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Eugenio Merzthal, maestro de la madera
El ebanista Eugenio Merzthal, que tiene 97 años de edad, nos cuenta cómo ha cambiado su vida por el confinamiento y cómo sigue creando balcones coloniales a escala desde casa.
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“Yo me puedo cansar, pero las máquinas no, entonces debo seguir a su ritmo”, afirma el ebanista Eugenio Merzthal cuando se le pregunta por qué continúa trabajando a sus 97 años. Sigue dedicándose al arte con madera, una de sus pasiones y talentos, lo que él define como “una buena vida”. A través de su página de Facebook, Balcones coloniales, no solo expone y ofrece en venta sus modelos a escala, sino que narra el día a día.
Su rutina solía empezar a las 5:30 a.m., hora en la que se levantaba. Tomaba desayuno y luego salía de su casa en Lince. Dos de sus seis hijos tienen talleres dedicados al trabajo con madera. Él iba, hasta antes de la pandemia, a trabajar con Guillermo, ubicado en La Victoria. “Solía llegar para abrir el local y me ponía a trabajar hasta la hora del almuerzo. Hay veces en las que me quería quedar hasta tarde, pero a mi edad ya tengo que descansar, según mis hijos y nietos”, dice mientras sonríe a través de una videollamada.
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DE CHICLAYO A LIMA
Nació el 15 de noviembre de 1922, en Eten, Chiclayo. Tuvo una niñez tranquila y, a pesar de los años, su memoria le permite recordar las tardes en las que salía a pasear a la calle mientras comía un pan y veía a la gente pasar. Tiempo después, su madre decidió mandarlo a vivir con una familia apellidada Pérez, pero revela que no pasó por buenos momentos. “Fueron tiempos tristes, porque me criaron como un sirviente y en esa época no sabía que era así. Hasta que crecí y a los 18 años mi hermana Dolores me ayudó a salir de ahí. Me salvó y me ayudó a ser mejor persona”, comenta con serenidad.
En Chiclayo también conoció a su esposa Olinda Yap de Merzthal, con quien tuvo seis hijos.
Durante esa época trabajó para la Fuerza Aérea de Chiclayo como charoleador, actividad relacionada al acabado de los muebles. “Antes no se usaba laca, sino charol. Y mi trabajo era hacer que los muebles tuvieran una presentación final impecable”, explica.
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Uno de los comandantes que allí conoció estaba empeñado en hacerlo suboficial, pero la vida militar no era para él, porque disfrutaba de su independencia.
Así decidió venir a Lima y cambió de rubro. Se dedicó a la madera en formatos pequeños y creaba alcancías y cofres con gran detalle. Como dice, “el arte se encuentra en las cosas pequeñas”. Tras casarse, instaló un taller en casa.
Luego pasó a construir muebles y se fue haciendo conocido. Llegó el día en que una persona le pidió ayuda para componer un balcón colonial que estaba dañado y desde entonces halló un placer especial por el arte que se expresaba en los balcones. “Solía pasear por el Centro de Lima y me inspiraba en las hermosas construcciones que veía”, dice.
Pero lo que él resalta es que gracias a ese taller pudo, junto a su esposa, criar a sus hijos. “Ellos son el gran tesoro que tengo y, con lo poco que les he podido entregar salieron adelante y son mi mayor orgullo”, afirma y se emociona, sus ojos se humedecen y su voz se entrecorta.
ARTE EN CASA
Actualmente, no puede salir, pero continúa haciendo las piezas desde casa. Se toma su tiempo y siempre fijándose en los detalles. “Trabajamos con caoba y cedro, dos de las mejores maderas”, precisa. También habla de la importancia de inspirarse en las obras de los demás, sin caer en la imitación. “Lo que resalta de mi trabajo es la creatividad. El arte sale de la curiosidad y yo soy así”, afirma. Y la gente percibe esa pasión. En su página de Facebook resaltan los comentarios que lo felicitan. Él los recibe con cariño y dice que se siente realmente afortunado de poder compartir su trabajo.
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Una de las cosas que suele hacer en el tiempo libre es leer. Comenta con orgullo que ya ha leído tres veces la Biblia y explica que la disfruta por las historias que le cuenta. También se entretiene con películas, sobre todo las de acción. Entre su música predilecta están las composiciones de Wolfgang Amadeus Mozart y Giacomo Puccini, así como las interpretaciones del tenor Luciano Pavarotti, por mencionar algunas.
Pero lo que más extraña es otra de sus pasiones: la pesca. En su juventud aprendió el arte de la pesca manual y solía atrapar peces y camarones en los ríos y riachuelos de Chiclayo. “Los sábados son sagrados para mí, porque iba a pescar a San Bartolo. A veces iba solo y tomaba un taxi hasta Atocongo y luego, un colectivo hasta allá. Incluso, he recorrido varias playas del norte y el sur pescando, a veces solo o con amigos”, recuerda.
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Hacia la parte final de esta conversación, me dice que hubiera preferido que sea en persona, pero entiende que el contexto de pandemia no lo permite. Se queja, a modo de broma, de que sus hijos y nietos lo cuidan demasiado y no lo dejan salir. “Me han explicado que, por mi edad, soy presa favorita del COVID-19; entonces, mejor me quedo en casa”, lo acepta sin titubear.
“Ya habrá tiempo para vernos”, agrega con una sonrisa cálida, detrás de la cual están la esperanza y las ganas de seguir viviendo a plenitud. Es que con sus manos Eugenio Merzthal no solo crea piezas únicas, sino que talla una vida llena de entrañables recuerdos y logros. Esos mismos que lo ayudan a mantener una memoria y vitalidad envidiables a pocos años de cumplir un siglo de vida.
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