Las letras de suenan tan personales porque tienen detrás una impronta autobiográfica. Paul Banks, que cursó estudios de Literatura en su juventud, llevó esto a su máxima expresión al crear un alter ego para los textos de su último álbum. “Marauder es una faceta de mí mismo. Es el tipo que jode las amistades y hace locuras. Él me enseñó mucho, pero es una persona que es mejor dejarla en la canción”, dijo en 2018. Y ayer, sobre las 9:30 p.m, estaba en el escenario como un enigma, impenetrable, con lentes negros durante todo el concierto, el primero de la mítica banda en Lima.

El tímido frontman no dijo mucho. Dio los parabienes a la banda soporte Parahelio, presentó a sus músicos y agradeció amablemente al público en un casi perfecto español. Lo que hizo fue interpelarnos junto a Daniel Kessler y Sam Fogarino con 21 afiladas canciones en los Domos Art de la Costa Verde.

Los neoyorquinos, referentes del rock del siglo XXI, comenzaron con “Pioneer to the Falls”, seguida de “C’mere”, dando cuenta de la profundidad emocional y la cuidada arquitectura de su propuesta. Cuando Interpol toca, instala otro clima, y ese clima tiene algo del pasado, pero de un pasado que no existe. Su sonido evocador remite al pospunk, al garage, pero reinterpretados de una forma depurada y con un mensaje adecuado a nuestra época.

La banda vestía de forma elegante y su sonido era demoledor y nostálgico. Así fue “If You Really Love Nothing”, al igual que en la poética “Public Pervert”: “Si el tiempo es mi barco, aprender a amar puede ser mi forma de volver al mar”. Al micrófono, Banks seguía impasible, casi inexpresivo, pero su canto, con su característica voz rasgada, era un reclamo desde la decepción, desde el desencanto.

La batería de Fogarino era una pieza de relojería y el concierto detona con “PDA” o “Say Hello to the Angels”, composiciones desgarradoras, dinámicas, del álbum con el que irrumpieron como estandartes del resurgimiento del rock a finales de los 90 y comienzos del nuevo siglo.
Ayer fueron cerca de 3,000 personas que se comportaban como un núcleo duro de fans. No pararon de corear, saltar y aplaudir. La banda no daba tregua con tracks de texturas envolventes, con momentos crudos y atmosféricos. Y una sonrisa comenzaba a asomar en el rostro de Banks.

Interpol sabe cómo ascender y decargar su voltaje, con sus progresiones, su sincronía perfecta, su bajo omnipresente. La deliciosa guitarra de Kessler sonaba punzante y enérgica. Parte de la magia de la banda es ofrecer canciones compactas que hablan de algo que se quiebra.

Llegó “NYC”, con su visión desalodora de Nueva York, cuya primera versión fue grabada en 2001 y que se leyó como una premonición del ataque a las Torres Gemelas. Las canciones se muestran como un grito desesperado e hipnótico, el espectro de la metrópoli, su espíritu.

Más adelante, “Fine Mess”, su último tema publicado, trajo el presente de la banda. Y con la potente “Slow Hands” se retiran por primera vez del estrado. Un pico sólido, extático. La banda, sobria en todo momento, había descargado su sonido hipnótico y desequilibrante sin siquiera despeinarse.
Vuelven con “Lights”, seguida de “The Heinrich Maneuver” y se despiden con “Roland”, la historia de un asesino en serie. “Mi mejor amigo es un carnicero y tiene 16 cuchillos”. Macabro, sórdido, de ritmo agresivo e indomables tonos altos que forman parte de su identidad. 

Sorprendieron con un segundo encore. El público recibía “Obstacle 1”, de su disco debut, que escribieron tras ver la noticia del suicidio de una modelo que se acuchilló en el cuello. Igual, una pieza abierta a la interpretación, considerada una de las mejores de la década pasada.
Fue el último concierto de su gira sudamericana. La banda se retiraba y Banks dedicaba un beso volado a los asistentes. La demostración de afecto de Fogarino fue incluso mayor. Cogió el micrófono y dijo: “¿Me pueden escuchar? Ustedes son el mejor público que hemos tenido nunca, en 20 jodidos años”.

Después de dos décadas, ese mensaje emocional y desconcertante que abría los 2000 se mantiene urgente e inescrutable; las canciones de Banks y compañía, que se conocieron en la universidad con marcados intereses por las artes y las letras, siguen siendo pistas para entender la vida contemporánea.

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