(Foto: AP / AFP / Reuters / Daniel Apuy)
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Estudié un año en la Universidad Católica de Santa María de Arequipa. Allí tuve la suerte de tener como profesor de Constitucional a mi tío, Francisco Chirinos Soto. Nunca he tenido profesor igual. Y no hablo desde la pasión familiar. Y tuve la suerte también de que fuera mi padre, , mi “libro”. Mi padre me dictó una a una las constituciones peruanas. Guardaba todas en su prodigiosa memoria. A cada una que enumeraba, seguía su encuadre histórico y razones de su fracaso. El problema, me decía, era la falta de estabilidad constitucional.

Un hombre que amaba el Perú, como él lo amó; que estudió a profundidad el constitucionalismo peruano, además de conocer el norteamericano y el europeo en sus diversas manifestaciones, no podía aspirar sino a que en su país existiera una Constitución suficientemente flexible y estable. La vigente en el Perú, que este año cumple 30 de existencia, le debe a él, a sus conocimientos, y a su vasta cultura jurídica, la virtud de ser una de las más longevas que han conocido los 103 años de historia independiente.

Sin embargo, estos datos no son suficientes para muchos. Se habla insistentemente de que hay que cambiar la Constitución. Me pregunto si quienes defienden esta bandera, conocen a profundidad la difícil historia constitucional de nuestro país. Y si, como mi padre, pueden presumir de conocer a carta cabal sus vericuetos.

Es fácil aferrarse al presente. Pero más importante es conocer el pasado. Tomar lecciones de ello. Y aplicarlas, no con prisa, ni con el espíritu de destruir, sino, por el contrario, de rectificar errores, superar diferencias, y mirar hacia el futuro con el espíritu generoso, propio de valientes.


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