Job Mansilla, del stand-up al cine. (Foto: Martin Pauca).
Job Mansilla, del stand-up al cine. (Foto: Martin Pauca).

Antes de ser fue Job David Mansilla Hinojosa.

Era estudiante de Ingeniería Civil. Le faltaban tres cursos para acabar la carrera. En su hogar católico, su padre era pastor. Todos los domingos se rezaba. En la época de Adviento se levantaban en la madrugada para rezar. No se recibían regalos en Navidad sino en Bajada de Reyes. Casarse, tener hijos, predicar y entrar a la universidad para estudiar una carrera rentable era el plan de vida.

Por el estrés de la carrera (¿o del plan de vida?) se le caía el cabello. Entró a un taller de stand-up para aliviar las tensiones de los 21 años. Lo hizo casi a escondidas y así fue hasta un día antes de su debut. Sus 10 hermanos y sus padres escucharon el anuncio. Para contarles hizo la rutina que duró unos 10 minutos. Nadie se rio en casa. Silencio. Lo miraban como bicho raro. “¿Es todo?”, preguntó su hermana. “¿Por qué mejor no dices que estás enfermo?”, propuso ella. “Ese fue, de todas maneras, el show más difícil que tuve”, me dice y ríe como siempre lo hace, con la sonrisa tatuada en el rostro.

Dejó de ir a la iglesia. Renunció al catolicismo, fue el primero en la familia. Y a los 24 años dejó su casa. Hoy tiene 33, la supuesta edad de Cristo cuando fue crucificado. Con más de 300 shows en su haber, no solo es una de las figuras del stand-up peruano, es actor en la película Muerto de risa, que está en cines. Y alista el show Comedia afrodisíaca, en el Teatro Julieta, para el 14 de febrero.

Hoy cree en la risa y el humorismo es su religión. Aunque dice: “Soy Job, un chico sanmiguelino que le encanta el arte. Un artesano del chiste”.

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¿Cómo te digo: actor o standupero?

En teoría es lo opuesto. El actor se transforma; más bien, un comediante de stand-up es mejor cuando más se acerca a él. Y justo por eso es interesante: buscar la forma de ser yo en el escenario y estoy formándome para ser otras personas.

¿Y entonces?

Soy un artista escénico. Escribo, trabajo, produzco y me paro frente a la gente para causarles algo.

Debe haber quienes piensan que el standupero solo se sube e improvisa.

Sabes, a mí eso me molestaba antes; terminaba una función y me decían: “Oe, qué chévere, solo te paras, improvisas, dices algo y ya, qué buena forma de ganar plata”. Y yo decía: “¿Sabes el esfuerzo que lleva escribir un chiste que valga la pena?”. Pero después pienso que está bien que la gente piense que todo es espontáneo, cuando atrás hay horas y horas de trabajo y repetición del chiste. Ese es el arte que tal vez puede tener similitud con la actuación: tengo que decir las líneas que ya dije en otra ocasión y que causen el mismo efecto, como una función de teatro.

Job Mansilla, del stand-up al cine. (Foto: Martin Pauca).
Job Mansilla, del stand-up al cine. (Foto: Martin Pauca).

¿Y cómo te has sentido haciendo cine?

El cine me da mucha ansiedad. En las artes escénicas un artista se transforma según la energía que hay en el ambiente.

¿En qué momento te pasó que nadie se reía?

Una vez estaba haciendo un show y vi cómo salió el bufet. Y yo siempre como regla tengo: nunca pongas comida en un show de stand-up. Yo estaba en medio de la rutina, los estaba ganando y salió el bufet. Tuve que competir con el bufet. Igual es divertido, es un reto. Te transformas: cambias el guion, improvisas. En el cine, eso ya está hecho, no puedo modificar que a la gente le guste o no la película.

¿Trajeron el bufet y qué pasó?

La gente se comenzó a distraer. Eran señores. Yo tenía 26 años.

¿Sacaste el show adelante?

Siempre. Un buen comediante tiene que tener un instinto asesino: son ellos o yo. Tienes que ir a lo que está pasando, “no se me distraigan con el chicharrón”, estás jugando con ellos y contra ellos. Tuve que salir del escenario: bajé y dije “cómo voy a competir con esta alita, esta alita pesa más que yo”. Funcionó, la gente se reía y los senté. Luché contra un bufet y gané (ríe). Es la gran diferencia con el cine.

Y hoy eres una de las figuras del stand-up. ¿Lo sientes así?

Lo que me encanta del stand-up es que me dio una estabilidad económica que me permitió autonomía artística. Escribo, dirijo, produzco mis shows y eso me da que la rentabilidad sea buena, eso me permite vivir tranquilo. Con los años aprendes qué da risa.

El show de Job Mansilla.
El show de Job Mansilla.

¿Hoy el stand-up domina la escena?

Por lo menos de las artes escénicas.

¿Hay límites para el humor?

Una cosa son los límites para la comedia y otra lo que se percibe como comedia buena y comedia mala. La comedia es muy concreta: una comedia es buena cuando te hace reír. Ahora, el mensaje que tiene atrás podemos discutirlo. Yo estoy en contra de la censura en el stand-up.

En tu discurso como standupero hay una ética, cierta prudencia, ¿no? Tal vez por tu influencia católica.

Sí. Me doy cuenta del poder que tiene el humor. Mi profe de teatro David Carrillo decía que el humor es un instinto y como todo instinto hay que educarlo.

Uno de tus momentos más celebrados (y emotivos) es cuando hablas de tu hermana con Síndrome de Down.

El chiste ha llegado a 4 millones y medio de personas en TikTok. Judith (hermana) lo vio y me dijo: “chévere, estaba superemocionada”. He visto quienes han elevado el stand-up a un grado de arte increíble... Me gusta la mirada crítica, ir a temas que no se tocan, exponer mi punto de vista. Un poco predicando, como hace mi papá (sonríe con el placer del deber cumplido).

AUTOFICHA:

-“Soy Job David Mansilla Hinojosa. Job me pusieron por un personaje de la Biblia. Siempre se habla de la paciencia de Job, el que aguanta calamidades. Siempre me dije: qué veía mi viejo de mí que yo no veía (risas). Renegué mucho del nombre y de ahí lo abracé, soy Job”.

-“El principal mandamiento del humor podría ser: si hay algo de lo que no te puedes reír todavía, ahí es, persíguelo, averigua por qué no te puedes reír de eso todavía, está dentro de ti. Tengo 33 años. Nací en Miraflores. Me faltaron tres cursos para terminar de estudiar Ingeniería Civil”.

-“Me faltaron llevar los cursos de Antisísmica, el de tesis y un curso electivo. Pasaba de sentirme un inútil y uno más en un salón de clases, a en la noche irme al bar y darme cuenta de que ese es mi lugar. Pude haber terminado la carrera, pero en ese momento el corazón no me daba, me fui con la comedia”.

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