Conversamos con el abogado y directivo del Rotary Club, Julio César Silva Santisteban. (Perú21/ Eduardo Cavero)
Conversamos con el abogado y directivo del Rotary Club, Julio César Silva Santisteban. (Perú21/ Eduardo Cavero)

Cuando estudiaba en el colegio militar Ramón Castilla de Trujillo, el general Juan Velasco Alvarado gobernaba el país. En ese tiempo, el joven Julio César Silva Santisteban tuvo una lectura precoz de un libro sobre materias constitucionales. Asegura que ahí nació su vocación por el Derecho. Ingresó a la universidad en Lima, eran los primeros años en el gobierno del militar Francisco Morales Bermúdez. Cuando le tocó ejercer su carrera, empezó el tiempo para la democracia.

Isaac Lindley, de la familia fundadora de Inca Kola, fue rotario. “Tenía la humildad de los grandes”, me dice Silva Santisteban sobre una de las personas que lo invitó, cuando tenía 29 años, a formar parte del Rotary Club. Institución que reúne a un millón 250 mil miembros en 204 países del mundo y que en el Perú cumple, este año, un siglo de vida. Organización que ha tenido en sus filas a personajes como José Luis Bustamante y Rivero, quien fue presidente del Perú y fundó el club en Arequipa.

“Comprendí que se podía hacer mucho por el país desde otro ámbito, por eso soy rotario”, señala con orgullo el abogado que ha sido nombrado miembro del directorio del Rotary Club Internacional, hecho que ocurre con un peruano después de 78 años. Voluntario de 64 años que halló está vocación en casa, como hijo único, al lado de su padre médico y antropólogo, de 93 años, y su madre de 86 años.

Los monolitos del Rotary Club los vemos en las calles y el nombre de la institución está instalado en nuestra memoria, pero en muchos casos ignoramos cuál es su función en la comunidad.

Es una institución que nace en el año 1905, en la ciudad de Chicago, Illinois. A América del Sur llegó en 1918, cuando se creó el primer club en Montevideo, Uruguay. Y al Perú, en 1920, fundado por el ingeniero Fernando Carbajal. El 18 de julio cumplimos 100 años de vida institucional en el Perú. La función es de ayuda humanitaria, llevamos adelante programas que tienen que ver con la educación, la salud.

¿Qué destacaría de lo realizado hasta ahora?

Hemos levantado escuelas, anónimamente, financiados por la institución, como una escuela en El Ermitaño, zona muy popular. También está el trabajo que se hace en el C.B. Bentín, una escuela para niños con capacidades especiales. Son 75 niños que estudian en tres pisos. Los padres y las maestras para llevarlos, porque no pueden caminar, tenían que cargarlos. Los padres llegaban en mototaxis o micros cargando a los niños. Frente a ello, entregamos sillas de ruedas especiales. Hoy cada niño tiene una. Luego le hemos puesto un ascensor.

¿El Rotary gana algo, monetariamente hablando, por ello?

Materialmente nada, en lo absoluto. Pero muchísimo desde el punto de vista espiritual. Somos convencidos de que cuando uno más da, más recibe. La alegría de cambiar una vida no tiene precio. Le cuento una anécdota: un día visitamos el colegio Mayor en Chosica, había egresado la primera promoción y había una niña que gracias a sus notas tenía ingreso libre a la universidad, ella quería estudiar mecatrónica, pero no asistía a la universidad porque no tenía ni para el pasaje, y vivía con una abuelita a la que debía mantener; entonces, tomamos la decisión de enviarla a Canadá, ganó una beca y se fue a estudiar a China. Hoy es graduada con honores en mecatrónica y ha vuelto a Canadá donde está haciendo un doctorado.

¿Usted ha tenido dificultades para salir adelante o nació en una familia consolidada económicamente?

Yo he tenido la suerte de que Dios me haya obsequiado una familia ya asentada, que me dio la posibilidad de educarme. Y eso hace que uno tenga que devolver a la sociedad lo que ha recibido. El tema viene de los valores, cualquiera sea la situación económica que uno tenga. Si a uno le inculcan valores, va a apreciar la vida de un modo distinto y será solidario. En el Perú, el 2.5% de la población participa de actividades solidarias; en cambio, en países como EE.UU. se llega casi al 45% y en Europa también.

¿Y a qué cree que se deba eso?

A la misma educación que recibimos en la escuela. El Estado de derecho se basa en el estado de bienestar, y este lo construye no solo el gobierno sino la sociedad. Por lo tanto, hay que trabajar en las tareas que el Estado no realiza y hay que suplir esas situaciones donde el Estado no llega. No es cosa de quejarse simplemente, es cosa de actuar.

Estudió Derecho y tiene vocación de servicio. ¿No pensó en ser político?

No. La política es un apostolado. No hay que confundir la política con los políticos. La política bien encaminada es un servicio a la nación. Se requiere de políticos sanos y honestos. El drama del Perú ha sido que ha tenido demasiados ‘políticos’ (entre comillas) y pocos estadistas.

¿Cualquiera puede ser rotario?

Tiene que ser invitado y luego no hay más requisito que tener vocación de servicio.

¿Qué implica que un peruano llegué, después de 78 años, al directorio del Rotary Club International?

Seré el único de Latinoamérica en la gestión 2021-2023. Somos tres peruanos que hemos llegado a esa instancia mayor. Actualmente, trabajamos en el tema del agua y hemos logrado desde 1995 la erradicación de la polio en el Perú, de la mano con el Ministerio de Salud. Hoy queremos trabajar en salud materno-infantil, la erradicación de la anemia y la educación.

Vivimos una contradicción: la salud y la educación son las bases de una sociedad; sin embargo, es donde estamos con muchas carencias.

El PBI puede crecer, pero eso no será sostenible en el tiempo si no tenemos el elemento más importante para que se logre: la persona, que necesita una educación adecuada y salud. Si levantamos las columnas de la educación y la salud tendremos un futuro mejor. Se debe enseñar a pensar para poder crear.


AUTOFICHA:

“Soy Julio César Silva Santisteban Ojeda. Nací el 27 de agosto de 1955, en Trujillo, La Libertad. Los trujillanos bailamos la marinera desde la cuna, ya viene con uno; no he entrado a concursos pero la bailo. Me vine a Lima, en el 71, para estudiar Derecho en la Católica”.

“Pertenezco a la generación de jóvenes que salió a la calle a protestar. Hice una maestría en Derecho Internacional Público, en Uruguay. Como abogado, siempre he ejercido de manera privada. Los años van pasando, y uno va quedando en un plano más de consultor”.

“Cuando no estoy en el Rotary Club y fuera de mis labores como abogado, disfruto del día con mis nietos, tengo tres: uno de nueve años y dos gemelas de tres años. Es un placer disfrutar de los nietos. Tengo tres hijos, dos hombres que son arquitectos, y la mujer es médico. Yo soy hijo único”.