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Armando Andrade: “Más que un coleccionista soy un provocador”
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Armando Andrade (Lima, 1952) cumplió este año una promesa que no lo dejaba estar quieto. Se la había hecho al uruguayo Gonzalo Fonseca durante un encuentro en Nueva York hace 27 años.
Toma nota, Armando —le advirtió el escultor aquella vez, como si se tratara a algo semejante a la fórmula de la felicidad— en Vitcos, en Cusco, está la piedra más linda e imponente del mundo, tienes que conocerla.
Armando tomó nota. Si por su curiosidad fuese, en ese momento habría tomado un avión rumbo a Cusco para dar con Yuraq Rumi, esa piedra blanca que había emocionado al escultor, gran conocedor de los preincas e incas. Sin embargo, se despidió de Fonseca, no sin antes de darle su palabra de que iría a Vilcabamba, para visitar el monumento desconocido.
“27 años después tuve la suerte de haber llegado a Yuraq Rumi. Es una de las cosas más maravillosas que yo he visto en mi vida. La compararía, su contundencia, con obras como el Taj Mahal, el Palais Royal en París o el Campidoglio en Roma. Las palabras de Gonzalo se hicieron reales y cada vez más fuertes, no pude contener lo que la piedra nos decía, solo me pude arrodillar frente a ella en un acto de devoción religiosa”.
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Armando es un coleccionista de arte, un provocador, pero, ante todo, un curioso.
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En la oficina de Armando, en la avenida Salaverry, todo parece ser arte. Un cuadro de Huanchaco permanece a la derecha de su escritorio. Otro de Lastenia Canayo se abre paso entre tres obras suyas en el librero. Dos piezas en serigrafía de Juan Javier Salazar separan dos grupos de libros, mientras que unas cerámicas wari y nazca se lucen en un espacio privilegiado. En medio, dos sillones donde intentamos hacer una entrevista sin distraernos con lo que nos rodea.
-¿Recuerda cuál fue su primer acercamiento al arte?
Fueron las iglesias. Recuerdo la iglesia de San Felipe, donde Joaquín Roca Rey había hecho estatuas y a mí me llamaba la atención ese mundo visual, escultórico que rodeaba el mundo de las iglesias. Y nosotros nos vamos a vivir muy temprano a Chaclacayo. Y yo conozco ahí a un grupo de gente interesante. Estaba Fernando de Szyszlo, Blanca Varela, Ricardo Sarria. En esa combinación entre artesanía, pintura, el mundo precolombino (que Szsyzlo incorporaba a su a su vida diaria), formaron en mí desde muy temprano una especie de conciencia sobre en qué país estábamos viviendo. Son los tempranos 60. A los 17 años soy una persona que tiene una clara conciencia de lo que significa el mundo del arte y para mí fue un refugio siempre.
-¿Qué desaprendiste del arte en esos primeros años?
Tuve una suerte enorme porque nosotros pasamos de un colegio clásico, el San Pablo, al colegio Chaclacayo, donde el director era Eduardo
Núñez que era un personaje surrealista. Si Sartre o Breton lo hubieran conocido sería un personaje de sus escritos de todas maneras. Fue una persona que nos introdujo al mundo visual, a la poesía, a la música, ópera. Para mí se armó desde muy temprano un mundo sostenido por todo eso. Más bien dentro de ese proceso lo que me tocó a mí fue discernir sobre qué significaba cada cosa. Que significaba la poesía, dónde estaba su riqueza, qué significaba el poder evocador de la música, el poder de la arquitectura... Y de ahí poder entender la diferencia que había entre un mundo global, cosmopolita, y un mundo local, que en ese momento no estaba del todo abierto. Te estoy hablando de los años de la revolución de Velasco, años muy importantes para mí años donde compartí la frustración y la tristeza de ver a un padre que la reforma agraria lo golpeaba. Y, por otro lado, el surgimiento de una conciencia del otro en el Perú. De la artesanía, de las artes, de la importancia del mundo andino, de la presencia del indio, de la sociedad criolla, del cholo, las diferencias entre el rico y el pobre... Para mí esos años fueron importantes porque generó una conciencia formativa de las cosas maravillosas que había en mi país, pero también de las áreas de oportunidad que tenemos nosotros todavía vigentes hasta el día de hoy. Me paro por primera vez delante de mi país, pero ya desde una vocación bastante clara alrededor de las artes. Segundo, con la conciencia de que hay más elementos que conforman la idea de una nación.
-¿Quiénes fueron sus referentes en esos primeros años?
Por esas casualidades de la vida Blanca Varela y Fernando de Szyszlo vivían en Chaclacayo y fueron dos personas muy importantes para mí. Blanca tenía una boutique que se llamaba Stop en Miraflores. Yo hacía en el colegio pintaba con flores y Blanca recogía mis collages y los ponía en venta en su boutique. Y cuando iba a la casa de la Szyszlo me encontraba con piezas de cultura Chancay que para mí fueron importantes y formativas. Son piezas que había visto de niño camino a Huacho, a la hacienda de mi padre.
-Sin embargo, decidiste en un primer momento por el Diseño. El arte era mucho más complejo. Tenía una familia que apoyar y el Diseño me permitió desde muy temprano generar un dinero. Abro en el Perú, en el año 1971, el primer estudio de diseño. Un estudio que tenía algunos elementos fundamentales. Era multicolaborativo, sentía que la Pintura, el Diseño, Arquitectura, Poesía, todo cumplía un rol.
-¿Había nostalgia por no dedicarte de lleno al arte?
Sí, yo creo que nunca he podido mantenerlos independientes. Esa sería mi conclusión final. Soy una persona que ha trabajado y sigue trabajando en el mundo del arte de una manera distinta, silenciosa. Si bien el diseño soluciona cosas muy específicas, el arte soluciona otras cosas, mucho más personales. El arte va a donde tú lo quieres llevar y está íntimamente relacionado con tu propia persona.
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-Sigue siendo su refugio.
Sí, sigue siendo. Y ahora que me voy volviendo más viejo más todavía. Hoy en día estoy mucho más cercano a mi producción artística. Sin embargo, hay dos puntos de quiebre. Un primer momento donde tomo una decisión y tengo una empresa de diseño y una producción artística. Y el tema del coleccionismo. He sido un coleccionista de diversas cosas, pero con una gran concentración en el mundo precolombino, sobre todo de la cultura Chancay.
-¿Por qué Chancay?
Me di cuenta de que era una cultura tremendamente vapuleada por los arqueólogos. Sentí, más bien, que era una cultura de expresión, a fin a los momentos que se vivía en el mundo. A mí me llaman el “Chancaymán”. Compro la colección de Arguedas, la de Apesteguia, la de Gabaldoni. Logro consolidar en una gran colección esas colecciones. Es una de esas expresiones tan contemporáneas y versátiles. Chancay tiene una línea clarísima en cerámica, pero además en la parte textil son fantásticos. Las gasas de Chancay es una expresión de una sutileza y de un refinamiento pocas veces visto en el mundo. Es una cultura donde claramente hay una explosión del color, seguramente no tanto como Wari, pero tienen una conciencia tremenda del color y de las técnicas. Es una cultura muy completa.
-¿Cómo evalúa las políticas culturales del país?
Creo que es un sector abandonado, que el peruano no lo ha entendido y menos los políticos. Es un sector que le podría dar tanto más al país. Por ponerte solamente un ejemplo, tenemos la gastronomía, que es pura cultura y que es uno de los grandes atributos del Perú turístico. Nosotros somos uno de los seis países cuna de civilización, uno de los 10 países milenarios, ¿te imagina lo que tenemos para entregar? La gente, por ejemplo, no sabe que el corpus textil más importante que existe en la humanidad es el peruano. No lo reconoce como tal. ¿Cómo amas lo que no conoces?
-¿El Bicentenario fue bien aprovechado?
Se hizo muy poco, ha pasado sin pena ni gloria. Yo lo tenía mapeado con mucho más interés, se podían hacer cosas mucho más interesantes, no se hizo nada realmente relevante. Yo tuve una iniciativa personal que me llenó de orgullo. Decidí regalarle al Perú la recopilación de un grupo importante de pintores populares, los pintores marginales de todo el Perú- Junté 200 cuadros de un grupo de más de 80 artistas a lo largo y ancho del Perú. La muestra se llamó “La Resistencia del pincel”, que estuvo expuesta en el MAC.
-¿Cuál es su definición de arte?
Para mí el arte es la expresión más sublime que existe. Ha estado presente desde la vida primaria, es una necesidad humana por dejar una huella, una expresión que va bastante más allá de lo cotidiano. Está totalmente vinculado a las grandes preguntas, a lo sagrado, a lo eterno, etcétera. Lo otro que he podido definir es que los artistas son las grandes parabólicas del mundo, las personas que tienen la capacidad de anticiparse a lo que va a venir en el mundo. Son personas que tienen una sensibilidad especial que les permite mirar el mundo con una anticipación enorme. Y lo vemos en las grandes exposiciones. Vas a la Bienal de Venecia y las preocupaciones del mundo están ahí. Un ejemplo, en los años sesenta Nicolás García Uriburu tiñó los canales de Venecia de verde como una preocupación por la ecología. ¡Imagínate, estamos hablando de los años sesenta! Era una preocupación absolutamente legítima, vio sencillamente hace 60 años que tiene el mundo tenía que tomar conciencia de la naturaleza y de los temas ecológicos.
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-¿Qué necesita uno para ser coleccionista?
Curiosidad. En Perú yo diría que no se necesita dinero, se necesita curiosidad. Hace siete años voy a un anticuario y encuentro una tela bordada que decía “A.R”, costaba 20 soles. Me llevo una, la miré y comenzó la curiosidad por quién era “A.R”. Regresé y compré 10 más. Preguntando luego sobre quién era me dicen que es Aquilino Ramos, un personaje fantástico del centro del Perú, un bordador huancaíno increíble.
-¿Cómo se alimenta esa capacidad de admiración?
Es una decisión de querer mirar. Por ejemplo, yo en el MALI he sido presidente de la subasta anual por 25 años. ¿Qué he hecho? He tratado de poner obras que abran los ojos de los peruanos.
-¿Cuándo ha sido la última vez que algo te ha dejado sin palabras? Este año hubo una muestra en el Centro Cultural Garcilaso de la Vega, de una artista shipiba llamada Sara Flores que me dejó perplejo. Creo que estamos ante una artista de nivel mundial.
-¿Cómo describiría su colección? Yo tengo una colección muy diversa. Más que un coleccionista, me defino como un provocador. Yo no soy una persona que tiene como una fan enorme de poseer todo, a mí me interesa provocar. Tengo cosas muy diversas y las hago para poder establecer relaciones entre una cosa y la otra y porque a mí me parece fundamental ser un provocador, llevar a la gente a un territorio desconocido.
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-Tiene una colección de ponchos bastante completa.
Es bien conocida. Es increíble que los mejores ponchos peruanos estén en Argentina y no en el Perú.
-¿Por qué?
Porque hubo una curiosidad en relación al poncho que acá nadie ha tenido. Como el poncho de Sucre tejido en algodón en Argentina, el poncho de San Martín en Luján, el poncho del general Los Heros. Yo he ido a aprender del poncho peruano en Argentina. Tuve la suerte de conocer a la gran historiadora Ruth Corcuera que escribió el primer libro sobre el poncho. No me cabe la menor duda de que el poncho es una prenda peruana (la palabra proviene del araucano), el triángulo con una apertura central que data de hace miles de años. E influencia a toda América, desde México hasta la Patagonia tiene una enorme implicancia en la vestimenta. En la campaña libertaria San Martín venía con el uniforme napoleónico, pero lo tiene que cambiar por el poncho patrio, por el poncho azul, porque el poncho era un elemento simbólico. ¿Quién la ha recopilado en el Perú? Nadie. Yo he ido juntando a través de los años una cantidad de ponchos y te imaginarás que la una pretensión, a estas alturas de mi vida, es poder donarlas a un lugar donde haya verdadero interés. Quería que cuando se haga el Museo del Caballo de Paso donar una colección de ponchos para que la gente pueda entender lo que hay detrás del poncho.
¿Tiene alguna pieza que considera invaluable?
Hay una pieza para mí que no la vendería jamás. Y tiene una anécdota muy curiosa. Cuando la encontraron me la iba a traer porque sabían que yo era un gran coleccionista de Chancay, pero finalmente no llegó a mis manos. Fue a parar a otro coleccionista y cuando yo la vi me di cuenta de que era la más importante que había salido alguna vez de Chancay. Es una cerámica que mide cincuenta centímetros. Es una gorda, una mujer en gestación, absolutamente fantástica. Al final cambié esa pieza por una camioneta, para que veas cuán loco estaba en ese momento. Cuando adquiero la pieza recuerdo haberla puesto en mi casa de una forma muy peculiar. Hice un cerro de arena en una vitrina y puse la pieza encima. Llamé a los coleccionistas más importantes de la Cultura Chancay que había en ese momento. Uno era Raúl Apesteguía, quien cuando vio la pieza dijo ‘ahora te puedo vender mi colección de Chancay’. Me vendió la su colección y la de Arguedas, que también la tenía. Hice lo mismo con Gabaldoni. Para mí es la pieza más importante que tengo.... aunque en realidad la tiene el país. Es una pieza que claramente va a quedar aquí, donada, como va a quedar toda mi colección de Chancay.
¿Hay una responsabilidad en el coleccionismo?
Los que tenemos esta suerte de curiosidad por las cosas que nos rodean tenemos también una enorme responsabilidad. Te das cuenta de que no eres dueño de nada, de que eres una parte de la pieza y que la pieza evidentemente te va a rebasar. Y ahí viene un punto que yo diría que es absolutamente central: saber qué vamos a hacer. E involucrarte con una institución que tú sabes que tiene una visión de permanencia es fundamental. No solamente por lo que se aprende, sino por lo importante que significa una institución donde tú puedas llegar determinadas cosas. Para mí eso ha sido el MALI, que es la institución a la cual obviamente voy a legar muchas cosas.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Como un gran peruanófilo, como una persona que amó el arte, el diseño y la peruanidad. Que entregó su vida a eso. Yo no me voy a ir de este país, voy a ser el último que apagará la luz.
DATOS
El fotógrafo Roberto Huarcaya representará a Perú en la Bienal de Venecia 2024 con el proyecto Cosmic Traces.“La elección fue muy competitiva. Además, viene haciendo algo importante, viene rompiendo la tradición y la tiranía en la fotografía. La tiranía del formato, del medio, de lo que estamos acostumbrados”, señala Andrade sobre el trabajo de Huarcaya.
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