, solo fue a clases unas 20 veces, hasta que un día le dijo a su compañero de cuarto: “Me voy a Perú, voy a triunfar”. Así volvió a nuestro país y arrancó su trabajo musical, televisivo y, ahora, su primer libro infantil titulado Zooilógico (Ekaré, 2019).
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¿Tus padres fueron artistas?
Mi mamá y mi papá cantaban a dúo muy bien, bailaban tango como nadie. Nuestros viajes familiares en el carro eran horas y horas de cantar, mi viejo haciendo payasadas. Tuve un ambiente promotor de lo artístico. Hay mucha gente que tiene todo el arte y todo el talento, y lo manifiestan en un ámbito familiar, pero no lo cristalizan a través de un espectáculo.
¿Cuál fue la primera presentación en escena que podríamos llamar profesional?
Puede ser el primer día que cobré por una entrada para hacer algo con los Nosequién o antes, quizás, cuando me preparé para un evento en una parroquia en Balconcillo donde cantamos los cuatro hermanos. Eso supuso mucho ensayo y por lo tanto ya es una presentación barnizada de profesionalidad.
¿Durante tu temporada universitaria en España ya componías canciones?
Cuando volví acá ya tenía canciones, como “Aló, Gisela”, “La pacha”. “Recorriendo basurales” la hizo mi amigo Álvaro Rocha en una juerga, tocando un balde. Con esas canciones, en la universidad, grabé un casete de una manera muy básica y se lo presté a un amigo, que se lo hizo escuchar a Germán Vargas, que a su vez tocaba con Fernando Ríos y Alfredo Sillau –todos miembros de los Nosequién y los Nosecuántos–, quedamos para ensayar y así formamos la banda.
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¿Cómo se hace para escribir canciones que perduren a lo largo del tiempo?
¡“Los patos y las patas” la cantan en los nidos! Pero creo que “Las torres” es la canción de mayor perduración, es una creación monumental de Alfredo Sillau y creo que es porque todo lo que dice sigue vigente. “Magdalena” tiene ese gancho de la parte “Negra, negrita, negra coche de tu madre”, probablemente por la manera tan propicia de meter una lisura y a todos les encanta.
¿Por qué no has regresado a la televisión?
Me propusieron hace poco algo nuevo que sí me gustó, pero no salió. Yo solo volvería a la televisión a hacer algo nuevo, pero si no es nuevo, que a mí me resulte muy cómodo... Ya no quiero un programa diario, sino uno semanal y grabado. En realidad, no hay una motivación mía de volver a la televisión y, por el otro lado, no hay un acuerdo sobre lo que queremos.
Pero dejaste un grato recuerdo en toda la gente que te vio en Habacilar.
Cuando yo hacía el programa no me daba cuenta del efecto que tenía en las personas. Mira, Habacilar no sale hace nueve años, pero lo quieren tanto, lo recuerdan tanto, reaccionan tan alegremente a pequeñas y medianas cosas del programa, como el “Baile del chivito”, la cara de Roger. Recién estoy aprendiendo a mirar atrás y ver lo que hice.
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¿Y qué crees que has hecho?
Divertir a unas tres generaciones. ¡Es algo grande!
Durante esas épocas no sentíamos mucho orgullo sobre nuestra identidad.
Colectivamente, es cierto. Pero siempre tenemos que detenernos, incluso en el peor de nuestros días, para revisar de qué debemos sostenernos y levantarnos.
¿Por qué tienes esa vocación de hacer reír?
Yo me considero una persona estéticamente guapa y más bien considero que todos los demás son feos. Hacerlos reír es para que sus caras se vuelvan más bonitas; o sea, es un mecanismo para ver a la gente tan bonita como yo (risas). No lo sé, alguna vez alguien me ha hecho reír y me ha gustado lo que he sentido y he querido que los demás sientan eso, o simplemente es una desviación mental. Yo soy zurdo, medio torpe, tiendo a ver las cosas siempre desde otra perspectiva.
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¿Cómo nace la idea de tu libro Zooilógico?
Yo no pensé en hacer un libro, esta es la recopilación de adivinanzas que yo les hacía a mis hijos, una recopilación de once o doce que yo recordaba y de unas veinte o más que tuve que hacer porque a alguien se le ocurrió hacer un libro con esto. Me senté frente a la computadora y me puse a escribir las adivinanzas en un Excel.
¿En Excel?
Sí, por eso es que durante el lanzamiento del libro, en agosto, en Barcelona, dijeron: “Esta es la primera vez que edito un libro cuyo borrador me fue enviado en un Excel”. Todo el mundo se rio, pero así nace el libro.
AUTOFICHA
- “Soy Raúl Gustavo Romero Salazar, nací en el 3720 de Gamínides, que viene a ser aquí en la Tierra 1961, nací en la época de los vientos azules, que son unos vientos de 300 o 400 grados de temperatura, que viene a ser aquí marzo. Soy piscis, lo cual significa que no soy escorpio”.
- “Nací en el Hospital del Empleado, mi primera casa fue en Balconcillo; luego me fui a La Victoria, en El Porvenir; mi tercera casa fue en Barcelona; mi cuarto hogar fue frente al parque Güell (Barcelona), un lugar que ahora la gente visita a borbotones, pero antes no”.
- “Entré a estudiar Antropología en la Católica, pero al segundo ciclo me cambié a Economía. Después de la revolcada en matemáticas me cambié a Derecho, que terminó siendo para mí una carrera muy bonita, no la terminé, pero me encantó el Derecho. Muchos de mis amigos son abogados”.
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