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Más conspiración que ficción: “Vivo o muerto” o la mitologización del caso Alan García
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ALFOMBRA ROJA, PRENSA AMARILLA
La banalización del caso García es esperable y hasta comprensible en tiempos de la civilización del espectáculo. Pero no deja de sorprender la rapidez con la que la muerte de un expresidente se convierte en teoría conspirativa y luego en ficción con canchita. Como para repensar la vieja ecuación de Woody Allen: comedia = tragedia + tiempo.
Entre risas y guiños cómplices, personajes mediáticos e influencers angurrientos confundieron el ecran con la pasarela, y se dejaron llevar por la burda campaña de marketing. Algunos presentadores coquetearon con las fake news, sugiriendo que el expresidente podía estar vivo, por qué no... Otros, parafraseando el caso de JFK, contaron con amarillismo en qué lugar estaban cuando escucharon la noticia de la muerte de Alan García. O sugirieron que tal vez el expresidente estaba en una isla con Elvis y Walt Disney.
Una trivialidad esperable en un ecosistema televisivo que se nutre de los gemelos ‘Paletazo’ y ‘Toñizonte’. Pero chocante viniendo de reporteros y conductores de noticieros. Sorprendente viniendo de Gino Tassara, más preocupado en su faceta de cineasta que en su pasado rol de reportero. La honrosa excepción fue Fernando Díaz, acaso el único comunicador en la alfombra roja del preestreno del lunes que recordó que es periodista.
EL MITO Y EL RITO
Parafraseando a un beodo, la pelícu no es “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Porque la premisa de la suplantación del expresidente queda establecida casi desde el saque. Aunque Vivo o muerto dice inspirarse en el libro periodístico de José Vásquez, la narración se inclina por abordar la teoría de la conspiración. Entre la realidad y el mito, el filme elige el mito. En tiempos de fake news, la apuesta de la guionista Úrsula Vilca parece un guiño a la posverdad, a las series de criminología y a las narrativas del infotainment que cuentan la historia según la longitud focal del lente de la cámara. Más que a Rashomon, la dirección se acerca más a CSI, aunque sin música de The Who.
Contrariamente a lo que se piensa, el problema de Vivo o muerto no es tanto su apuesta por las teorías conspirativas, sino su forzado apego al realismo televisivo. Por eso la ficción no termina de alzar vuelo y el suspenso se desbarata con el lenguaje reporteril. Incluso cae en abiertas contradicciones de forma y fondo, combinando detalladas descripciones forenses y de balística con especulaciones de taxistas y rumores de trolls. Y falsea la verdad, alegando que el funeral duró solo 24 horas o que no ha habido otro presidente suicida en la historia contemporánea.
Atrapado entre la mitología y el reportaje, Vivo o muerto no desarrolla coherentemente la teoría conspiranoica. Pero tampoco se entrega a la imaginación ficcional, como la estupenda El Conde de Pablo Larraín o Ha vuelto de David Wnendt, que satirizan a otros políticos post mortem.
Acaso la más lograda sea la escena en la que la reportera se pierde en la Casa del Pueblo. En un ambiente enrarecido por la imaginería del Viernes Santo, el funeral del líder y el clima de secretismo político, la protagonista desciende a las necrológicas catacumbas del fanatismo ideológico en busca de su padre aprista, es decir, de su pasado, allí donde las arengas se confunden con los rezos y el silencio sepulcral se transforma en la omertá de la secta. Por unos segundos, la protagonista se despoja de la suspicacia periodística, se entrega al rito y da un salto de fe, consolando a su padre enfermo, devolviéndole la ilusión con la promesa del líder que volverá con los buenos tiempos.
Un final con corazón que podría ser utilizado por los compañeros de la estrella, más preocupados en atacar a una ficción que, lejos del libelo y el panfleto, los pone en el ecran.
No se explica por eso la última toma, absurda en más de un sentido, en la que se ve cómo el supuesto cuerpo del expresidente se pone de pie. Y no: no es un spoiler si no la va a ver.
TENGA EN CUENTA
La película aborda la incertidumbre que surgió en Perú después del suicidio del expresidente Alan García en 2019. Dirigida por el cineasta Martín Casapía, la obra cuenta con la participación de Stephany Orúe, quien interpreta el papel principal de Carmen Ríos, una periodista decidida a desentrañar el enigma que rodea al exmandatario.
El estreno este 18 de abril coincide con el quinto aniversario del fallecimiento del exlíder aprista, hecho que ocurrió el 17 de abril de 2019 durante la mañana.
Actúan, además, Sergio Galliani, Merly Morello, Luis Ángel Pinasco, Américo Zúñiga, Katerina D’Onofrio, Hugo Salazar, Omar García, Luis Ángel Pinasco, Cathy Sáenz, Tatiana Astengo, Rodrigo Palacios, Víctor Prada, Alejandra Guerra, Merly Morello, Antonio Arrué, entre otros.
Martín Casapía ha trabajado también en películas como Maligno (2016), A tu lado (2018), La Foquita: el 10 de la calle (2019), Hipoxemia (2020), entre otras.
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