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Mara Gonzales Rioja, escultora norteña: “Sin arte, el mundo será cada vez más frío, sin arte no somos nada”
Mara Gonzales Rioja, escultora norteña: “Sin arte, el mundo será cada vez más frío, sin arte no somos nada”
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Fecha Actualización
El día de su examen de admisión, Mara llegó tarde, con el cabello deshecho, los zapatos embarrados, sus papeles húmedos bajo el brazo y un puñado de lápices en los bolsillos. Solo llevaba eso y un sueño: convertirse en una artista. Aquella mañana se había desatado una lluvia intensa, los carros escaseaban y ella apenas tenía tres días en la capital. Dejó su natal Lambayeque para estudiar en la entonces Escuela de Bellas Artes –que ahora tiene la categoría de universidad– y lo logró. Desde entonces, ha dedicado sus días a construir y restaurar esculturas en diferentes regiones del Perú, sobre todo, en Lambayeque, donde ha trabajado muy duro para revalorizar la cultura Sicán a través de emblemáticos monumentos erigidos en distintas localidades del norte peruano.
-¿Cómo empezó tu amor por el arte?
Desde que nací, he sentido esa vena artística. Yo soy de Monsefú, que era pura tierra y barro. De niña hacía mis bolos de arcilla y me ponía a hacer ollitas, muñecas, en vez de agarrar juguetes. Mi amor por el arte de repente viene de mi padre, porque su abuelo hacía filigrana en Piura, en Catacaos. Por ahí que se impregnó en mí.
-¿Tus padres te apoyaron?
Cuando mi padre y mi madre deciden venirse a Chiclayo, ellos me daban mis propinas y yo las juntaba en chanchitos. Tenía cuatro. Uno era para pagar mis clases de ballet, otro para clases de pintura, clases de escultura y teatro. Cuando tenía 15 años, ya iba yo misma a matricularme a los diferentes cursos que dictaban en Chiclayo y así ha sido toda mi vida hasta que terminé secundaria y decidí estudiar en Lima, en Bellas Artes.
-¿Cómo fueron esos años?
La Escuela de Bellas Artes era mi mundo. Tocaban la campana a las 10 de la noche y nosotros seguíamos en el aula, nos tenían que botar porque nadie quería salir. Los que estábamos ahí nos entregamos con amor a lo que hacíamos. Estar en Bellas Artes era como un sueño, un mundo tan grandote, tan sentimental, tan apasionado. Y al salir, cuando terminas la carrera, te encuentras con otra realidad.
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-¿Qué cambió?
Había un gran amor y compromiso total con el arte. Uno se quedaba hasta sin comer por entregarse a su obra, pero ahora la mayoría de artistas se inclina por la parte económica.
-¿Qué te atrajo de la escultura?
Me encanta lo monumental, los grandes volúmenes. La escuela te da las técnicas, los conocimientos para tú cimentarte más, plasmar lo que ya tienes dentro, te educa, te sensibiliza más de lo que tú ya eres. Si me dieran la oportunidad de hacer esculturas de 20 metros, ahí voy a estar yo.
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-¿Por qué difundes tanto la cultura Sicán?
Mi fuerte siempre ha sido la escultura clásica, plasmo lo que veo de manera realista. Como yo soy netamente norteña, quiero a mi Perú, y estoy muy ligada a mi tierra, dije por qué mi realismo clásico no lo aplico en figuras del Señor de Sicán. La popularidad ha recaído en la cultura Sipán, pero la Sicán es netamente lambayecana; por eso me inclino para tratar de que se le dé el mismo valor.
¿Cuál ha sido tu trabajo más reciente?
Fue la restauración del Paseo Yortuque. Comencé con el mural, vi muy muertos los colores, porque Lambayeque es sol, alegría, vida y fuerza. Después de nueve años, les di vida, siempre respetando los originales. Luego entré a la restauración de las esculturas, que son hermosas, pero han estado muy deterioradas. También les he puesto color, ahora ya no todo está marrón, sino que he destacado las joyas de oro, las orejeras, los collares, el color carne. Me he sentido muy halagada, y no porque haya recibido un platal –me han pagado lo justo–, sino porque me gusta trabajar como un obrero y quedar satisfecha espiritualmente. Creo que mucha gente mira esas esculturas como si fueran un museo abierto, luego se van a investigar qué son esas figuras y eso me alegra bastante. Con esta restauración yo lo he dado todo, como siempre, porque amo lo que hago. No me gusta trabajar con 20 o 30 operarios, con uno es suficiente.
-¿Por qué no?
Porque yo misma soy en la obra. ¿Quién más va a hacer la obra sino uno como artista? Si pones muchos operarios, no van a hacer las cosas como tú. Tienes que hacerlo tú, el artista es el que está haciendo la restauración. En el Paseo Yortuque yo me he trepado en los andamios para trabajar en las 60 esculturas que tenían que volver a vivir. Creo que lo he dejado bello para mi norte, mi Perú y para los que vienen de otros países y ven las obras.
-¿Cuántos años lleva como artista profesional?
Me gustaría que pongas que Mara no tiene edad porque en el arte no hay edad. Una señora en el Paseo Yortuque me dijo: “Escultora, la he visto subir y bajar el andamio mientras pinta el hombre búho de cuatro metros, parece una chiquilla y ya no lo es. Subiendo esas escaleras, sentí que me da valor a mí”. Qué bueno que transmito algo. El artista tiene su espíritu, su fuerza.
-¿Cuál es la importancia del arte?
En momentos como estos, el arte no puede desvanecerse. Parece que a veces se derrumba, pero me da aliento que siempre logra sobrevivir. Te acuerdas cuando estábamos encerrados y salían a los balcones con la música, para alegrar a la gente, para aliviar el dolor que pasábamos de no poder salir, de la gente que moría, nuestros seres queridos. El arte está en todo, sensibiliza a la gente, te da para amar a un animal, a un ser humano, a la naturaleza. Si no hay arte, el mundo se va a morir, será cada vez más frío, más máquina. Sin el arte, no somos nada.
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AUTOFICHA
- “Soy Mara Gonzales Rioja, artista plástica, especializada en escultura. Una de mis esculturas más representativas es la de la máscara del Señor de Sicán, de más de cuatro metros de alto, y la cosmovisión de Sicán, que se encuentran en Ferreñafe, en Lambayeque”.
- “También he realizado el monumento al caballito de totora y bustos a diversos personajes emblemáticos de Lambayeque. Soy autora de la restauración y embellecimiento de las obras de los murales y esculturas del Paseo Yortuque, un gran destino para visitar”.
- “Estudié el colegio en Monsefú (Lambayeque), cuando llegaron unas monjas de Canadá e hicieron un convento. Fueron una influencia muy fuerte en mi vida artística, traían desde fardos de pinturas hasta plastilinas de su país para repartirnos y nos hacían escuchar bastante música clásica”.
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