Los 50 de Miki. (Foto: Javier Zapata)
Los 50 de Miki. (Foto: Javier Zapata)

Miki, con polo celeste, cuenta como quien confiesa una travesura, que se trasnochó con su pareja, la música y tatuadora Fátima Foronda, en una fiesta de música electrónica. “Me fui a dormir a las 4 a.m.”. La razón de tal desvelo es que quiere prepararse para retornar a los escenarios. “Cuando vuelva a tocar, no lo voy a hacer a las 5 p.m. Terminaré 1 o 2 a.m. y no voy a estar con sueño. Ya estoy listo”.

Miki, sobreviviente dos veces al cáncer, es virtuosamente necio. Esa voluntad resiliente lo ha llevado a acumular casi 50 años de vida musical.

Recuerda que, siendo veinteañero, fue el gran Félix Casaverde, guitarrista de Chabuca Granda, quien le dio el primer puntillazo hacia lo que sería no solo su carrera, sino su forma de vida. “Félix sacó un casete del bolsillo. Me dijo que me lo aprenda. Era Chabuca ensayando con Lucho González”.

Miki hizo lo propio hasta que, con el retorno de González luego de una estancia en Argentina, formaron una amistad y una relación de maestro-pupilo que sentó las bases de su formación musical.

Foto: Javier Zapata/Perú21
Foto: Javier Zapata/Perú21

Viajó a Boston a estudiar en el prestigioso Berklee College of Music. Ahí, ansioso de aprender, tomó la mayor cantidad de cursos que pudo. Dormía cuatro horas en la noche. Pero la carga académica y el estar solo le pasaron factura luego de más de un año.

“Oscurecía a las 4 de la tarde. El único ser vivo con el que podía hablar era una planta que tenía en mi casa. La poca plata que tenía me la mandaba mi papá. 300 dólares”, recuerda.

Su vecina le invitaba pan integral, a lo que él le sumaba tabaco negro, café y mantequilla. Miki, aprovechando que Boston queda en la costa, compraba choros (3 libras por un dólar) y los acompañaba con fideos.

Luego migró a Nueva York y de ahí a San Francisco, específicamente a Oakland, un barrio negro. Ahí probó el funk y conoció a Bill Summers, percusionista de Herbie Hancock.

Miki González estudió jazz en la prestigiosa Berklee College of Music en los setenta y estudió la música negra sobre el terreno en El Carmen, Chincha.

En una oportunidad, un amigo lo llevó a un concierto de la banda de synth pop Devo. “‘¿Para qué me traes a ver estos blancos?’, le dije. Me dijo: ‘Escucha, ¡Devo es la evolución de la humanidad!’. No entendí la música, pero sí me pareció interesante porque todos los principios que usaban estaban en el jazz que yo había estudiado. Eso me marcó y me hizo interesarme en el rock”.

Miki, que ya tenía entonces 29 años, volvió a Lima para llevar adelante su proyecto de fusionar jazz con ritmos afroperuanos. “Como no era buen músico, no podía vivir de la música. Entonces dije: ‘Sigo estudiando en El Carmen, con Amador, con Félix, con Lucho González, y cuando tenga cierto nivel, ya saldré a tocar’”.

La oportunidad llegó. Un casete de Alaska y los Pegamoides le inspiró a versionar una de las pistas agregándole el ritmo afroperuano. “Huevito Lobatón no tendría más de 18, 19 años. Entonces le digo: ‘¿Por qué no te haces unas pasadas de zapateo?’”, cuenta.

Eso le picó el diente, al punto de armar su primer álbum. Una de las canciones compuestas por Miki y con la letra corregida por César Calvo se llamaba “Oba meboto”, primer sencillo del álbum, con ritmo de festejo, que tuvo la participación de Jean Pierre Magnet. Era la primera vez que se hacía una fusión comercial de reggae con panalivio.


El fenómeno Akundún

Luego de varios años de exitosa carrera haciendo rock (imperdibles: Puedes ser tú, 1986, Tantas veces, 1987 y Nunca les creí, 1989), decidió retomar su exploración de los ritmos negros. El resultado, el icónico álbum Akundún, cuyo sencillo del mismo nombre se volvió un fenómeno musical.

‘Akundún’, jerga de los viejos negros del Carmen para referirse al acto sexual, mezclaba el rock con panalivios, festejo y zapateo. El disco marcó también la complicidad de Miki con el clan Ballumbrosio, al que introdujo en el mundo profesional de la música.

“No había cajón en su casa, no había instrumentos. No tocaban. Ellos se han hecho profesionales conmigo. Ahora son de un nivel de talla mundial”.

Resiliente músico y humano entrañable, Miki González está lejos de colgar la guitarra. Por el contrario, enfrenta la vida y su proceso de recuperación del cáncer con el entusiasmo y jovialidad propia de quien quiere sacarle el jugo a la vida. La música sigue sonando.


Tenga en cuenta

  • Su primer acercamiento a los ritmos peruanos fue gracias a los maestros Félix Casaverde y Lucho González, este último guitarrista de Chabuca Granda.
  • En los setenta, en Oakland, San Francisco, Miki mantuvo amistad, y complicidad musical, con Bill Summers, percusionista de Herbie Hancock. Con él ingresó al universo musical negro de la costa oeste de Estados Unidos.

VIDEO RECOMENDADO

Pedro Yaranga sobre la cabecilla senderista Martha Huatay

TAGS RELACIONADOS