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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Beto Ortiz,Pandemoniobortiz@peru21.com

Desde que, hace ya varias semanas, grabamos la inolvidable edición de El valor de la verdad de anoche, en la que el suboficial Millones compartió con las familias de sus compañeros muertos los 50 mil soles del premio, varias cosas inusuales nos ocurrieron. No es estratégico contarlas todas ahora, de modo que solamente mencionaré algunas que resultan harto elocuentes. Quienes hemos acudido al Hospital de Policía a visitar a los heridos de la 'Operación Libertad' sabemos que Seguridad del Estado los vigila día y noche incluso después de que han sido dados de alta. Y esa sola vigilancia a sobrevivientes de un ataque terrorista es suficiente síntoma de que algo grande se necesita ocultar. En la producción del programa tuvimos dudas sobre la conveniencia de permitir el ingreso de público aquel día. Algún informante oficial se podía infiltrar en las tribunas y complicarnos seriamente la existencia. Esto, por suerte, no ocurrió, pero sí hubo numerosas llamaditas de los personajes más variopintos intentando indagar sobre la naturaleza y calibre de las verdades reveladas, así que también pusimos especial cuidado en no promocionar las preguntas con demasiada anticipación. La tarde del viernes, distinguidos colegas del diario Expreso nos hicieron llegar –por interpósita persona– una propuesta desconcertante: "Les damos la primera plana del domingo, pero nos dejan ver el programa antes de que se emita". Sonaba, ciertamente, como un obsequio generoso, una oferta imposible de rechazar. Pero, como nunca nos quedó clara la relación causa-efecto entre el titular de portada que ofrecían y el extraño avant premier que –como contraprestación– nos solicitaban, optamos por declinar con gentileza. Ese mismo viernes, en la tercera edición de La rotativa del aire, que conduce con el colega Armando Canchaya en RPP, doña Mariella Balbi desplegó conmovedores esfuerzos por poner sabe Dios qué preventivo parche o vacuna antes de que la fiebre se disparase y entrevistó telefónicamente a Daniel Maurate, un abogado que se caracteriza –dijeron– por defender policías y militares.

La muy singular y elíptica manera en que Balbi explicó a sus miles de oyentes quién era el suboficial DINOES José Millones constituye una verdadera clase maestra de acuciosidad investigativa y objetividad periodística. Esto fue –textualmente– lo que Mariella dijo: "Millones tiene un proceso de investigación en su institución porque dicen que él ha revelado… ha entregado información a terceros y fastidió un poco la Operación Libertad". ¡Dicen! ¿Quiénes dicen?, ¿los generalotes que mandaron a ocho muchachos sin el mínimo equipamiento y con las armas estropeadas a una muerte horrenda y absurda? ¿Millones "fastidió un poco" la operación? ¿De qué manera podría "fastidiar un poco" la operación un valiente policía que, por ir a poner el pecho en defensa de todos los peruanos, recibió de Sendero un balazo en la cara cuando se disponía a saltar de un helicóptero en los dominios del sanguinario 'Gabriel', mientras que Madame Balbi –la chèrie– probablemente posaba para las páginas de sociales desde algún coctelito rififí o facturaba los derechos de autor de las recetas de quien en vida fuera Teresa Izquierdo?

Cuando le preguntaban al abogado Maurate cuáles serían las consecuencias de las respuestas de Millones, yo creí que se referían a qué iba a ocurrir, por ejemplo, con las promesas incumplidas de darles categoría de héroes nacionales a los caídos, con los ascensos nunca otorgados, con la infame atención médica, con las indemnizaciones jamás pagadas a los deudos, con los generales responsables del horror. Iluso yo. Lo que le estaban preguntando, en realidad, era: ¿Cuán terribles serán los castigos que le esperan a Millones? "Porque se supone que esta operación es secreta y no es pública, ¿no?" –continuaba carboneando la Balbi– "¿Acaso la institución no actúa antes? ¿Y no lo pueden separar inmediatamente?". Y el abogado Maurate respondía, severísimo: "Millones recibirá la sanción que le corresponde. Seguramente se tomará la decisión de separarlo y de establecerle una pena privativa de la libertad".

Habría que ser un completo idiota para no darse cuenta de que aquella entrevista escondía, en realidad, una obvia advertencia. Equivalía a decirle a Millones: "¡Donde quiera que estés… ríndete!" con un megáfono. Porque allí nadie se acordó de la noble capitana Nancy Flores, que enviaron a ser acribillada con vileza en la flor de su vida, ni del calvario de don Dionisio Vilca yendo por sí solo a la selva de Kiteni a recoger con sus manos a su hijo César en pedazos. Nadie se acordó tampoco del chiquillo Lander Tamani ni de ninguno de los otros seis muertos. Ni siquiera del ascendido, premiado y convenientemente silenciado Luis Astuquillca, que se salvó solito porque nadie se tomó siquiera el trabajo de acudir a rescatarlo. Nada de eso interesaba. Lo único que importaba era ajustar a Millones para que arrugue, para que retroceda, para que se acobarde. Lo único que les quedaba en su desesperación era tratar de ajustarlo, de trabajarlo al atarante, a la sustancia con aquella pantomima de "entrevista": ¿Y lo que diga en el programa qué valor tendrá? –siguieron preguntando a ese abogado, tan imparcial. ¡Oh, será de mucho valor! –contestó él– ¡Estoy seguro de que el fiscal y el procurador estarán atentos para iniciar las responsabilidades administrativas y disciplinarias que correspondan!

Evidenciando que alguien le había soplado bien la pregunta pero mal la respuesta, la Balbi llegó en un momento a preguntar: Se sabe que Millones admitiría que ha coimeado… ¡Eso es un delito! ¿Cuál es la pena para un policía que coimea, doctor Daniel Maurate? Ocho, diez años. ¡O sea que se la juega! ¡Porque los funcionarios que cometen corrupción tienen el doble de la pena! -Pero si él se arrepiente… (¡Ríndete, Millones! ¡Ríndete y cierra la boca!) …es posible que tenga una pena suspendida. Si él se arrepiente… En un momento cumbre de esta genuina joya del periodismo hablado, Balbi llega al extremo de decir, muy al desgaire, casi como por casualidad, que el suboficial Millones ha ido a El valor de la verdad porque "está aprovechando de tener una CTS mayor". Y es allí donde, quizás sin darse cuenta, Mariellita darling se desbarranca aparatosamente por un acantilado y va a parar con sus huesos hasta esas abisales profundidades donde la filosofía Alberto Kouri vive y reina y se enseñorea: Todos estamos por nuestro billete. Nadie es honesto. Todos tenemos un precio. Todos somos cobardes. Todos somos pusilánimes. Nadie es generoso. Nadie es patriota. Nadie es bueno. Ese es, pues, el perfecto pensamiento mafia: la soñada corruptosofía, la corruptocracia que nos iguala a todos en el fondo de la bacinica donde, por fin, todos podemos volvernos la misma mierda. No, señores. No, señoras. No, jóvenes y niños. No. Mil veces no. De ninguna manera. Lo que vimos anoche ha sido glorioso, épico. La más hermosa e impagable lección de grandeza nunca antes vista. Cuando Millones dijo que daría su vida por el Perú y esa respuesta fue verdad, nos brotó a todos una escarapela en el corazón y fueron unánimes las lágrimas de la esperanza. Adelante entonces, apóstoles de la impunidad, socios de la muerte, grandes oficiales de las tinieblas. No les tenemos miedo. Adelante: atrévanse a tomar represalias contra Millones. Cánsense de amenazar. Cánsense buscándolo por aire, mar y tierra. Métanse con él y se meterán con todos nosotros. Todos nosotros somos Millones.