Julio Durán publicó hace 19 años la novela 'Incendiar la ciudad'.
Julio Durán publicó hace 19 años la novela 'Incendiar la ciudad'.

Quemaba lo que escribía. Un ritual íntimo. Una forma de no aceptar lo que había plasmado en el papel, no aceptar lo que tenía para dar. Insatisfecho. Era la adolescencia intolerante consigo misma y con todo. Edad en la que también descubría aspectos familiares, tal vez difíciles. que exploraban las superficies entre lo íntimo y lo social. Solo, en su habitación. No rompía los papeles que iba acumulando, no los arrugaba ni los echaba a la basura. No era suficiente. Había que quemarlos. “El fuego es más destructor; si lo quemaba, no quedaba nada”, dice.

Julio Durán también era un escolar de 15 años que frecuentaba conciertos de rock subterráneo en la década del 90. Empezó a aceptar la imperfección de sus textos con la mayoría de edad. El resultado de esa conciliación consigo mismo dio origen a Incendiar la ciudad, su primera novela, que al próximo año cumplirá dos décadas de publicada, confeccionada por él mismo de manera artesanal, sacando fotocopias, como si fuera el casete de una banda ‘subte’. Y A un lugar que ya no existe es el nombre de su nueva , que será publicada por entregas con Perú21, desde este sábado, e ilustrada por Mechaín. Durán también será parte de El tiempo es nuestro. Antología de cuentos peruanos 2000-2021, bajo el sello Seix Barral de Planeta.

Responde mi llamada desde Lisboa, donde reside y trabaja como traductor. Lleva cuatro años fuera del Perú. Le pregunto si el Perú es mejor a lo lejos. “Es el mismo. El Perú está en mi cabeza, está dentro”, responde mientras prepara su cena.

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-En A un lugar que ya no existe, de alguna forma, siento que cuestionas un arquetipo de progreso. ¿Dejar el Perú no es una forma de buscar el progreso?

No sé si en la novela critico. Solo muestro el asombro de la persona que contempla los cambios, que se siente impotente ante la transformación que sufren los barrios de clase trabajadora. El personaje no solo siente los cambios en la geografía de su barrio, sino también los poderes que surgen, las relaciones comerciales, políticas. Y yo no me he ido buscando ningún progreso; buscando experiencias sí. Muchos escritores han escrito más sobre su ciudad a la distancia.

-Radicar en Europa es estar en el primer mundo literario.

Los actos culturales tienen más presencia. En España la industria del libro es un súper monstruo, pareciera que es fácil hacerse un lugar, pero es súper complicado.

-¿Un escritor busca hacerse un lugar o simplemente avanza?

Solamente avanza, a ciegas. Uno se hace escritor escribiendo y para eso no necesitas tanta maquinaria, tanta logística. Pero para publicar, tener sustento en lo que te gusta, sí; ser escritor es algo un poco más animal.

-¿Cuán lejos te sientes de Iquitos, donde naciste?

Estando en Lima me sentía bastante lejos en cierto modo, pese a que mi familia siempre menciona a Iquitos como si estuviera en Iquitos. Toda mi historia familiar está marcada por esa procedencia, pero yo nací en Iquitos y nunca volví. A los ocho meses me llevaron a Lima y no volví. Creo que crecí con una idea idílica de un Iquitos que ya no existe.

-¿Cuál es tu primer recuerdo de Lima?

Es la calle que fue mi barrio (en Breña) casi toda mi vida. Es una imagen borrosa: mitad sueño, mitad recuerdo, que uno colorea o ensombrece según pasa el tiempo. Recuerdo una calle pequeña, casas pequeñas, colores. Y cuando nos mudamos cerca del Centro, recuerdo el caos. Esa es la conciencia primaria que tengo de Lima: caos, ruido, confusión.

-¿Un escritor es observador al punto de querer devorar lo que mira o vive?

Todos somos observadores, pero lo que se volvió una característica de mi personalidad a partir de cierta edad fue el deseo de representar lo que observaba; me interesaba transmitirlo porque lo valoraba, consideraba que algunas experiencias eran memorables, transmisibles; y todo esto viene de mi experiencia en el movimiento subterráneo, donde efectivamente había una gran explosión de creatividad, de personajes, eventos que valían la pena; y como podemos ver ahora, hay un boom de ensayos, libros, memorias; era un fenómeno que valía la pena retratar, y traté de hacerlo a mi manera en la primera novela que publiqué (Incendiar la ciudad).

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-También has hecho música. ¿Qué fue primero: escribir canciones o ficción?

Las dos cosas surgieron al mismo tiempo. Empecé a escribir a los 15 años y en la misma época tuve una banda con amigos. Tocaba en Quilca. En los bares y conciertos siempre había poetas, literatura; y Quilca era una calle donde se vendían libros y casetes. La literatura siempre estuvo a la mano, y siempre estuvo unida a la música.

-En tu nueva novela hay cierta melodía, este tramo podría ser una canción: “Cuando huiste llevándome en tus brazos, el mundo se volvió este relato”.

Exactamente.

-¿A un lugar que ya no existe es el fin de una etapa de escribir sobre la ciudad?

Me hago la idea de que sí. Quizás surja algo más adelante que escape a lo que yo decida conscientemente.

-¿Ser escritor es un oficio más delicado y comprometedor que ser autor de canciones?

Creo que sí. Delicado en el sentido de que es una cosa de largo aliento, no es tan inmediata. Los textos se hacen por sí solos y muchas veces hay que esperarlos. Y más si un escritor pone sus propias emociones en la creación. Uno muestra más de sí mismo con la literatura que con la música, aunque no es una regla. Cuanto más conectas contigo en el texto, cuanto más indicios das de lo que está aconteciendo en ti, es más probable que los lectores conecten contigo. Esa desnudez hace que la gente diga “no estoy tan solo como creía”.

-¿Tu obra podría inscribirse dentro de la etiqueta de la ‘narrativa del yo’?

No lo sé. No sé si escribir en primera persona sea necesariamente ser parte de... No quiere decir que esté hablando de mí, como una falsa biografía. Es ficción. Y creo que en esto de la literatura del yo hay otras cosas implícitas, creo que es un tipo de literatura que también tiene un discurso político, que hace que el individuo sea el gran héroe que sale a flote, asciende, vence y triunfa.

-Casi autoayuda.

Exacto. Y no sé, yo no escribo desde ahí, sino como una manera de conectar con lo que considero que han sido fracasos, vergüenzas, temores, donde no hay éxito.

-Escribes con un encendedor en una mano y un papel en la otra a punto de ser quemado.

(Ríe). Ya no tanto.

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-Hay una expresión en la nueva novela que dice: “narrarse los sucesos vividos puede convertirse en un vicio”.

Y creo que me pasaba un poco más cuando escribía A un lugar que ya no existe. Intentamos darle una forma al pasado y, a veces, terminamos encerrados en ello.

-Estamos ante una novela, ¿pero cuánto hay de ti?

No tanto de mí.

-De tu vida familiar.

Sí. Han surgido por sí mismos algunos eventos de mi vida familiar y quizás se han entrometido en la creación, y tal vez por eso me tomó mucho escribir esa novela, unos cuatro años.

-¿Es tu obra más íntima? Lo digo porque te leo a través de la figura del padre, la madre y el barrio, donde quizás se revela más que si hablaras de ti mismo.

Es algo que surge, no me lo he propuesto. Mi intento es mostrar la ciudad y los cambios.

-La madre no está, pero su presencia es tan fuerte.

Claro. Sí jugaba con dos tensiones: la destrucción del entorno y la idea de una madre tradicional que abandona a su familia. Todo se destruye a su alrededor y hay esta carencia esencial.

-¿Cuando una madre se va todo se destruye?

Al menos en la novela sí.

-¿En la vida?

Yo creo que... (se detiene unos segundos). Sí, aunque no he atravesado por esa experiencia.

-La figura del padre y la madre versus lo social: corrupción, delincuencia que escala a niveles políticos; lo más íntimo versus lo general son, finalmente, como dos extremos que se encuentran en la novela. ¿Eso nos quieres decir?

Quizás no de manera tan esquemática ni directa. Atravesar la escritura de esta novela fue bastante tenso para mí.

-¿Qué hacías con las cenizas de los textos que quemabas?

Tenía que limpiarlas. Siempre procuraba que el fuego no se extendiera mucho. Ahora pienso: qué irresponsable fui. Siempre quedaba una mancha negra en el suelo.

-¿Ya no has vuelto a quemar textos?

Ahora soy bastante paciente con lo que escribo. Ahora puedo aceptar que un primer relato es perfectible y que la emoción que tuve cuando concebí la narración puede ir creciendo con el trabajo.


AUTOFICHA:

- “Soy Julio Martín Durán del Castillo. Tengo 44 años. Nací en Iquitos. Acabé el colegio e intenté estudiar Ciencias Sociales, pero no era muy aplicado, lo dejé a los dos años. Luego empecé a viajar y al volver estudié Traducción, que es en lo que trabajo ahora”.

- “De niño escuchaba rock. Recuerdo AC/DC, Iron Maiden, pero lo que me vuela el cerebro, un antes y un después, fue La Polla Records y el rock radical vasco. Ahí sentí el impulso de participar en la movida (‘subte’), de tener una banda. Siempre compongo canciones”.

- “He escrito la novela Incendiar la ciudad; ¿Y quién eres tú para juzgarme?, edición boliviana que reúne cuentos de La forma del mal con cuentos nuevos. Me hice escritor un poco distante de los círculos editoriales. Incendiar la ciudad se editó en Chile y se volverá a editar en Perú por la editorial Surnumérica”.

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