Debido a una serie de hechos azarosos, con su correspondiente cuota de responsabilidad personal, recibí mi cumpleaños rumbo a Madrid, a miles de metros de altura, semicongelado por el aire acondicionado y en algún lugar del espacio aéreo —nunca sabré cuál— sobre las masas acuáticas del Atlántico. El plan original, desde luego, era otro. Debía llegar un día antes a España y, parapetado en alguna tasca madrileña, lograr que el 27 de noviembre me encuentre, aunque no soy bebedor, y pese a que geográficamente parezca imposible, entre Pisco y Nasca. Jamás imaginé, en ninguno de mis incontables multiversos, que las denuncias en torno a la fiscal de la Nación del país que acababa de dejar, aquel llamado Perú, con p de patria, me iba a arruinar por completo cualquier posibilidad de celebrar mi nacimiento.

Tras una escala, arribé al aeropuerto de Barajas, cerca del mediodía. Ya habían pasado 12 horas de mi cumpleaños, es decir, solo me quedaba la mitad del día para disfrutarlo. Mi entrañable amiga de la universidad, Patricia —ni Benavides, ni Chirinos, sino Velásquez—, me recibió y me dio un enorme abrazo de bienvenida y de cumpleaños, y, luego, los dos besos españoles de rigor, chaval. Salimos del aeropuerto y nos fuimos a tomar una suerte de desayuno-almuerzo. Ni siquiera habíamos hecho el pedido y Patricia me lanzó:

—¿Has visto lo que ha pasado en el Perú?

—No sé —le dije y, en broma, agregué—. Por si acaso, yo lo dejé enterito.

Patricia apenas si ensayó algo parecido a una sonrisa.

—¿En serio no sabes? ¿No has visto las noticias?

—No he visto nada. Para mi cumple, siempre me desconecto. La verdad no quiero ni verlas.

Patricia, haciendo caso omiso en el humilde deseo de un cumpleañero, sacó su celular y casi me enrostró la pantalla.

—Mira. Ha estallado un escándalo en el Perú.

Luego, me contó todo. Acababan de detener a Jaime Villanueva, el asesor principal de la fiscal de la Nación, Patricia Benavides. De acuerdo a la denuncia, apoyada por la publicación de unos chats, Villanueva logró que decenas de congresistas voten, según los intereses de Benavides, a cambio de garantizarles impunidad. Quedé despalabrado. No podía creer que la fiscal que tan bien actuó contra la corrupción del gobierno de Castillo, esté actuando con las mismas maneras de una mafia.

—Y eso no es todo —me dijo—. Benavides sacó de su cargo a la fiscal que la investigó.

Que Benavides haya retirado a Marita Barreto del Equipo Especial contra la corrupción en el Poder, justo antes de que se inicie la llamada “Operación Valquiria”, parece, más que una acción regular, una abierta represalia.

—¿Crees que esto traiga consecuencias graves? —me preguntó Patricia—. En la redacción se comenta que quizá esto provoque un adelanto de elecciones.

—Yo lo que creo —le respondí—, es que hay que pedir algo. No solo porque el mozo está que nos mira raro, sino, sobre todo, porque me muero de hambre. En el avión juegan a la comidita.

Patricia lanzó una carcajada. Entonces recordé cuánto me gustaba su forma de reír.

—Vale, vale —me dijo—. Vamos a comer y después vamos a mi piso para que dejes tus cosas. Luego te tengo una sorpresa que te va a molar.

Nos embarcamos en un taxi y llegamos hasta su apartamento. Imagino que no fue buena idea permanecer despierto durante el vuelo. Apenas me lancé a la cama del cuarto de invitados, me sumí en un sueño profundo. Me desperté y ya eran las seis de la tarde. “Maldición”, me dije, “me quedan solo seis horas para divertirme o para, siquiera, hacer algo que se le parezca. En ese momento recordé la sorpresa prometida por Patricia y renové mi ánimo.

Minutos después, ya estábamos en otro taxi. Ella había pedido un Uber y yo no tenía idea de cuál sería nuestro destino. El que haya querido llevar su laptop consigo, me complicaba más la adivinanza. De golpe, una idea, una sospecha se instaló en mi mente. Hubiera preferido haberme equivocado, pero no. El taxi se detuvo frente a la sede del diario donde trabajaba Patricia (me pidió que no diga su nombre, así que solo lo deletrearé: A, B, C).

—¡Sorpresa! —me dijo— Te voy a hacer un tour por la redacción. Te voy a enseñar donde trabajo.

Y, sí, me enseñó la redacción y donde trabajaba, pero eso no le bastó. Puso la laptop sobre su escritorio y, entonces, se sinceró conmigo. Me dijo que, por ser de Perú, le habían asignado redactar la nota sobre lo que estaba pasando. Y, dadas las circunstancias, pensó que yo podría ayudarle. Terminé por entenderla. Después de todo la culpa no era de ella, sino de Marita Barreto. ¿Cómo se le ocurre iniciar una operación de tal magnitud el 27 de noviembre?

No puedo negar que, aunque mi cumpleaños se iba muriendo, no la pasé del todo mal asistiendo a Patricia. Al comienzo fue caótico, pero explicándole terminé explicándome también los antecedentes, los protagonistas y las eventuales consecuencias de este probable fiscalicidio.

Horas después, el texto, aunque algo extenso, quedó listo. Una clara radiografía de lo ocurrido. Ya solo quedaba que lo suban a la versión digital y lo tengan en espera para la edición impresa del día siguiente. Miré con temor la hora: diez de la noche. Ya solo quedaban dos horas para el día siguiente, solo ese tiempo para que este día tan especial se convierta en uno más del montón.

—Ahora sí —dijo ella— ¡Vamos a celebrar tu cumple! ¡Vamos por unas tapas!

Por tercera vez desde mi llegada a Madrid, estábamos en un taxi. Sin embargo, esta vez, por fin, nos íbamos a festejar antes que se termine mi día. Patricia se volteó hacia mí y esta vez se carcajeó sin motivo aparente. A mí me encantó su alegría y no pude menos que vislumbrar una noche memorable. Entonces, el sonido de su celular le avisó que tenía un mensaje. Patricia lo miro, lo leyó y el rostro se le vino abajo. Luego, levantó la vista y me dio una mirada cargada de pena, frustración e, incluso, diría yo, algo de culpa.

—Es el editor de internacionales. Tenemos que volver a cambiar el texto. Benavides ha denunciado a Dina Boluarte por homicidio calificado.

Por fin, a pesar de que la había leído y oído incontables veces en mi vida, recién entonces, en ese momento de mi existencia, pude entender, a cabalidad, letra por letra, aquella frase que reza: “En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas”. Y, agrego yo, ni siquiera se cuecen bien.

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