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Kathy Serrano: "Está cerca la salida, el día en el que Venezuela sea libre” [CENTRAL]
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Ha estado a punto de morir varias veces. Una de ellas pasó a los 17 años. Fueron 120 puntos por fuera en el rostro, 55 puntos por dentro y casi pierde uno de los ojos. Todo luego de un accidente vehicular en una carretera de Venezuela. Asegura que vio una luz blanca, mientras se desangraba. Tres años antes, se metió a la cuna de su hermano menor y se contagió del sarampión que es mortal: perdió 30 kilos y escuchó que el médico pidió a su familia que recen. Pensaba que iba a morir a los 45 años y hasta ahora solo ha visto pasar a la muerte: en su casa falleció una sobrina y vio morir a su padre de un infarto.
Kathy Serrano se ríe fuerte, habla con las manos, se define como “acelerada”, le gusta bailar y, a los 51 años y sin hijos, está enamorada. En su sonrisa y mirada habita la alegría de vivir. Lleva 25 años en el Perú, donde ha desarrollado sus facetas como actriz, directora de teatro, gestora cultural y recientemente en su debut oficial como escritora, al ser parte de la selección de relatos Una voz que existe (Planeta, 2019). También viene dirigiendo la obra teatral Los cerdos no miran al cielo, una comedia sobre cómo alcanzar el éxito. Va sábados, a las 8 p.m., y domingos, a las 7 p.m., en el Teatro del Centro de la Amistad Peruano-China, que está en la Av. De la Peruanidad, en Jesús María.
No era un día cualquiera. Iba por la avenida Del Ejército, dobló por la bajada a la Costa Verde, a la altura de Magdalena. Siguió caminando y la imagen que tenía al frente se iba ampliando, hasta lograr una panorámica desde el malecón hacia la inmensidad del mar. Su vida ha sido así: caminar, descubrir, asombrarse y estar al límite. Ha vivido como escribiendo.
¿Tener dinero ha sido una meta en tu vida?
Lamentablemente, no (ríe). Vi morir a mi papá cuando tenía 8 años. Él tenía 62. Le decía a mi mamá que era la mujer más bella y que la amaba, y de pronto le empezó a dar como un ataque. Lo siguiente del recuerdo lo tengo sin sonido. Nosotros éramos seis hermanos, pero mi papá tenía otros nueve hijos.
¿Lo lloraste?
No. Me fui donde una vecina, entré y les dije: mi papá se murió, ¿puedo jugar? Donde lo he llorado es hace un año y medio, luego de leer un poema sobre un padre. Lloré, lloré y lloré, y escribí un microrrelato.
Lloraste por todos los años que habían pasado.
Destapaste esto por el dinero. Yo sabía que mi papá tenía mucho dinero, pero era tacañazo. El 3 de noviembre que él fallece, llegó su hijo mayor a pedir las llaves de la fábrica de mi papá y de sus carros, y a pedir su billetera. El cuerpo estaba tibio y estaba pidiendo todo eso. La otra imagen que tengo es en el bufete de abogados, viendo a todos los adultos pelearse e insultarse por el dinero. Recuerdo que yo dije: “No le voy a dejar nada nadie, porque el dinero daña a la gente, todo lo que gane me lo voy a gastar”.
¿Y efectivamente hiciste del dinero un objeto más?
Sí. No está bien tampoco, pero he perseguido más los sueños que el dinero. Será porque la muerte siempre ha estado muy presente y nunca me olvido de que el pasaje ya está comprado. Es más, yo jugaba con eso de morir. Creo que le tengo algo de temor a molestar a alguien. A los 7 años dije que no iba a tener hijos.
Y lo cumpliste.
Es que mi mamá siempre se lamentaba de haber tenido hijos. Ella era bellísima, era un ser hermoso, pero con una educación más antigua. Veía a mi mamá vivir exclusivamente para hacer el desayuno, almuerzo y la cena, y que se quejaba porque además tengo un hermano que es complicado: es violento, tiene problemas con el alcohol. Entonces, yo veía que el mundo era tan tenaz, terrible y difícil que dije “no”.
¿Cómo has lidiado con querer ser, poder ser y deber ser?
Siempre he elegido el sueño. Yo me fui a Rusia porque soñaba con estudiar en una universidad del extranjero. Pero pasó cuando ya estaba haciendo una novela en Venezuela. Dejé una novela donde estaba ganando bien y donde me iba a abrir camino. Tenía 18 años. Dejé todo eso por ir a estudiar a Moscú. Fue un cambio total. Era 1988 y fue como salir de un mundo a color. Rusia era surrealista, era como en blanco y negro, todo era tan antiguo, pero ibas a un teatro y encontrabas gente con pieles, servían champagne. Pero a la vez en la calle se hacía cola porque no había leche o comida. Comprabas con tickets.
Cuenta la leyenda que a tu regreso de Rusia, pasaste por Perú y te quedaste inicialmente 24 horas. ¿Cómo así?
Cuando me gradué en Rusia, en el 94, ya había caído el comunismo. Me dijeron que el pasaje no me lo podían dar hasta Venezuela. Pedí que sea hasta Miami porque tenía visa. Pero lo rechazaron y me mandaron por Perú.
¿Y cómo finalmente te quedas?
Yo tenía un amigo peruano en Rusia que es director de orquesta: Dante Valdez. Su papá me dijo para quedarme unos días. Fuimos a tramitar el pasaje y lo abrieron por un año para que yo decidiera en qué momento volver. De ahí me propusieron ir a Arequipa para colaborar con Dante en el evento que hacía, que era Arequipa Lírica, y acepté. Estando allá me dicen que querían que yo dé un taller de actuación a las niñas que iban a trabajar en una novela, en Canela. Dando el taller, me dicen que iba a ser parte de la novela. Ahí empezó todo.
¿Qué te ha dado el Perú?
Mucho. Ahorita me está dando felicidad pura (y ríe con picardía); esa felicidad tiene nombre.
Y es un escritor y catedrático respetado (reímos).
Ese nivel de felicidad no lo conocía.
¿Qué debería leer un venezolano en esta entrevista a una venezolana que lleva décadas en el Perú?
Que no pierdan la fe, que está cerca la salida. Estoy segura de que está cerca el día en que Venezuela sea libre y todos puedan regresar a casa. Y mientras tanto, que sepan que la gente peruana es muy buena. Pero hay que recordar que a cualquiera de nosotros nos puede pasar. Si me toca vivir algo con alguien que viene de afuera, sea venezolano o chino, y yo puedo ayudar, es una oportunidad para sacar la mejor parte de mí.
Tenemos una hora y 12 minutos de lo mejor de ti.
(Nos reímos).
AUTOFICHA
-“Soy Kathy Maybelly Serrano Prato. Nací en San Cristóbal, en el estado Táchira, Venezuela. Acabo de cumplir 51 años, pero me gusta más la edad que me calculan. Me decían que no diga la edad. Estudié en la Escuela Superior de Arte Dramático en Caracas y Dirección de Teatro en San Petersburgo”.
-“No llevo una contabilidad del trabajo que he realizado. La telenovela Canela fue hermosa, pero Luz María fue una experiencia alucinante. También he actuado en Miami. Lo último que hice en TV fue Ven, baila, quinceañera, me gustó lo que hice porque me exigía como actriz”.
- “En teatro, Historia de un caballo es inolvidable y el año pasado Calígula fue hermoso. Vayan a ver Los cerdos no miran al cielo porque se van a reír un montón, de principio a fin. El elenco ha trabajado muy bien. También quiero dedicarle más tiempo a escribir. Espero el próximo año publicar mi primer libro”.
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