Los primeros días en los que desperté sin esa dura tristeza [EN PRIMERA PERSONA]

Hoy se conmemora el Día Mundial Contra la Depresión, y me animé a escribir estas líneas.
Foto realizada por Renzo Salazar, uno de esos días.

O buscaba ayuda. O me ayudaba sola. O mandaba todo a la mierda. Para una persona con crónica, que lleva años en este carrusel vacío, de dolor inexplicable e incertidumbre, despertar un día sin esa tristeza pesada y asfixiante que manifiesta la maldita enfermedad es un triunfo, como un grito de gol (si me gustara el fútbol). Yo no sé cómo pasó, pero contaré algunas cositas que cambiaron mi vida en el Día Mundial de La Lucha Contra la Depresión. No es exhibicionismo. Es una forma de escribir para seguir sanando, y es compartir con los que no superan el mal para mostrarles que hay formas de vivir, no de sobrevivir. Porque sobrevivir no es vida. Y eso, pa’ que sirve. Yo quería vivir. Yo quiero vivir. Decidí salvarme, ayudarme, abrazarme.

La depresión es un trastorno mental común. Se estima que en todo el mundo el 5% de los adultos padecen depresión, y es posible que la cifra sea mayor, según la Organización Mundial. Mi depresión empezó en la juventud, en mis noches de interminables amaneceres en un bar con amigos del diario, entonces El Mundo. Recordé cosas que me habían afectado en la infancia y en los primeros 17-18 años. Fue como encender la tele, y ver una película de terror. Entonces comenzó a ir todo mal, menos el trabajo que me apasionaba y me liberaba de mis dramas.

Los años transcurrieron, y a la mochila se sumaron nuevos y más duros pesares: los amores, el amor de la vida, el amor de una noche, el amor que no se podía tener nunca jamás. Durante algunos años, me la pasé bien, en la familia que gané, rodeada de mascotas y gente hermosa. Fui feliz entonces. Pero mi tonta manera de cuestionarlo todo me hizo preguntarme si eso era lo que realmente quería. Fin. De cero otra vez, con la tristeza anclada, las maletas en casa de mamá. No es lo mismo estar con depresión a los 20 que pasado los 30, menos cuando pasas los 40. Con la edad, cuesta más salir, quizás porque te acostumbraste a nunca decir: “Estoy bien”. Pero no como una frase salida del WhatsApp, sino que salga del forro, de los ovarios, de toda tú. Y esa frase no me salía.

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El periodismo me salvó una y más veces; el mar me retó y me elevó, y ahora la pasión por el café. Hacer cosas que me gustan, como escribir con un café en mi mesa de madera ruda, me hacen sentir que el día irá bien. Mira mi casi sonrisa. Escucha mis palabras. Lo único que pido es que dure. Y debo confesar que pedí ayuda, sin ser invasiva, porque nada más fastidiosa que la amiga siempre triste. Me ayudé al llamar a la psicóloga al primer resbalón, a entender que mis terapias con el psiquiatra es como ir a cita con el dentista frente a un endemomiado dolor de muelas.

Aprendí a respirar, a entender el pasado como algo que ya no existe, a cuidar mi presente y ver el futuro sin expectativas, pero con confianza. Aprendí que perdonar es crecer. Aprendí a no mirar las canas, y entender que este es y será mi mejor tiempo. Tuve personas que me inspiraron, que alguna vez la pasaron peor que yo, y hoy brillan, BRILLAN.

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Llevo dos años seguidos, al pie de la letra, en terapia psicológica. Y no falto a mi cita con el psiquiatra. Decir esto no me hace vulnerable, allá los que lo creen. Soy una roca con un trapito de corazón, pero sé resistir, y salir a flote. Hace meses que despierto con ganas de disfrutar el día, con ganas de no parar, de correr, de vivir, de sentir, de cumplir sueños. Diría que no sé que mosquito me picó. Pero, sabes, es la perseverancia y el amor. Amo a mi familia, amo a mi familia prestada, amo a una persona, amo a otras personas, y sobre todo me quiero yo. Entendí, al fin, que soy un buen partido. Me pierdes, pero tú pierdes más al no elegirme. Aprendí a abrazarme, con mis propios brazos y mi almohada. A ver mis defectos como borrador para corregir. Aprendí a concretar sueños, a no quedarme inmóvil, a mirar arriba y creer.

¿Cuánto durará?

-No importa. Es el hoy.

O como ella dice: un día a la vez. Y este día me gusta.

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