Leila Guerriero, autora de 'Los suicidas del fin del mundo'.
Leila Guerriero, autora de 'Los suicidas del fin del mundo'.

Junín está a 250 kilómetros de . Es llanura, la llaman la pampa húmeda, una región fértil. Mucho verde, mucho parque, con árboles que les dicen plátanos, pero que no son los que dan bananas; crecen alto, otorgan mucha sombra. Cuando ella vivía ahí era una ciudad “chiquita”, de unos 20 mil habitantes. Jugaba con la bicicleta, los patines. Invierno y verano. Se subía a los árboles, iba a la casa de un amigo y luego a la casa de otro. “Muy callejero todo”, dice.

Le leían cuentos de Horacio Quiroga y Ray Bradbury. “Eran muy cruentos”, dice. Eran sus 7, 8, 9, 10 años. Su padre, un ingeniero químico muy lector. Su madre, una profesora que no ejercía pero que le leía poesía. Una casa que siempre fue habitada por la música, el cine, la , el teatro.

De Buenos Aires a Las Heras hay una considerable distancia. Primero se va en avión a Comodoro Rivadavia. Unas dos horas. Y luego son 3 a 4 horas en autobús. Fue su primera vez en Las Heras. Viajó para confeccionar lo que fue su primer libro, Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico, ahora reeditado por Tusquets Editores/Planeta. En los últimos años de la década del noventa, una ola de alteró la normalidad de Las Heras, pueblo petrolero de la provincia de Santa Cruz. Uno de los hilos conductores de los suicidas era que tenían alrededor de 25 años.

A los 25 años, ya vivía en Buenos Aires. Vivía sola desde los 17, cuando dejó Junín. Ya era periodista, pero había estudiado Turismo. El País, Rolling Stone, Gatopardo han sido algunos de los donde ha publicado y lo sigue haciendo. Sus textos fueron reunidos en compendios imprescindibles como Plano americano.

Se conecta a la videollamada. Detrás de ella tiene una pared de libros. De aquella infancia en Junín conserva El vino del estío de Bradbury, la edición de poemas de Rimbaud. Pero en la pared figuran la colección amarilla de Robin Hood; obras de Stevenson, Mark Twain y Harold Foster; la saga de El príncipe valiente. Gira su cámara más de 180 grados y la pared de libros continúa.

estima que es la primera de la familia que se ha dedicado a lo creativo. Es la única hija mujer, la única sobrina mujer y la única nieta mujer.

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-¿Cómo eliges contar una historia, qué debe tener?

Son muy diversas las historias que me interesan. No sé, algo inesperado, algo que no había visto y que me produce una curiosidad enorme. Una historia muy local, pero que te reverbera en muchos niveles más universales.

-¿Y en el caso de Los suicidas del fin del mundo qué era lo inesperado?

Los suicidios eran como la trama más impactante, el síntoma que se salía de norma. Pero lo que me interesó de Las Heras era que el pueblo en sí parecía ser un resumen de todos los males de la Argentina en ese momento. La privatización de las empresas estatales que dejaban un tendal de desempleos; la ausencia absoluta del Estado; las riñas políticas, porque en ese momento en la provincia de Santa Cruz estaba Néstor Kirchner y Las Heras era un municipio de otro signo político, con lo cual tenía muchos problemas de presupuesto. Era un lugar olvidado, como tantos otros lugares olvidados de nuestros países.

-¿Por qué ciudades como Las Heras caen en el olvido?

Es una pregunta para un sociólogo más que para un periodista. En los países de nuestra región hay una lógica bastante centralista. Tiene que ver con miles de cosas. No puedo darte una respuesta a esa pregunta, pero me parece que el fenómeno de la migración hacia las grandes ciudades marcó parte del siglo pasado y marca buena parte de este siglo. La gente abandona el lugar de origen para ir a un lugar, como dicen en Las Heras, a ser alguien.

-¿Tú también tuviste que irte de algún lugar para “ser alguien”?

(Ensaya la respuesta y deja un muy breve silencio). No es que tuve que irme. Nunca me sentí cómoda viviendo en una ciudad chica. Con mi familia viajábamos muy seguido a Buenos Aires, y para mí Buenos Aires fue como un crash desde muy chica. Siempre quise salir de la lógica del pueblo chico, me aburría. Con mi familia veníamos mucho a Buenos Aires, a pasar los fines de semana y eso era un privilegio muy lindo. Íbamos al teatro, salíamos, comprábamos libros, íbamos de librerías, paseábamos, encontrábamos cosas inesperadas. Mis viejos eran como muy curiosos y siempre iban buscando barrios raros, restaurantes raros, mercados raros, museos raros. Sentía con mucha fuerza que la vida en un pueblo chico para mí no era.

La reedición de su primer libro.
La reedición de su primer libro.

-Vives sola desde los 17 años. ¿Por qué?

Mi familia podía pagarme los estudios universitarios en la capital. Vine a vivir aquí (Buenos Aires) a un departamento que era de mi familia, mis padres venían muy a menudo. Yo no trabajaba para mantenerme, mis padres me pasaban una mensualidad. Pero vivía sola. Con lo que me daban decidía mi economía, decidía si el sábado regresaba a dormir a mi casa o si volvía a las 9 de la mañana del domingo o no volvía. Era una persona muy autónoma, a esa edad no tenía que darle explicaciones a ningún adulto.

-No te conozco personalmente, pero por tu tono de voz y forma de expresarte, diría que eres una persona muy sólida e independiente.

Sí. No sé. Puede sonar que hablo demasiado bien de mí. Pero soy una persona muy segura y creo que una de las prioridades en mi modo de estar en el mundo es la absoluta independencia, la autodeterminación. Desde chica quería ser independiente.

-¿Por qué?

Mi padre es un tipo que nos insufló muchísimo el valor de la libertad y la independencia, y después todo eso fue azuzado en mí por muchísimas lecturas. Digo, la vida aventurera, la vida viajera, el no tener que obedecer a nadie, salvo a quien uno decide.

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-¿De niña cómo se expresaba esa necesidad de ser independiente?

Ante la autoridad adulta me rebelaba mucho siempre. Pero era obediente porque sabía que era la manera de sobrevivir (risas).

-¿A qué le decías ‘no’?

No sé, me mandaban a natación y no me gustaba el profesor y entonces, nada, hice un escándalo y no había manera de sacarme de la casa, y era muy chiquita, tenía 5 años. Aferrada a un sofá (ríe). Pero no era una chica súper conflictiva ni rebelde. Y la verdad, pasaba que yo mentía mucho. Siempre me salía con la mía.

-¿Ser periodista es como un acto suicida?

No, ¿por qué sería un acto suicida?

-Los medios están en crisis, motivos vinculados a lo pragmático como un buen sueldo, quizás esté al nivel de una elección como ser músico o pintor.

Pero fijate que esas profesiones que vos estás nombrando no se terminaron. Tiene que ver con la vocación. Se trata de marcar la diferencia, de no quedar en el conjunto adocenado. Sí, los medios están en crisis, pero son los medios los que están en crisis, no el periodismo.

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-Después de escribir Los suicidas del fin del mundo, ¿podrías responder la pregunta de por qué las personas se suicidan?

No. Precisamente, lo que el libro intenta es evitar responder una pregunta que no me hice. Me documenté mucho antes de hacer ese viaje y claramente no existe una respuesta lineal a eso, y abordar a la realidad con esa pregunta en la cabeza es inadecuado. Por otra parte, la respuesta al por qué es un poco el trabajo que yo me tomé de ir al pueblo y ver a la gente muchísimas veces y tratar de reconstruir la vida de los fallecidos y tratar de contar la vida de los vivos. La respuesta al por qué es el libro en sí. Y ahí estaban estas personas que son un poco los fusibles, los síntomas, los eslabones más débiles.

-Un lugar donde los muertos parece que siguen vivos.

Vos imaginate una muerte así, algo tan extremo como el suicidio, es algo que se deposita en la historia de una familia, deja una marca importante. Es un hecho traumático.

-¿El suicidio alguna vez fue una posibilidad cercana a ti?

No. Como decía Camus, el suicidio es el único problema de la filosofía. El suicidio me interesa como me interesan otros temas. Me interesa mucho ver las relaciones entre madres e hijos, pero a mí nunca me interesó tener un hijo.

-¿Y por qué te interesó el suicidio?

De muy chica tuve muchas lecturas de los existencialistas franceses. (El suicidio) pasa todo el tiempo, pero no se habla mucho de eso, a pesar de que es un tema de salud pública.

-¿Nos produce miedo?

La muerte siempre es un tema difícil para hablar. Y la muerte autoproducida parece un tema tan antinatural que es complicado.

-Al inicio incluyes esta cita de Cesare Pavese: “Se necesita humildad, no orgullo”.

Pavese es un escritor que se suicidó. Humildad para aceptar y entender que uno no puede seguir tolerando ese grado de dolor psíquico. Muchas veces se pinta al suicida como una persona egoísta, como un acto de soberbia, y esa frase dice todo lo contrario.

-Al suicida también se le tilda de cobarde.

Para mí es todo lo contrario. Hace falta coraje.

Leila Guerriero, autora de 'Los suicidas del fin del mundo'.
Leila Guerriero, autora de 'Los suicidas del fin del mundo'.

-¿El orgullo para qué nos sirve?

Puede ser una cosa muy altiva y horrible. Depende de quién lo use. Yo vivo el orgullo muchas veces a través de lo que hacen otros. Doy clases de periodismo y edito a otras personas, y cuando veo que brillan, me da orgullo.

-Y también es saludable cuando el orgullo se viste de amor propio, ¿no?

Sí. Me parece que hay una diferencia entre eso y decir “soy el mejor del mundo”, eso es ser un estúpido (ríe). Pero todas las máximas tienen sus matices. Para cocinar hace falta humildad, no orgullo.

-¿Para escribir?

La humildad no entra ahí (risas). Tampoco el orgullo, eh. Entran otras cosas bastante más jodidas.

-¿Cómo cuáles?

El ego, que uno lo tiene que tener ahí maniatado. La ambición de hacerlo muy bien, que generalmente no se cumple (ríe). Pero bueno.

AUTOFICHA:

- “Mi nombre es Leila María Alejandra Guerriero. ¿La edad? No sé, tenés que sacar la cuenta, no sé si es 53 o 54. Nací en el 67. Estudié Licenciatura en Turismo, lo hice porque quería abrirme paso en la escritura, que es un territorio muy difícil, y algo que me gustaba mucho era viajar”.

- “Igual terminé la carrera y a los pocos meses estaba trabajando como periodista. Dejé un relato en Página 12, el director del diario no sabía ni quién era yo y lo publicó. A partir de ahí me contactó y me dijo: “¿Quién sos, de dónde saliste?”. A partir de ahí, me ofreció trabajo”.

- “Trabajo en algo pero nunca cuento lo que estoy haciendo. Cuando la historia está en un punto tan embrionario, hablar de eso es como exponerlo demasiado. Y siempre escribiendo: columnas, artículos, etcétera; actualmente, escribo para Gatopardo, El País, Rolling Stone y varios más”.

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