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Juan Morillo: “Las causas de lo vivido (con el terrorismo) no han desaparecido”

Escritor liberteño radicado en China desde 40 años, publicó recientemente la novela ‘Ardiendo en la batalla’, en la que se enfrentan la vocación literaria y la coyuntura política.

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Fecha Actualización
Después de 40 años, son sus últimos días en China. Mañana se muda a España y se lleva en sus maletas su última publicación ‘Ardiendo en la batalla’ (Fondo Editorial de la Municipalidad Provincial de Trujillo, 2017). Contemporáneo de los escritores Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez, el liberteño Juan Morillo Ganoza (Taurija, 1939) conversó con este diario. De su octava novela, de política y de esa lucha constante por ser escritor nos ocupamos en esta entrevista.
¿Cómo se da su ingreso al grupo Narración?
El año 66 me fui a vivir a Lima y mi contacto con estos amigos fue en el bar Palermo. Imprevistamente recibí una carta del diario El Comercio en la que ofrecía la publicación de un cuento. Hice el comentario en el bar. Recuerdo que estaba Antonio Gálvez Ronceros y me dijo que él también había recibido la carta. Llegaron Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso, pero ellos ya tenían un plan. Dijeron por qué vamos a proveer a un diario, además un medio de derecha. Hagamos nuestra revista, con nuestra propia voz. Nos pusimos de acuerdo y comenzó a tomar cuerpo el asunto.
A raíz de la partida de Gutiérrez y Reynoso, de algún modo se puso en debate otra vez el hecho de que fueron escritores no visibilizados por el mainstream literario. ¿Efectivamente se pasó por alto lo que representaron los escritores de Narración?
En aquella época el acceso de escritores como nosotros, que empezábamos, en los periódicos era imposible. El caso de Oswaldo, cuando publicó ‘Los Inocentes’, los comentarios de Washington Delgado y José María Arguedas no tuvieron la gran repercusión que tienen hoy en día. Yo fui de Trujillo a Lima con mi primer libro de cuentos y eso no significó nada. No éramos realmente admitidos. El acceso a la prensa fue completamente difícil. Incluso, con Augusto Salazar Bondy que había cierta afinidad ideológica existió esa distancia. En aquella misma época irrumpió Mario Vargas Llosa y lo copó todo. Nosotros, con una declaración de principios muy clara en la revista Narración, nos ubicábamos claramente en una posición de izquierda y naturalmente la prensa tenía muchos recelos políticos en ese sentido.
De Narración, usted aparentemente ha sido el del perfil bajo. ¿Fue una elección?
Supongo que eso se debe a que no estuve en Perú desde el año 78. Además, se debió a que nuestra producción era escasa. Y hay un asunto que me parece llamativo: en el año 99 comencé a publicar en la editorial San Marcos, que tenía una forma de distribución que no incluía a las librerías.
No estuvo en vitrina.
Exacto. Había comentarios críticos favorables, pero el público no encontraba el libro. Entonces, mi obra no ha tenido repercusión masiva en los lectores. Y cuando se hacen recuentos incluso me obvian, me olvidan (risas). Ya estoy acostumbrado un poco a eso.
En ‘Ardiendo en la batalla’ se plantea la necesidad del personaje principal de escribir un libro. Tarea que empieza a gestarla con convicción recién a sus 56 años, pero la coyuntura de un país se lo impide. ¿Cuál es la necesidad de escribir esta historia?
Era una especie de historia de mi propia vocación. Pensé siempre en las dificultades que tuve, las imposibilidades a veces creadas por mí mismo. Quise hacer de eso una historia inserta en el contexto político social del Perú.
Contexto que tiene que ver con la época del terrorismo, en los noventa. ¿Por qué decide abordarlo?
Son cosas indesligables de mi vida. Yo he estado inmerso en ese mundo. Todos mis amigos de alguna manera estaban metidos en el asunto, compartimos algo. Yo no llegué a la militancia, pero estuve al borde de todo eso o muy cerca.
¿Qué lo hizo dudar?
Había una idea general de cambiar las cosas en el país. Pero esto tenía que tener un respaldo ideológico muy sólido que yo creía no tenerlo. He vivido en la dirigencia estudiantil. Nuestra vida se politizó mucho. Entonces, esos temas son imprescindibles, están ahí. No es una elección, es una decisión que nace del fondo.
Sin embargo, esos años usted ya estaba fuera del país.
Pero nunca estuve desligado del Perú. Viví informándome permanentemente.
¿Qué opina de que esas heridas sigan vivas?
Traumático, terrible. Cuando pienso en que algunos de mis amigos murieron o en casos como el de Miguel Gutiérrez, que su esposa falleció en una cárcel, son heridas muy profundas. Aquellos episodios violentos, terribles dejaron eso. Todos estos hechos deben conducir a una reflexión política: las causas de lo que se vivió no han desaparecido, como la pobreza, el atraso. Lo que pasó fue un intento violento de cambiar la situación del país. No se consiguió y, más bien, se ocasionó un trauma social. Entonces, cuando uno piensa qué hay que hacer frente a estos hechos, la reflexión tiene que venir también desde la propia ideología.
La izquierda en su momento no deslindó tajantemente de lo que pretendía el terrorismo y esa sombra hasta hoy la persigue.
El problema de Sendero fue que siguió la línea de Mao aquí en China: la revolución se hace del campo a la ciudad. Debo confesarte que he sido amigo de Abimael Guzmán, lo he conocido bastante. Y la última vez que hablé con él fue caminando por las calles de Lima, en el año 74. Recuerdo que me dijo que la revolución no solo son las armas, sino que es un avance en todos los campos, que van haciendo una transformación progresiva. Pero bueno, las cosas se dieron de otro modo.
¿Cuando lo ha visto convertido en un terrorista cuál ha sido su impresión?
No sé si él fue rebasado o a lo mejor él se transformó y asumió otro rol. No lo sé.
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En el otro extremo del planeta, usted ha sido testigo del cambio que ha vivido China.
Yo llegué el mismo año que empezaban las reformas. Apuntaban a un cambio total en la línea política. China tenía que abrirse al mundo, lo que significó la aceptación del capital extranjero. A partir de allí ha hecho su transformación sobre la base del capitalismo. Pero hay algo paradójico: es un país capitalista dirigido por el Partido Comunista. Recuerdo que en el año 87 una declaración del partido decía que China ha entrado en una larga etapa, que es la primera etapa del socialismo. Las grandes revoluciones que se han hecho en el mundo han sido en países atrasados, como Rusia, China, cuando Marx dijo que la revolución se tenía que dar en una sociedad altamente desarrollada, el capitalismo en su máximo desarrollo, y es ahí cuando se genera lo contrario, que es el socialismo. Entonces, el planteamiento es desarrollar este país (China), porque haciéndolo con sus ingredientes capitalistas hasta su máximo desarrollo, podremos dar el salto al socialismo. Bueno, no sé si sería un pretexto o una justificación para lo que hicieron.
Fue amigo de Abimael y él finalmente tomó otro rumbo, viajó a China y fue testigo del cambio al capitalismo. A la luz de esos hechos, ¿usted aún se sigue considerando un hombre de izquierda?
Sí. Todo lo que ha pasado no ha eliminado las causas que motivan ser de izquierda. El capitalismo no resuelve los problemas. Tenemos masas olvidadas en las zonas rurales. Sigo pensando que el socialismo es el camino, pero no preconizo la lucha armada. Estoy esperanzado que algún día la sociedad tendrá que tener todos estos niveles de justicia que hacen falta.
Porque hay varios fracasos en el intento: Venezuela y Brasil, por ejemplo.
La izquierda latinoamericana, incluso la que ha llegado al poder, no tiene planificación ni sabe abrirse campo en un mundo dominado por el capitalismo. A eso se suma la tentación de la corrupción. No consideraría, por ejemplo, experimentaciones de tipo socialista a la actual Venezuela. Tal vez hubo atisbos con Hugo Chávez. El resto es esa izquierda que no tiene una contundencia ideológica ni una estrategia para sacar adelante sus postulados.
¿También es una izquierda que no ha sabido lidiar con la misma izquierda, con su pasado?
No se ha hecho una buena reflexión. No me refiero solo al Perú, sino a las experiencias de Rusia, de China misma.
¿Y cómo se ve al Perú desde afuera?
El Perú ha tenido desarrollo económico, pero no social. Aunque hay un empobrecimiento político. El nivel de la gente dedicada a la política es bajo, elemental. Poder con gente que no tiene una buena base ideológica, sea de derecha o izquierda, no tiene consistencia política.
Al personaje principal de ‘Ardiendo en la batalla’ le cuesta cumplir su sueño de escribir un libro. ¿En la vida real, cómo le ha ido al autor?
Mi vocación se ha impuesto. Además porque decidí imponerme. Mi vocación se ha salvado. Recuerdo que en el año 91 mi puesto de trabajo como profesor de literatura en una universidad en China fue eliminado y, por tanto, me quedé sin trabajo. Hice cuentas con mi esposa y podíamos mantenernos, entonces decidí encerrarme en mi habitación y dedicarme a escribir. Era la gran ocasión. Me dije: ‘no voy a buscar trabajo y que los chinos no me busquen trabajo’. Y eso hice. Escribí desaforadamente, diez, quince horas al día, de lunes a domingo. Después de un año, de Radio Internacional de China me ofrecieron trabajo. Para mí era una mala suerte. Fui a la radio y les dije que lo iba a pensar. Pero si no aceptaba, China me cancelaba la visa de residencia y tenía que irme. A la jefa le pedí un favor: ‘deme dos horas cada día, las primeras horas de la jornada, de 8 a 10 de la mañana’. Ella inicialmente se negó porque los reglamentos no lo permiten. Entonces, le respondí que debía pensarlo. Cuando salíamos de la oficina, me cogió del brazo y me dijo casi al oído: “no se preocupe, los reglamentos lo prohíben, pero tiene esas dos horas, usted no diga nada. Yo dispondré que le den trabajo a partir de las 10 a.m.”. Y así fue, a veces era más tiempo. Logré imponerme a la circunstancias. En ese entonces escribía ‘Fábula del animal que no tiene paradero’, la primera novela que escribí, pero no la primera en publicar por su extensión de unas 980 páginas, donde se nota la euforia con la que escribía.