Un humor ingenioso, inteligente, preciso, que sigue sus propias reglas y obliga a mirar la realidad con nuevos ojos. (Perú21)
Un humor ingenioso, inteligente, preciso, que sigue sus propias reglas y obliga a mirar la realidad con nuevos ojos. (Perú21)

El grupo argentino ensaya, con distintos géneros musicales, muchas teorías relevantes sobre el escenario: una crítica a la política y el poder, la sátira del amor y la figura idealizada de la mujer, incluso la autoironía acerca de la vejez, pero la más importante es su teoría sobre el humor. Un humor ingenioso, inteligente, preciso, que sigue sus propias reglas y obliga a mirar la realidad con nuevos ojos.

“Antes de terminar, quiero presentar a mis músicos”, dice Martín O’Connor señalando a sus compañeros en el estrado, al final del primer sketch, una semblanza paródica al sobrevalorado cantautor Manuel Darío. “Carlos López Puccio, te presento a Jorge Maronna; Tomás Mayer, te presento a Tato Turano; Jorge Maronna, te presento a Tato…”, continúa, invocando el aplauso y la risa entre los asistentes, que apreciaban uno de sus clásicos chistes en el auditorio del Pentagonito.

Seguidamente, Marcos Mundstock, como maestro de ceremonia, infalible en toda la función, dejó entrar a nuestra imaginación al personaje inmortal de la agrupación cómico-musical. La sola mención a Johann Sebastian Mastropiero fue aclamada por el público, que se disponía a escuchar “La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa”. La obra, supuestamente inspirada en el libro “Atardecer de un ocaso crepuscular”, se interpreta, entre otros instrumentos, con el latín, violín hecho de lata que se estrenó en las primeras funciones del grupo, hace 50 años.

Les Luthiers lo derriba todo a través de la parodia: el documental a la trayectoria del cantautor termina con la frase “Soy el más grande estúpido”; la canción de dos ecologistas devela su deseo de una aventura sexual grupal; el idilio de “La hija de Escipión” descubre al amante como un hombre casado ávido de furtivos encuentros carnales; y el cántico a la educación sexual moderna muestra a un monje enclaustrado que sufre una imposible castidad. Por momentos era posible evocar al desaparecido Daniel Rabinovich y al recientemente retirado Carlos Núñez, figuras del grupo que retornaba a Lima después de 12 años.

Como eje del espectáculo, la historia de dos corruptos políticos del partido de gobierno (Mundstock y O’Connor) que se proponen cambiar la letra del himno nacional con fines propagandísticos y encargan la misión a un compositor de cumbias (Turano). Sin hacer mención a banderas ni a tendencias ideológicas, estos doctores nada ilustres revelaban haber cobrado comisiones, a la vez que la risa se hacía cómplice en el auditorio. En un país donde la mayoría de los políticos emblemáticos están siendo juzgados o investigados, la carcajada del público es reveladora.

En entrevista con Perú21, Carlos López Puccio afirmaba que lo que hace clásico a un chiste es “la perduración en la gente; nos llena de orgullo haber creado cultura”. Y es que Les Luthiers ha creado un universo donde cabe el humor político, escénico, mímico, el literario y el rústico, teñido de un registro que va de la música sacra hasta las populares cumbias. Este año, el grupo fue galardonado con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades como “uno de los principales comunicadores de la cultura iberoamericana”.

Mastropiando los chistes clásicos

En medio del escenario, López Puccio se lució en ‘Los jóvenes de hoy en día’ junto con O'Connor. Ambos entonaban una canción nada aleccionadora, la cual, en lugar de condenar los vicios de la juventud, trasluce la envidia de los veteranos personajes hacia una desordenada vida sexual. Era el final de la actuación según el programa, pero el público, que se paró a ovacionar a los grandes artistas argentinos, pedía más.

Como número adicional, Les Luthiers exploró la niñez y el humor cándido que se sirve del virtuosismo musical y uno de sus más representativos instrumentos informales: el bolarmonio, especie de acordeón fabricado a partir de pelotas. Así, Jorge Maronna entra por la derecha del escenario e intenta acompañar a Tato cuando interpretaba una melodía de exigente digitación en el piano.

Era la apurada carrera hacia la música de Maronna, quien tenía que correr de un extremo a otro de su inusual instrumento, dispuesto como un teclado, para replicar las notas que improvisaba Turano. Las risas iban y venían en aquella broma sin palabras, encantadora en sus sonidos, astuta, un gran final al espectáculo antológico que demostraba que el humor de Les Luthiers es un instrumento que, por más que se toca una y otra vez, nunca desafina.

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