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Mauricio de Romana (1935-2023): El último visionario
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Recuerdo, como si fuera ayer, la última vez que viajé con Mauricio a su entrañable valle del Colca. Fue en agosto de 1997. Él eligió entonces ascender al lugar, no por Yura como es habitual, sino por Cabrerías, un camino que va entre el Chachani y el Misti y que ya nadie usa para llegar hasta el Colca. En esos años no solo era más largo sino tortuoso. Pero Mauricio, que siempre hacía todo con el corazón, no se equivocó. Apenas ascendimos unos cuantos kilómetros pudimos observar, a lo lejos, los bosques de queñoas (el árbol que crece a mayor altura del mundo) reforestados gracias a él y a sus tercas campañas para preservarlos.
Y es que, como bien decía su gran amigo y paisano Carlos Amat y León, Mauricio era terco, tan terco como un campesino de Sabandía, distrito arequipeño donde vivió desde siempre, en una casa de más de 100 años que él y su esposa, Patricia Gibson, convirtieron en un verdadero paraíso. Debido a su tozudez, luchando y enfrentándose con medio mundo, puso en valor el valle del Colca y lo convirtió en el destino turístico que es actualmente. Antes había hecho lo propio con las Lagunas de Mejía, un importante balneario de la costa arequipeña. Toda su vida, además, se dedicó a la protección y utilización racional de la vicuña.
Pero, volviendo a nuestro viaje, durante toda la ruta, recuerdo, tuvo la generosidad de frenar y parar su jeep para que sus dos pasajeros pudiéramos embelesarnos con las cantutas y chirchicomas, flores nativas de la región que, en esa época del año, suelen estar en todo su esplendor y para fotografiar a las escurridizas vizcachas, que, parecía, habían salido de sus refugios con la intención de saludarlo. “Miren -nos decía- ¡miren ese aguilucho!”. No se le pasaba nada.
¡Hasta que llegamos a la Reserva de Salinas y Aguada Blanca, en el área denominada Pampa Cañahuas, donde, en esos tiempos, se podía apreciar a los lejos grupitos de hurañas vicuñas. Allí otra vez frenó, bajó y se trepó sobre una piedra enorme, para él memorable, y me contó que ahí mismo, en 1975, se reunió con el famoso conservacionista Felipe Benavides y una serie de personalidades arequipeñas, para firmar el acta en la que se solicitaba al gobierno de turno declarar como Parque Nacional a la zona de Aguada Blanca, que, finalmente, fue reconocida como reserva.
Ya en el Colca, nunca me olvido, caminamos por la amplia zona del Santuario del Cóndor, intangible y frágil, a la que él consideraba que había que cuidar más. Comentó, en ese momento, que demasiada gente parada en el Mirador al mismo tiempo podría ahuyentar a las gigantescas aves, para siempre. Luego vimos salir de las entrañas del cañón un par de cóndores con sus enormes alas desplegadas. “El que va adelante es hembra”, me dijo.
Después, volví a viajar con Mauricio, esta vez a Andagua, el Valle de los Volcanes y a Cotahuasi. Fue circa 2006 o 2007 o tal vez antes. Me convocó mi querida amiga Cecilia Raffo a fin de que escribiera un artículo para su hermosa revista Bienvenida. Ella, el fotógrafo Billy Hare y yo viajamos desde Lima, en avioneta, hasta Orcopampa. Al día siguiente nos encontramos con Mauricio, que nos esperaba con una gran camioneta/tráiler. Su sueño, entonces, era que los turistas que fueran al Colca terminaran su visita en el alucinante Valle de los Volcanes. Sé que hoy en día esto es posible.
Mauricio de Romaña, ingeniero agrónomo de profesión, también se dio tiempo, entre otras cosas, para escribir dos libros sobre el valle del Colca, presidir Prodena Arequipa (Pro Defensa de la Naturaleza), elaborar la propuesta para convertir el Mismi (donde se encuentra la naciente más remota del río Amazonas) en un Parque Nacional y dar a conocer al mundo el Valle de los Volcanes.
Te extrañaremos mucho, querido y valiente explorador. Creo, además, que los arequipeños jamás terminaremos de agradecerte todo lo que hiciste por nuestra ciudad. Vuela alto, como los cóndores.
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