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Mario Vargas Llosa a diez años de haber logrado la cima [ESPECIAL]

Han pasado diez años desde aquella mañana del 7 de octubre en la que se anunció la entrega del máximo premio literario, el premio nobel, a uno de nuestros escritores más universales.

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Fecha Actualización
“Cuentan que Sócrates, cuando fueron a entregarle la cicuta, estaba aprendiendo persa”, dijo en una entrevista concedida hace año y medio. Morir en vida para Vargas Llosa es perder la curiosidad. Explorar, aventurarse por lo desconocido, lo mantiene en movimiento. “Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente”, agrega, reflexivo. No deja de trabajar disciplinadamente, todos los días, a sus 84 años. Quien se sienta a esperar el final, considera, ya está muerto.
Escribe a mano y lo guía una convicción, ser hasta el último día un ser creativo. Aunque ha aceptado tener lagunas propias de su edad, se resiste al ocaso de la vejez. Escribir es como respirar. También ha declarado que trabaja para la vida, no para la muerte, que no le genera mayor angustia.
Ha explorado todos los géneros. Ha atacado aspectos de la vida desde todos los ángulos y con una gran galería de personajes. En su trayectoria vital, además de candidato presidencial y de dirigir la investigación del caso Uchuraccay, ha sido actor y comentarista de fútbol. En su época de estudiante desempeñó hasta siete trabajos, entre ellos redactar noticias, fichar libros y revisar los nombres de las tumbas de un cementerio.
Hace 10 años, el 7 de octubre, Perú despertaba con la noticia de que le habían concedido el máximo galardón literario por su “cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”.
Lo que significó júbilo para el país a él le trajo desconcierto. Se encontraba en Nueva York preparando una clase para la Universidad de Princeton. “Me han dado el Premio Nobel aunque no sé si es una broma”. Así le comunicó la noticia a su hija Morgana en llamada a Lima hace una década. Sin embargo, todo era real.
Tal vez esa llamada había tardado demasiado. Para el crítico Ricardo González Vigil, lo hicieron esperar bastante. “Es el novelista hispanoamericano con mayor número de novelas magistrales, y ya lo era hace 40 años”, dice, aludiendo al misterio de su precocidad. Antes de los 30 años había escrito La ciudad y los perros y La casa verde.
En la ceremonia de aceptación, dijo que aprendió a leer a los 5 años y que es la cosa más importante que le ha pasado en la vida. Otra frase que dejó ese momento: “Brindo por el milagro de que la literatura sea vida”.
El jueves, se le rindió un homenaje organizado en el Instituto Cervantes en su sede central de Madrid. La autora brasileña Nélida Piñón indicó que cuando lo conoció en 1979 supo que estaba “condenado a una gloria extraordinaria” y el escritor español Javier Cercas expresó que “es más fácil ganar el Premio Nobel que ser Vargas Llosa”.
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Pudo escribir libros que desafían a la realidad porque, acota el escritor Alonso Cueto, su obra cuenta con una multiplicidad de lenguajes y perspectivas para ver el mundo. La realidad aparece multiplicada, retratada en su abigarrada complejidad. Y se trata de un mundo terrible, marcado por la corrupción, la violencia, la precariedad y fragilidad de la condición humana.
Y el poder. En el centro de su obra, continúa Cueto, está el descubrimiento de que el poder es un gran motor en el movimiento de la historia. Tanto el poder político como el social se inmiscuyen la vida privada de sus personajes.
SOBREVIVIR AL NOBEL
Una apuesta que no se acabó con el galardón de la Academia Sueca. González Vigil estaba un poco decepcionado con las novelas desde El sueño del celta (2010). Sin embargo, en su opinión, logró publicar una novela perdurable después del Nobel.
“Tiempos recios vuelve a mostrar su capacidad para desarrollar una estructura narrativa con distintos puntos de vista y personajes con complejidad psicológica y ética”, acota el exdocente e investigador.
Su influencia es enorme y sostenida, añade González Vigil, en comparación con la de sus coetáneos Cortázar y García Márquez, cuyo influjo llegó a ser muy fuerte, pero luego se fue diluyendo. Su resonancia pudo traspasar el momento.
Vargas Llosa, siendo un narrador enorme y figura totémica de la literatura peruana, es también uno de los últimos intelectuales que influyen la vida pública, conciencia crítica de fenómenos globales y de coyunturas políticas. Encarna eso, al margen de sus opiniones polarizantes. “Nadie en español encarna eso con la resonancia de Vargas Llosa”, dice González Vigil. “Ha influido en la vida del Perú, de América Latina y de España”, acota Cueto.
¿Cómo sobrevivir al Nobel? No tiene el problema de la hoja en blanco, comenta Cueto, sino que le falta tiempo para desarrollar todas las ideas que se le ocurren. Incluso con su disciplina férrea y su espíritu metódico, le falta vida para escribir.
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