EL PENSAMIENTO BORGES. El autor de El Aleph dividió su vida en tres actos: leer, pensar, crear.
EL PENSAMIENTO BORGES. El autor de El Aleph dividió su vida en tres actos: leer, pensar, crear.

El escritor y crítico Maximiliano Tomas (Buenos Aires, 1975) recuerda con cariño la primera vez que comenzó a leer sobre (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986). Habrá tenido 17 o 18 años y se trató de Nueva antología personal, tapa amarilla, edición de 1980 y por la editorial Bruguera. El joven Maxi empezó a leer la obra sin mayores pretensiones que la curiosidad que ya antes lo había llevado a ojear la nutrida biblioteca de sus padres. Aquel día tocaba a Borges; por entonces también estaba explorando a Julio Cortázar.

“Me lo leí como si fuera un autor más, excluido del significado que tiene Borges para un lector profesional o adulto. Lo leí sin ningún temor ni respeto (que es la mejor manera de leer a los autores)”, cuenta desde el teléfono. Está en su departamento en Buenos Aires, acaba de hacer dormir a sus hijas y, mientras recuerda aquel episodio, revisa El Aleph. “En ese momento me sentí fascinado por los juegos de imaginación de Borges. Lo tengo muy asociado a la lectura de Cortázar. Fue un descubrimiento personal, privado, sin el temor de ir a leer un clásico”, agrega, con la emoción que debió sentir aquel día.

Tomas no olvida su encuentro con Borges de la misma forma en que cualquier animoso lector tampoco lo haría. Vuelve a él de forma recurrente, a pesar de que su trabajo como crítico literario y conductor del programa Bibliómanos en la Televisión Pública Argentina le ha permitido un bagaje incalculable. Ahí en su biblioteca están dos libritos siempre prestos: El Aleph y Ficciones.

El crítico literario Maximiliano Tomas es también presentador del programa Bibliómanos de la Televisión Pública Argentina.
El crítico literario Maximiliano Tomas es también presentador del programa Bibliómanos de la Televisión Pública Argentina.
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Le comento a Tomas que lo busco por el reciente libro de acerca de Borges. Medio siglo con Borges (Alfaguara, 2020). Me cuenta que no ha podido leerlo aún, pero que se imagina que Vargas Llosa tiene mucho que decir del autor argentino. Recuerda una anécdota sobre ambos personajes. “Hay tantas historias que se le atribuyen a Borges, pero esta sí es verdadera”, anticipa.

“Ocurrió en una de las veces que Vargas Llosa fue a visitar a Borges a su casa en la calle Maipú. Era un departamento chico, humilde. Un sexto piso y tres ambientes donde Borges vivía con la madre. Durante esta entrevista Vargas Llosa, que es un dandi, le dice a Borges de forma insistente: ‘Pero, Borges, ¿cómo puede vivir acá?, pero, Borges, ¿cómo puede vivir acá?’. La cuestión es que más tarde le preguntan a Borges quién era el hombre que lo había venido a visitar y él respondió: ‘Un peruano que parece que tiene una inmobiliaria porque quiere que me mude’”.

La anécdota que refiere Tomas no ha podido ser comprobada, pero sí muy compartida. Quizás se desprende de un episodio descrito por el escritor argentino Alberto Manguel, pero sin duda sirve para graficar la austeridad de Borges, una simpleza que lo acompañó casi toda su vida. El genio solo coleccionaba bastones, lo suficiente para guiarse y vivir.

En una de las entrevistas realizadas por Vargas Llosa a Borges y que justamente puede ser leída en Medio siglo con Borges, se menciona que la casa del argentino soportaba una gotera sobre la mesa del comedor. “Borges nunca me perdonó haber escrito eso”, ha dicho por estos días Vargas Llosa sobre aquel episodio ocurrido en 1981.

La relación entre ambos escritores es peculiar. El peruano nunca ocultó su admiración por el gran prosista de la lengua española y lo ha colocado al lado de Cervantes, Quevedo o Góngora, nos dice Tomas. Pero, ¿acaso hay escritores más distintos que estos dos? El propio Vargas Llosa reconoce la diferencia. “Jamás me ha interesado la literatura fantástica y pocos autores de esta corriente figuran entre mis favoritos. Los temas puramente intelectuales y abstractos, teñidos de inactualidad, como el tiempo, la identidad o la metafísica nunca me han inquietado demasiado y, en cambio, asuntos tan terrenales como la política y el erotismo –que Borges despreciaba o ignoraba– tienen un papel protagónico en lo que escribo”, dice en el prólogo de su libro. ¿En dónde recae pues esa admiración de lo opuesto? “La belleza e inteligencia del mundo que creó me ayudaron a descubrir las limitaciones del mío”, responde el autor de Conversación en La Catedral.

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Borges dividió su vida en tres actos: leer, pensar, crear. Fue un gran lector, capaz de crear hipervínculos en medio de una conversación para sorprender a su interlocutor. Su memoria prodigiosa era envidiada y el universo que construyó parece seguir en expansión. “Nadie puede intentar escribir como Borges sin caer en la parodia o el absurdo. Su estilo es tan perfecto que es inimitable. ¡Le faltó el respeto a la autoridad literaria! Hay que pensar cómo un lector de la década del cuarenta puede leer sus escritos brindándole una veracidad absoluta y aceptando sus juegos mentales. Inventó piezas textuales que no se sabe si son cuentos, ensayos o poemas”, menciona Tomas.

El crítico, quien dicta un taller de lectura sobre Borges, es claro: “El problema es que lo hizo todo antes; entonces, es muy difícil que los escritores que le siguieron en la Argentina escapen de eso. Lo pensó e hizo todo antes. La mejor manera de escribir después de Borges va a ser intentar no parecerse en nada a él”, subraya.

–¿Fue Borges humilde?

–Borges tenía muchas caras (…) Pero creo que era humilde genuinamente. Decía ‘que otros se jacten de los libros que han leído, a mí me enorgullece los que he leído’. No tenía ningún libro suyo en la biblioteca, que es algo que todo escritor medianamente inteligente debería hacer: no tomarse en serio uno mismo, sino a la literatura en sí.

–Además, era muy agradecido.

–El Borges público era tremendamente agradecido. Era como una especie de Maradona de la literatura. Y, ojo, él sabía desde sus veinte años que iba a ser un gran escritor. A sus treinta, que era el mejor de la Argentina y, a sus 40, que iba a ser el más grande prosista del siglo XX. Era consciente pero al mismo tiempo humilde, es paradójico.


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