Por Pablo E. Cermeño Cervera (autor de Norma, y 10 años después de mi muerte. Editorial Caja Negra)

Cuando escucho la palabra “depresión”, regresan mis momentos tristes y eternos. Aquellos en los que la angustia me había embargado la sonrisa y el color. Pienso en la interminable sucesión de segundos que caminaban conmigo, en el sonido del silencio, en el frío.

Recuerdo el dolor de cada uno de mis pensamientos, que no eran muchos, sino los mismos, que aparecían una y otra vez, para asegurarse de haberme robado hasta la última sonrisa.

Recuerdo la necesidad de cerrar mis ojos y de apagar mi mente. Y vuelvo a los días sin brillo, sin deseos y sin pasión, cuando no había horizonte, cuando la vida me había derrotado y el peso de mis sábanas era mayor que mis ganas de despertar.

“Depresión” es un término ampliamente utilizado, por lo que suele resultar confuso para algunas personas. Uno puede estar refiriéndose a un estado de ánimo caracterizado por la tristeza o la ansiedad, que muchas veces es una reacción normal ante algo que ha ocurrido en nuestras vidas.

Pero, también podemos estar hablando de una enfermedad mental que requiere de ayuda profesional. La depresión como enfermedad se caracteriza por un conjunto de síntomas que suelen estar relacionados entre sí:

Tristeza, falta de energía y motivación, pérdida del gusto por las cosas. Infravaloración de uno mismo, propensión exagerada a sentirse culpable, pesimismo. Dificultad para decidir sobre los actos cotidianos, alteraciones del sueño, la concentración, el hambre y el apetito. Y la propensión al suicidio.

La depresión es un importante problema de salud pública, asociado directamente a un incremento en la discapacidad funcional y la mortalidad. La literatura médica reporta que se encuentra presente en un 5 % de la población mundial y es la principal causa de discapacidad.

Si queremos pensar en el impacto económico que tiene esta enfermedad, las pérdidas ligadas al ausentismo laboral y a los costos médicos, son inmensas: solo en el 2010, excedieron los 200 billones de dólares en los Estados Unidos.

Son muchas son las personas que viven con depresión, que además de intentar sobrellevar la enfermedad, tienen que escuchar a su núcleo familiar y amigos, decirles que mejoren el ánimo y que se levanten de la cama, que vayan a clases o a trabajar, que no sean flojos, que no sean vagos, que esas son tribulaciones de los débiles.

Lamentablemente, la depresión es una enfermedad real, que necesita ser atendida, y que gran parte de la población desconoce. Debemos saber que la depresión puede llevar al suicidio, pero también que existen tratamientos eficaces. Es muy importante informarnos sobre ella: Están las páginas de la Organización Mundial de la Salud, del Ministerio de Salud, entre otras.

Si se identifican en los síntomas que he descrito, no tengan miedo de hablar con alguien cercano y buscar ayuda.

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