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Carver, suciedad anónima

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Fecha Actualización
El llamado realismo sucio retrata de manera concisa situaciones cotidianas protagonizadas por grises personajes. En el silencio narrativo recae la profundidad de estas historias simples en apariencia. Dicha corriente tiene como su representante más sobresaliente al poeta y narrador estadounidense Raymond Carver (1938-1988). ¿De qué hablamos cuando hablamos de Carver? Pues de un estilo minimalista, de historias con personajes de mediana edad –treintones y cuarentones sobre todo–, muchos de ellos al borde del alcoholismo, atravesando crisis matrimoniales o existenciales; otros se encuentran desempleados o insatisfechos con sus trabajos. Carver atravesó una devastadora etapa alcohólica, pero en sus momentos de sobriedad construyó emocionantes tramas sobre seres anónimos en las que el éxito está marcado por el dinero y una felicidad de apariencias. Aunque sus cuentos se ambientan en el noroeste estadounidense de los años 60 y 70, sus historias son tan actuales que el lector del siglo XXI conecta con facilidad.
Para acercarse al universo Carver recomiendo sus dos primeros libros: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976) y De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981). En el primero de ellos encontramos relatos en los que intuimos qué atormenta a sus personajes, pues en las historias de Carver, el lector es como el espectador que llega al cine cuando la película ya empezó. Cuentos como “Gordo”, “Vecinos” o “No son tu marido” son como granadas que explotan cuando toman mayor impulso. En “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”, las heridas de una infidelidad se abren dos años después de ocurrida. En los cuentos de De qué hablamos cuando hablamos de amor, las historias cotidianas son guerras internas que afrontan cada uno de sus personajes. El relato “Bolsas” resume el espíritu del libro en boca de su protagonista: “Uno puede vivir obedeciendo todas las normas y un buen día, de pronto, nada importa un pimiento”. Ese “buen día” es el que nos presenta Carver en sus relatos, cuyos finales abiertos nos desconciertan porque nunca sabremos el destino de sus personajes. Leer a Carver es detenernos un momento a pensar si estamos tan jodidos como ellos y, sobre todo, si seríamos capaces de resolver nuestras crisis de manera tan kamikaze como ellos.