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Augusto Higa, escritor: “El miedo nunca se pierde, uno quiere seguir escribiendo como siempre”

“Me gustaría que me recordaran como un buen cuentista”, dice el autor de ‘Que te coma el tigre’, libro publicado en 1977 y que ha sido reeditado. Perú21 entrevistó al escritor Augusto Higa.

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Fecha Actualización
Escribe a mano. Una vez a la semana traza lo vivido por esos días. El primer cuaderno es del año 65, cuando estaba en la universidad. Son incontables. Cientos o tal vez miles. Son diarios, pero él los llama recuerdos de orden personal, cuadernos de quejas y contentamientos. Asegura que son impublicables porque solo los comprende él. “Uh… (estira el sonido de la u), un montón de cuadernos tengo, un montón”, me dice Augusto Higa con voz grave y pausada.
De padres japoneses y comerciantes, sus hermanos son ingenieros, profesores, dedicados al turismo. Él fue el único que estudió Literatura. Que te coma el tigre fue su primer libro. Agrupa seis cuentos, son historias de adolescentes, “de patoteros”, como él dice; retratan la vida criolla de la ciudad y de clases marginadas. Primera edición que data de 1977, que logró publicar porque pidió dos sueldos adelantados en su trabajo, con los que financió aquel debut literario de unos 500 ejemplares bajo Lámpara de Papel Editores, sello que creó con amigos. Hoy Editorial Planeta reedita esta obra dentro de la colección Imprescindibles.
Con lapicero azul escribe los diarios y con lápiz su obra literaria. De vez en cuando revisa aquellos escritos personales. Insiste en que son impublicables. Replico que debe haber mucho valor en ellos. “Pero valor de tipo personal”, responde. En lo personal a veces se hallan elementos claves para comprender la obra y a su autor, contradigo. “Sí, sí... Tengo que decidir qué voy a hacer con tanto material que he recopilado”, me dice el autor nisei de 75 años desde el teléfono fijo de su casa.
-Sus diarios recogen quejas. ¿Qué lo atormenta?
Uh… (estira el sonido de la u). Los sueños que tengo.
-¿Qué sueños son?
Son pesadillas pue.
-¿Cómo son?
Ah… (estira el sonido de la a). Sueño que estoy amurallado, encerrado y así sucesivamente.
-¿Logra escapar de esas murallas?
No. Me levanto cuando estoy en ese estado.
-¿Y qué lo regocija?
Las lecturas que hago. Estoy leyendo a (Ricardo) Piglia, estoy leyendo historia del Perú sobre la época de Leguía. Ahora leo más, hasta cuatro horas. Pero escribo menos.
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-Usted dice que los diarios personales que escribe muchas veces son incomprensibles. ¿Por qué los conserva?
Yo mismo me digo para botarlos, pero no los boto porque son recuerdos míos, es como la ropa que uno ha usado y ya no utiliza; y uno lo guarda porque te prestaron un gran servicio.
-¿Por qué se ha resistido al uso cotidiano de la tecnología?
Siempre he sido así, no solo (me he resistido) al uso de las computadoras sino también al uso de la máquina de escribir. Solo entro a Google y no tengo redes sociales.
-Tampoco tiene celular. ¿Por qué?
No sé. Yo soy antimoderno, demasiado chapado a la antigua. Sigo mi propio instinto, hago lo que me gusta. Cuando escribo, hay una autonomía entre lo que escribo, siento y la mano. Por ejemplo, cuando la letra está muy gruesa, cuando la letra está muy ancha siento que son primeras anotaciones; las cosas se vuelven mejor cuando lo anotado es más legible, más curvado; hay una identificación plena entre lo que escribo a mano y lo que voy leyendo.
-¿La rabia o la pena también se dejan notar a la hora que escribe a mano?
Claro. Esos son los apuntes personales, no los literarios.
-¿Qué opina del universo que ha traído la tecnología, como el mundo de las redes sociales?
Es complejo, terrible. A algunos los aprisiona y a otros no. En mi caso no. Pero es parte de la modernidad, de ser miembros de una sociedad súper avanzada. Ahora todo es virtual, lo que está bien, pero yo no me puedo adaptar pue...
-Bueno, usted decidió estudiar Literatura en un contexto donde probablemente esa decisión era hasta irreverente.
No lo veían con buenos ojos estudiar Literatura, pero era lo único que me gustaba y traté de hacer las cosas a mi manera, y afrontar los problemas que surgieran y surgieron muchos problemas, pero ahí estuve, cabreando bien.
-¿Cómo cuáles?
No sabía en qué colocarme; finalmente, me coloqué de editor y periodista en el Ministerio de Educación. Escribía guiones, textos para maestros, boletines, hacía entrevistas. Me defendía con eso.
-¿Y sus padres qué le decían?
Te vas a morir de hambre porque las letras no se comen.
-¿Tuvieron razón?
Tenían razón en parte (ríe), pero uno tiene que hacer lo que más te guste hacer; si no, estás muerto.
-Con padres comerciantes, ¿de dónde viene el placer por la literatura?
No sé, de los días solitarios de la infancia en que me dedicaba a la lectura. Me gustaba leer novelas, cuadernos, diarios, y traté de hacer eso. Hasta que por fin en el año 65 estudié Literatura.
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-¿Algún escrito sobrevivió y llegó a Que te coma el tigre?
No. A los 14, 15 años escribía muy fantasioso. Hasta que llegué a la universidad y ahí aprendí a escribir cuentos. Los cuentos de Que te coma el tigre son escritos entre el 69 y el 74, y se publican en el 77, pero son textos que escribí cuando era estudiante de San Marcos. “El equipito de Mogollón” debe estar escrito a los 21, 22 años. “La toma del colegio” a los 23 años. En esa época éramos la primera promoción que nos educábamos en textos y novelas exclusivamente latinoamericanas, era la etapa del boom pues. “El edificio” lo leyó (Miguel) Gutiérrez, Washington Delgado, Oswaldo Reynoso, tenía premios literarios y eso bastó para crear cierta expectativa, y cuando salió el libro, fue un éxito editorial y de crítica.
-¿Cómo lo asumió?
Hubo un sentimiento de miedo: ¿y ahora qué hago? Seguí escribiendo y 10 años más tarde publiqué La casa de Albaceleste.
-La incertidumbre le duró 10 años.
Fue bueno porque fui descubriendo otras rutas. El segundo libro es distinto del primer libro.
-El primero son historias de adolescentes. ¿Cómo era usted en el barrio, era protagonista o espectador?
Espectador. Era muy tímido. Paraba en las calles pero con otros compañeros. Traté de describir esa vida de barrio, la toma del colegio, las enamoradas, problemas de adolescentes, problemas de patotas y dentro de eso la violencia, la indiferencia, el descrédito de la sociedad, la pobreza.
-Por ser tímido, ¿no lo agarraron de punto?
A veces (ríe), pero uno salvaba la situación poniéndose valiente, poniéndose difícil, siendo conversador, haciendo bromas.
-¿Tenía calle?
Tenía barrio, pero me dedicaba a la lectura. En esa época de colegio ya iba al cine, veía películas como Ocho y medio (8½) de Fellini.
-Tuvo que pelearse seguro.
Como todo muchacho.
-¿Pegó o le pegaron?
Bueno, siempre había empates, a veces pegaba, a veces me pegaban. Eran reacciones de patotas. Eso se traduce en cuentos como “Lolita guau guau” o “Parados mirando las gaviotas”; son violencia que se ejerce entre los muchachos y que se mezcla con otros problemas.
-¿Usted era como Sobero o como Riquelme?
(Ríe). Como Sobero, como Sobero.
-Sí mandaba en el barrio.
Sí. Ese cuento se origina porque hubo una toma en el colegio Labarthe. Pero está influido por el Vargas Llosa de La ciudad y los perros y el Vargas Llosa de Los jefes. La literatura tiene que ser una confrontación con la realidad, escribes para complementar tu realidad.
-La realidad no nos alcanza.
Con la literatura me realizaba a mí mismo. Tuve grandes maestros como Salazar Bondy en filosofía, el doctor Pulgar Vidal en geografía, Matos Mar en antropología y así sucesivamente.
-¿Y en literatura quiénes han sido sus faros?
Washington Delgado, porque no solo era maestro en las aulas sino fuera de ellas. Me orientó.
-¿Luego del éxito de Que te coma el tigre se sintió escritor?
Claro, me sentí abrumado, sobrestimado, pero tenía que andar con cautela; por eso demoré mucho para seguir escribiendo.
-¿Por qué con cautela?
Porque había tenido éxito.
-Hoy se dice: si tienes éxito, aprovecha y sácale el jugo.
Sí pues, es lo aconsejable, pero yo tenía más miedo. Miedo a escribir, a enfrentarme al público, a publicar cosas nuevas, a buscar nuevos mundos. Pero en el segundo libro, La casa de Albaceleste, publiqué un gran cuento sobre las brutalidades que se cometieron dentro de la lucha antiterrorista.
-¿La literatura tiene la responsabilidad de responder a su tiempo?
Los conceptos que manejábamos en esa época eran conceptos del 60, 70, del boom literario; estaba la responsabilidad social, había que reflejar las clases populares, reflejar la realidad. Ahora no, ahora un escritor joven escribe lo que quiere y no tiene ningún compromiso con nadie, salvo consigo mismo y con escribir bien.
-¿Hoy aún tiene miedo?
Siempre, es algo que nunca se pierde por las responsabilidades que tiene uno y porque después de haber publicado varios libros y de haber tenido éxito, uno quiere seguir repitiendo el éxito y seguir escribiendo como siempre, pero no lo logras en todo lo que escribes. En un libro de cinco, seis cuentos, básicamente, dos o tres son buenos, lo demás es relleno.
-¿Y cómo se hace para que ese miedo no paralice?
Ah… (estira el sonido de la a), escribiendo con más responsabilidad y esfuerzo.
-¿Cómo se logra ser un buen cuentista?
Con mucho esfuerzo. Escribir con sinceridad, honestidad, desenfado y mucha imaginación... Me gustaría que me recordaran como un buen cuentista.
AUTOFICHA:
- “Soy Augusto Higa Oshiro. Tengo 75 años, nací en Lima, por las Nazarenas, era un callejón que ya ha sido demolido. Hoy hay un edificio ahí. Mis padres llegaron al Perú por los años 20, 30. Ellos hablaban en japonés y nosotros en castellano. Fue así siempre”.
- “Estudié en el colegio Melitón Carbajal, Literatura en San Marcos y una maestría en Literatura Latinoamericana. De los libros publicados, al que le tengo más afecto es a Que te coma el tigre, porque fue el primero. Los muchachos de ahora escriben rápido y publican con facilidad”.
- “Cuentos informales se llamará (mi) próximo libro de cuatro cuentos, tiene que ver con los vendedores ambulantes. Pero no sé cómo estarán. Ya di lo mejor de mí mismo, prácticamente estoy en la etapa otoñal, en la decadencia. El balance es positivo porque he publicado lo que quería y sin muchas ayudas”.
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